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II. HORIZONTE HERMENÉUTICO

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El proceso de construcción del discurso político de Edmund Burke se torna complejo desde su trabajo como hombre de Estado, desde los contextos comparados de las revoluciones inglesa (1688) y francesa (1789), desde el modo como concibe la razón en contraste con el aire de la Ilustración. Estos tres aspectos definen el periscopio desde el cual Burke arremete contra la revolución francesa de 1789, contra el desorden de los primeros años, cuando las instituciones francesas fueron socavadas desde sus cimientos, cuando al menos 15.000 personas fueron guillotinadas, otras 17.000 quemadas vivas y miles huyeron del país previendo ser señaladas.

En este sentido la obra de este irlandés, un liberal muy conservador, su vida y actuaciones mismas deben indagarse desde al menos tres fuentes gruesas de sentido y de contexto: desde la evolución misma en sus semejanzas y diferencias de la historia de Inglaterra y de Francia; desde el significado en su tiempo y para nosotros de palabras como natural, liberal, conservador, ilustración, revolución, parlamento, desarrollo capitalista, entre otras; desde los acontecimientos particulares y los caminos incluso inesperados para sus propios hacedores que fue tomando la revolución. De todo este manojo conceptual, el término “natural” es crucial en el discurso de la historia de las ideas políticas, en particular en el debate desde las posturas de Edmund Burke.

En el ámbito de este contexto, el lenguaje en Burke no solo es forma sino su uso enmascarado se torna parte de su figura política. Su estilo de escritura no tiene nada que envidiar a muchas expresiones de los siglos XX y XXI en su carácter meta-ficcional2, característico en su barroquismo y de múltiples perspectivas, de una literatura de vanguardia o posvanguardia. Su discurso se torna resbaladizo, los referentes se superponen, los conceptos son usualmente indirectos, meras analogías. La estructura global obedece a una forma que llama a un contenido no presente de modo inmediato. Nada es fundacional en su escritura, todo se estructura bajo un marco de comedia, de un sujeto enunciador con referentes oscuros, con destinatarios en clave.

La palabra “natural” es la herida neurálgica de la postura de Burke frente a los acontecimientos políticos, en particular de los hechos revolucionarios en la Francia de 1789. Y el definir los alcances desde Burke y desde su tiempo de las relaciones entre natural, racional, ilustrado, justicia, libertad, entre otros conceptos, nos va a definir y aclarar mucho de sus posturas, pero especialmente, el alcance de las mismas e incluso, posibles contradicciones en sus detractores. La defensa de “lo natural” frente a “lo nuevo” bajo matices de un pensamiento conservador, defensor de las tradiciones y temeroso de los cambios bruscos en la sociedad, no hacen de Burke un anti-ilustrado como lo expone buena parte de la crítica sobre su pensamiento, a lo sumo lo hacen un liberal conservador.

Burke reclama la arqueología sobre el modo como se construyen las ideologías en sus largos y complejos procesos históricos. Nos apoyamos en uno de los más destacados estudiosos de la génesis del pensamiento conservador, Michael Oakesshott, desde su postura sobre el concepto de ideología, para iluminar nuestras reflexiones alrededor de la obra de Burke:

Así pues, en esta interpretación, los sistemas de ideas abstractas que llamamos “ideologías” son resúmenes de alguna clase de actividad concreta. La mayor parte de las ideologías políticas, y ciertamente las más útiles de ellas (porque sin duda tienen uso) son resúmenes de las tradiciones políticas de alguna sociedad. Pero a veces ocurre que una ideología se ofrece como una guía de la política, pese a que aquella no es un resumen de la experiencia política sino de alguna otra manera de actividad: la guerra, la religión o la conducción de la industria, por ejemplo. Y aquí el modelo que se nos muestra no es solo abstracto sino también poco apropiado debido a que la actividad de la que se ha abstraído no es pertinente. Creo que este es uno de los defectos del modelo provisto por la ideología marxista. Pero lo importante es que, a lo sumo, una ideología es una abreviación de alguna manera de una actividad concreta (Oakesshott, 2000, pp. 63-64).

El horizonte actual del debate ideológico-político ha recuperado a Burke ya no como un mero charlatán conservador, sino como un filósofo arqueólogo de la génesis de las instituciones, del modo como las redes sociales de reglas se forman mediante la superposición de substratos, en un proceso de sedimentación tan longevo como complejo para su asentamiento en el sentir y pensar de los pueblos. Burke no se opone a las luces de la razón de manera mecánica o abstracta, pero le preocupa que las luces de la Ilustración, que vienen de la ciencias de la naturaleza, cuando pasan sin mayor adecuación a las ciencias sociales, no solo desmontan mitos sino crean nuevos, y monstruos en cuyo nombre, mediante abstracciones y generalizaciones sobre el ser humano y su destino social cifrado, se sustentan miles de asesinatos.

