Читать книгу Conflicto cósmico - Elena G. de White - Страница 19
Valiosos principios de verdad
ОглавлениеEllos valoraban los principios de la verdad por encima de casas y terrenos, amigos y parientes, y aun la vida misma. Desde los más tempranos años de su niñez, a los jóvenes se les enseñaba a considerar como sagrados los mandatos de la ley de Dios. Los ejemplares de la Biblia eran raros; por lo tanto sus preciosas palabras eran confiadas a la memoria. Muchos eran capaces de repetir largas porciones tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento de memoria. Se los ejercitaba desde la niñez a soportar durezas y a pensar y actuar por sí mismos. Se les enseñaba a llevar responsabilidades, a ser cuidadosos en lo que hablaban y a valorar la sabiduría del silencio. Una palabra indiscreta que llegara a sus enemigos podría hacer peligrar la vida de centenares de hermanos, pues, como lobos que buscan su presa, los enemigos de la verdad perseguían a los que osaban reclamar libertad para su fe religiosa.
Los valdenses, con perseverante paciencia, trabajaban para producir su pan. Aprovechaban toda porción de tierra arable que había entre las montañas. La economía y la abnegación formaban parte de la educación de los niños. El proceso era laborioso, pero sano; precisamente el que el hombre necesita en su estado caído. A los jóvenes se les enseñaba que todas las facultades pertenecen a Dios, y que deben ser desarrolladas para su servicio.
Las iglesias valdenses se asemejaban a la iglesia del tiempo apostólico. Rechazando la supremacía del Papa y de los prelados, se aferraban a la Biblia como la única autoridad infalible. Sus pastores, a diferencia de los señoriales sacerdotes de Roma, alimentaban a la grey de Dios, conduciéndola a pastos verdes y a los vivos manantiales de su santa Palabra. La gente se reunía, no en iglesias magníficas o en grandes catedrales, sino en los valles alpinos, o, en tiempos de peligro, en alguna fortaleza rocosa, para escuchar las palabras de verdad de los siervos de Cristo. Los pastores no solamente predicaban el evangelio, sino que visitaban a los enfermos y trabajaban para promover la armonía y el amor hermanable. A semejanza de Pablo, el fabricante de tiendas, cada uno aprendía un oficio con el cual, si fuera necesario, pudiera proveerse sostén propio.
Los jóvenes recibían instrucción de sus pastores. La Biblia era el principal tema de estudio. Aprendían de memoria los evangelios de San Mateo y San Juan, así como muchas de las epístolas.
Mediante un trabajo incansable, a veces en las oscuras cavernas de la tierra, a la luz de las antorchas, se copiaban las Sagradas Escrituras versículo por versículo. Angeles del cielo rodeaban a estos fieles obreros.
Satanás había instigado a los sacerdotes papales y a los prelados a enterrar la Palabra de verdad bajo los escombros del error y la superstición. Pero de una manera maravillosa ésta fue conservada fielmente a través de todas las edades oscuras. Como el arca sobre las ondas tempestuosas, la Palabra de Dios hace frente a las tormentas que amenazan destruirla. Así como la mina tiene sus ricas vetas de oro y plata ocultas bajo de la superficie, las Sagradas Escrituras tienen tesoros de verdad que se revelan únicamente a los que los buscan en forma humilde y con oración. Dios se propuso que la Biblia fuera un libro de lecciones para todo el género humano y una revelación de sí mismo. Cada verdad que se descubre es una nueva revelación del carácter de su Autor.
Desde las escuelas de las montañas algunos jóvenes eran enviados a instituciones de enseñanza de Francia o Italia, donde había un campo más amplio de estudios y observación que el de los Alpes nativos. Los jóvenes enviados se veían expuestos a la tentación. Se encontraban con los agentes de Satanás que los instigaban con sutiles herejías y peligrosos engaños. Pero su educación desde la niñez los preparaba para hacer frente a estos peligros.
En las escuelas adonde eran enviados no debían tener confidentes. Sus ropas eran preparadas de tal manera que podían esconder su gran tesoro: las Escrituras. Dondequiera que podían hacerlo, mientras iban por el camino, con mucho cuidado, colocaban algunas porciones de éstas entre aquellos cuyo corazón parecía abrirse para recibir la verdad. En estas instituciones de enseñanza se ganaban conversos para la verdadera fe, y frecuentemente sus principios se dejaban sentir en toda la escuela. Sin embargo, los dirigentes papales no podían descubrir el origen de la así llamada “herejía” corruptora.