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El método de evangelismo de Cristo

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El Salvador dedicó más tiempo y labores a la curación de los afligidos por enfermedades que a la predicación del evan­gelio. El último encargo que les dio a los apóstoles –sus repre­sentantes en la Tierra– fue que impusieran las manos sobre los enfermos para sanarlos. Y cuando el Maestro vuelva, recom­pensará a los que hayan visitado a los enfermos y aliviado las necesidades de los afligidos.

Nuestro Salvador experimentaba una tierna simpatía por la humanidad caída y sufriente [Mat. 14:14]. Y si seremos seguidores de Cristo, también debemos cultivar la compa­sión y la simpatía. Un interés vivo por el sufrimiento de otros debe reemplazar a la indiferencia por la aflicción hu­mana. La viuda, el huérfano, el enfermo y el moribundo siempre necesitarán ayuda. Entre ellos existe una oportu­nidad para proclamar el evangelio: levantar a Jesús, espe­ranza y consolación de todos los seres humanos. Cuando el cuerpo sufriente obtiene sanidad, y se ha mostrado un interés viviente por el afligido, entonces el corazón se abre y podemos derramar el bálsamo celestial dentro de él. Si acudimos a Jesús, y obtenemos de él conocimiento, forta­leza y gracia, podremos impartir su consuelo a los demás, porque el Consolador está con nosotros.

Habrá que vérselas con una gran cantidad de prejuicios, celo falso y piedad fingida, pero tanto en el propio país como en el extranjero hay más almas que Dios ha estado preparan­do para recibir la semilla de la verdad de lo que nos podemos imaginar. Estas recibirán gozosamente el mensaje que se les presente.

No debe existir duplicidad ni doblez en la vida del obre­ro. Aunque el error es peligroso para cualquiera, aunque se cometa por equivocación, la no sinceridad en la verdad es fatal.

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