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III. LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA

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La reflexión de Burke sobre la revolución en Francia, como titula su libro, tiene el eco de la histórica revolución británica. Y esta, a su vez, trae unos genes formados desde los siglos precedentes, desde diversas instituciones como la económica, la política, la organización social de los pueblos, que hacen la diferencia sobre el modo como se produjeron los hechos en la Francia de 1789. El rey Luis XVI accede al trono a la edad de 20 años (1774), gobernaba Francia el 14 de julio de 1789 cuando los ciudadanos del Tercer Estado, impulsados por el hambre, por las desigualdades visibles con la nobleza, por el nuevo discurso de la Ilustración en boca de sus líderes, asaltan la fortaleza de la Bastilla4, símbolo del antiguo régimen, como llamaban los revolucionarios la estructura política atacada con su revuelta. Un cúmulo de circunstancias locales y larga diferencia en las tradiciones marcan distancia entre la revolución inglesa de 1688 y la francesa de 1789. Y esta brecha entre uno y otro escenario es el campo de batalla de los argumentos de Burke en sus Reflexiones sobre la revolución en Francia5.

En su tiempo, tras la aparición del libro apenas meses después de los hechos de París, las voces de condena a tan gravoso desdeño por los revolucionarios franceses no tardaron, incluso desde figuras intelectuales inglesas como el ya para entonces héroe de la independencia americana Thomas Paine, en su libro Derechos del hombre: Respuesta al ataque realizado por el señor Burke contra la revolución francesa (1791), o desde la voz feminista de Mary Wollstonecraft en su panfleto Vindicación de los derechos del hombre, en una carta al muy honorable Edmund Burke; ocasionada por sus reflexiones sobre la revolución francesa (1790). Cabe destacar la premura de ambas respuestas, la segunda apenas a meses de la publicación de Reflexiones. En ambos casos el juicio emocional o estilístico prima sobre un esperado debate en torno a los argumentos. Burke es increpado por lo escandaloso de su texto, no con argumentos a la altura de su propio atrevimiento. El estilo panfletario de sus dos críticos aseguró miles de copias vendidas a bajo precio, mientras el texto de Burke, aunque agotó la primera edición a pesar de su costo, no los igualó en lectores.

Burke construye su discurrir sobre la revolución en Francia sobre los pilares de lo que luego va a constituir la esencia del pensamiento conservador, hecho desde un liberal moderado: el apego a las tradiciones como los privilegios y deberes de la corona, la religión como sustento moral del actuar de las personas, el asentamiento de los conceptos en el tiempo como garantía de su validez racional, el pragmatismo de la vida para solucionar de facto problemas frente a la racionalización abstracta de los mismos sin el sopeso de transformaciones sociales moderadas, la herencia como garantía de transmisión generacional de la propiedad. Sus posturas, en apariencia contradictorias algunas veces, obedecen a un hombre de Estado, liberal moderado, cuya perspectiva económica (capitalista) de los hechos avanza con el sigilo de una razón, marcada la maduración a través del tiempo y de las estructuras de poder. Burke presupone un Estado tan eficiente como neutral, para el ejercicio de las libertades de los ciudadanos con sus empresas en un continuo, aunque pausado devenir de la razón práctica cobijada por estructuras institucionales morales, religiosas e incluso estéticas6, estables y heredadas en un largo asentamiento de las tradiciones.

Además, el pueblo de Inglaterra sabe bien que la idea hereditaria proporciona un principio seguro de conservación y un principio a seguir de transmisión sin excluir, en absoluto un principio de mejora. Deja abierta la posibilidad de adquirir, pero asegura lo que se adquiere (Burke, 2003, p. 68).

Las ideas políticas de Burke desde mucho antes de los tiempos de la revolución francesa están tejidas en consonancia con el capitalismo pujante inglés, no obstante, vigilado por principios institucionales de Estado, familia y propiedad. Esta aparente dualidad contradictoria debe llevarnos de nuevo a precisar su postura sobre palabras como razón, ilustración, abstracción. Burke no está contra el progreso de la dinámica del capitalismo a través del desarrollo de una razón práctica-instrumental transformadora del mundo material, constructora del mundo de la ciencia, Burke teme a la abstracción trasladada de las leyes de la naturaleza a los hechos sociales sin el camino de los cambios pausados de las tradiciones y consolidados en instituciones. Su retórica, incluso hasta nuestros días en muchos casos, recurre a “lo natural” en los juicios morales, como recurso argumentativo ético y político, en un afán axiomático de exposición de verdades donde en realidad tenemos tejido social en ebullición permanente, aunque consolidado lentamente a través de las instituciones.

Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV

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