Los tiempos de la Ilustración y la Enciclopedia funden varias capas de transformaciones y unas ocultan a otras tantas. La secularización, la racionalización y la industrialización se gestan en una causalidad de ida y vuelta y engendran procesos de libertad, ciudadanía, productividad, igualdad, en una dinámica donde se pierden los costos y las apuestas que posibilitan, incluso en medio de contradicciones demagógicas desde muchos de los líderes; ellos mismos caerán víctimas de la banalidad ilustrada del momento. Burke mismo no logra desentrañar la madeja de anzuelos, pero intuye que los hechos de la toma de la Bastilla, en nombre de la revolución, están arrasando con las construcciones sociales de siglos, en medio de un discurso apoyado en razones, no siempre tan ilustrado.

Muchos aprovecharon para forzar (en lugar de forjar) conclusiones universales. Los universales son bienvenidos, pero justamente para cuestionar el absolutismo. La revuelta borra de un solo plumazo instituciones como la iglesia, las tradiciones morales, la nobleza, en algunos casos con razones, pero sin atender a la deconstrucción arqueológica de cada una, sin atender al daño ocasionado al asumir la destrucción como un absoluto. Y en nombre de la revolución y apoyados en absolutos racionales se justifican las valoraciones históricas en uno u otro sentido, hecho que preocupaba justamente a Burke, quien se hubiese aterrado de la facilidad con que Marx establece el sentido de la historia:

La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desborda la frase (Marx, 2006, p. 3).

La revuelta no facilita la rigurosa valoración de los cimientos que han posibilitado la emergencia de la burguesía y del proletariado ya mencionadas: la secularización, la racionalización y la industrialización han permitido el desarrollo del mercado capitalista como institución transformadora y revolucionaria, como escenario de producción, intercambio y racionalización de la fuerza de trabajo, con su dinámica voraz de reconstrucción permanente de los medios de producción, en un modo de producción que desde su substrato anclado a la productividad, va a transformar de un modo silencioso, pausado y provocador las viejas estructuras feudales. La formación del sistema capitalista va a cubrir todas las esferas de los modos de vida, pero se alimenta de las instituciones que lo han gestado.

Nuestra mirada privilegiada desde el siglo XXI sabe de la importancia del substrato económico, pero también sabe de la necesidad de la convivencia con todo el proceso institucional de la sociedad, en aras del equilibrio constitucional cuyas grietas salen a relucir justamente cuando, en tiempos de globalización, el desarrollo fragmentado de la civilización produce inmigración forzada, ajustes perversos en flujos de capital (se globaliza el capital, pero no las personas), violencia simbólica y fáctica en el desencuentro ideológico de los pueblos. Entonces la fortaleza institucional se pone a prueba en cada nación y en la sociedad globalizada (mercado) y en ocasiones mundializada (personas).

El proceso de racionalización del mundo alcanza un punto sublime como punto de quiebre para el mundo occidental alrededor de la Ilustración, de ese siglo llamado de las luces y que viene preparando la Enciclopedia. Tres países acaparan la atención dentro de este proceso de emancipación de las estructuras políticas y sociales imperantes: Alemania, Francia e Inglaterra. Hacemos énfasis aquí sobre el camino local en cada caso, cómo este proceso de construcción moderna se manifestó de un modo privilegiado en cada uno de estos países mencionados, sin que esto excluya el desarrollo integral de estos tres enfoques de manifestación, cuya convergencia construye la modernidad y la modernización europea.

Alemania desarrolla una tradición filosófica muy rigurosa e influyente sobre el resto del continente y el mundo; Francia expresa su riqueza y protagonismo en el siglo de las luces desde niveles políticos y sociales, profundiza el problema de la ciudadanía moderna, de los derechos del hombre y, en particular, de la libertad y la igualdad política (apenas cuando enfrente el tema del parlamento, tema incluso medieval para los británicos); Inglaterra viene de un proceso de mayor aliento desde los siglos anteriores, los procesos de conformación de un mercado nacional robusto alrededor de Londres, incluso desde los siglos XII y XIII. La Carta Magna es una expresión muy temprana de la madurez de las instituciones británicas, camino de su siglo XVII, el siglo de sus revoluciones. La convivencia y desarrollo de los británicos en el ámbito de sus instituciones desembocó en una monarquía parlamentaria con dos cámaras (de los lores y de los comunes); mientras en Francia, cien años después, el Tercer Estado, el pueblo, apenas si participaba en menos de un 10% de las decisiones del gobierno.

Estas características sutiles y profundas distancian los escenarios dominantes de la Europa del siglo XVIII y hacen la diferencia entre las causas, los contextos y las resoluciones que produjeron y consolidaron, de modo distinto, las revoluciones burguesas de Inglaterra y Francia, bajo cuyo ejercicio interpretativo emerge la obra de Burke. Sobre este tríptico ideológico-pragmático citamos la reflexión de Lenin (con su tono absolutista), para confirmar y, al mismo tiempo, distanciar el absolutismo de la postura de estos referentes desde diversos espacios de interpretación sobre el modo como las instituciones primaron en uno u otro escenario3:

La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta. Es completa y armónica y ofrece a los hombres una concepción del mundo íntegra, intransigente con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. El marxismo es el sucesor legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés (Lenin, 1961, p. 31).

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