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ESCENA II BELEROFONTE, CASANDRA

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CASANDRA.—Extranjero semejante a los dioses, ¿qué buscas aquí? Pero antes de explicármelo, descansa y repara tus fuerzas.

BELEROFONTE.—Tu vista es al caminante fatigado mejor que el baño y el alimento sabroso. Vengo, infanta, de la corte del rey Preto, esposo de tu hermana Antea, tan igual a ti en el rostro y en la voz que me parece verla y escucharla.

CASANDRA.—Nos asemejábamos tanto, que cuando su esposo se presentó para llevarla al ara, yo, por chanza, me envolví en el velo nupcial y los propios ojos del enamorado me confundieron con ella. Mas ¿quién eres tú? ¿No serás el divino Apolo, que disfrazado baja a correr aventuras entre los mortales?

BELEROFONTE.—Mortal soy, infanta, y muy desdichado: la cólera de los inmortales me empuja lejos de mi reino y de mi patria. Mi noble padre es Glauco, rey de Corinto, gran jinete y domador; heredero soy de una corona y vago por el mundo sin tener dónde recostar la cabeza.

CASANDRA.—La compasión, como un cuchillo que hiere sin lastimar, me traviesa las entrañas. Tus males ya son míos. Extranjero, aquí encontrarás asilo y defensa hasta que la mala suerte se canse de perseguirte.

BELEROFONTE.—No se cansa. Como loba rabiosa, va tras de mí en las tinieblas. Pero aproxímate y espantaré el dolor de la memoria. Pena olvidada es sombra sin cuerpo. Traigo para tu noble padre un mensaje de Preto y quisiera entregárselo.

CASANDRA.—Ya se acerca.


La quimera

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