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Capítulo 3

Una era de tinieblas espirituales

El apóstol San Pablo declaró que el día de Cristo no vendría “sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado... el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios... haciéndose pasar por Dios”. Además declaró que “está en acción el misterio de iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:3, 4, 7). Aun en esa época primitiva el apóstol vio que algunos errores ya se estaban introduciendo en la iglesia, los cuales prepararían el camino para el papado.

Poco a poco “el misterio de iniquidad” fue desarrollando su obra engañosa. Costumbres ajenas se introdujeron en la iglesia cristiana, y fueron restringidos sólo por un tiempo por las terribles persecuciones que se realizaron bajo el paganismo; pero cuando cesó la persecución, el cristianismo abandonó la humilde sencillez de Cristo para reemplazarla por la pompa de los sacerdotes y los gobernantes paganos. La conversión nominal de Constantino causó gran regocijo. Ahora la obra de corrupción progresó rápidamente. El paganismo, que parecía conquistado, se convirtió en el conquistador. Sus doctrinas y supersticiones fueron incorporadas en la fe de los profesos seguidores de Cristo.

Esta alianza entre el paganismo y el cristianismo dio como resultado la formación del “hombre de pecado” predicho en la profecía. Esa falsa religión es una obra maestra de Satanás, y del esfuerzo que él realizó para sentarse en el trono con el fin de gobernar la tierra de acuerdo con su voluntad.

Una de las principales doctrinas del romanismo enseña que el Papa se halla investido de suprema autoridad sobre los obispos y pastores de todo el mundo. Más que esto, el Papa ha sido denominado “Señor Dios el Papa” y declarado infalible. La misma pretensión que sostuvo Satanás en el desierto de la tentación todavía la sostiene por medio de la Iglesia de Roma, y vastas multitudes le rinden homenaje.

Pero los que reverencian a Dios hacen frente a esta pretensión como Cristo hizo frente a su astuto enemigo: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (S. Lucas 4:8). Dios nunca ha nombrado a hombre alguno para ser la cabeza de la iglesia. La supremacía papal es opuesta a las Escrituras. El Papa no puede tener poder sobre la iglesia de Cristo, excepto por usurpación. Los partidarios de Roma presentan ante los protestantes la acusación de haberse separado caprichosamente de la verdadera iglesia. Pero ellos son los que se han apartado de “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (S. Judas 3).

Satanás sabe bien que fue mediante las Sagradas Escrituras como el Salvador resistió sus ataques. Ante cada asalto, Cristo presentaba el escudo de la verdad eterna, diciendo: “Escrito está”. Para que Satanás pueda ejercer su dominio sobre los hombres y establecer la usurpadora autoridad papal, debe mantenerlos ignorando las Escrituras. Las sagradas verdades de la Biblia debían ser ocultadas y suprimidas. Durante centenares de años la circulación de la Biblia fue prohibida por la Iglesia Romana. Se le vedaba a la gente el derecho a leerlas. Sacerdotes y prelados interpretaban sus enseñanzas para sostener sus pretensiones. Así, el Papa llegó a ser casi universalmente reconocido como el vicegerente de Dios en la tierra.

Conflicto cósmico

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