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V. PENSAMIENTO POLÍTICO DESDE LAS OBRAS DE BURKE

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Su producción intelectual es amplia, documentada y profunda. Y transcurre por temas filosóficos, estéticos, jurídicos, políticos, económicos, entre otros. Exponemos la lista de sus obras en orden cronológico, aunque tan solo nos ocupamos de algunas con énfasis político como en el caso de Una vindicación de la sociedad natural (1756), Reflexiones sobre la causa del descontento actual (1770), en particular su libro Reflexiones sobre la revolución en Francia (1799). La siguiente lista de las obras de Burke da cuenta no solo de su producción, sino de la línea temática a lo largo del tiempo, de su constancia en el tema político, de su permanente trabajo no solo teórico-práctico, de su estilo literario epistolar, del panfleto y las reflexiones como género favorito. Es decir, el tratado filosófico no es su campo, la abstracción modeladora no es su ruta.

Una vindicación de la sociedad natural (1756), Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello (1756), Un reporte de la colonización europea en América (1757), Compendio de la historia de Inglaterra (1757), Editor del registro anual por unos 30 años (1758), Panfleto sobre las leyes papismo (principios de 1760), Sobre el estado actual de la nación (1769), Reflexiones sobre la causa del descontento actual (1770), Sobre los impuestos en América (1774), Conciliación con las Colonias (1775), Una carta a los sheriffs de Bristol (1777), La reforma de la representación en la Cámara de los Comunes (1782), Reflexiones sobre la revolución en Francia (1790), Carta a un miembro de la Asamblea Nacional (1791), Apelación de los nuevos a los viejos whigs (1791), Reflexiones sobre los asuntos franceses (1791), Observaciones sobre la política de los aliados (1793), Cartas sobre una paz regicida (1795-97), Carta a un noble señor (1796).

- Vindicación de la sociedad natural (1756)

Este primer libro de Edmund Burke, publicado bajo el nombre de Lord Bolingbroke en 1756, constituye una piedra fundante de toda su filosofía y estilo posterior, deja ver su constante posición de desconfianza frente al juicio de las masas; no obstante, en un discurso anárquico y alegórico, hace un viaje a lo largo de la historia de la humanidad, haciendo acopio de la característica subyacente a las estructuras de poder: la mezquindad, la debilidad humana y la guerra. Reivindica la sociedad natural, el estado de naturaleza original y los gobiernos que en un acto de copia del discurso religioso han podido gobernar con equilibrios las sociedades. Aunque en realidad, su defensa de la sociedad natural es una gran ironía sobre la naturaleza humana y la necesidad del acuerdo político para superar el estado de guerra hobbsiano, porque la virtud es innatural y extraña al hombre:

La guerra, dice Maquiavelo, debería ser el único estudio de un príncipe, y por príncipe se refiere a cualquier clase de Estado constituido. El príncipe, dice este gran doctor político, debería considerar que la paz es solo un respiro que le da el tiempo para ingeniar y hacer acopio de la habilidad para llevar a cabo planes militares. Una meditación sobre la conducta de las sociedades políticas llevó al viejo Hobbes a imaginar que la guerra era el estado de naturaleza y, desde luego, si alguien juzgara a los individuos de nuestra raza por su conducta cuando se unen y forman naciones y reinos, podrían imaginar que la virtud era innatural y extraña al hombre (Burke, 2009, p. 33).

El estilo satírico del texto hace pensar más en un marco enmascarado, estilo muy usual para esos tiempos y en todos los tiempos, bajo algún tipo de terror de Estado, para decir verdades a medias, para hacer una pintura de trazos grises de la sociedad y las tensiones entre ricos y pobres: “El editor sabe que el asunto de esta carta no ha sido tratado de un modo tan completo como podría; no era su propósito decir todo cuanto podía decirse” (Burke, 2009, p. 25). El uso recurrente de la segunda persona marca en este, y otros textos, inclusive en su gran libro de Reflexiones sobre la revolución en Francia, una constante para ocultar o desviar el destinatario de sus reflexiones y proclamas, un truco estilístico para evitar la censura, para atraer al lector a desentrañar sus intenciones no inmediatas desde sus huellas en el discurso.

La imposibilidad de la sociedad natural nos lleva a revisar el proceso de nuestras instituciones, a salvaguardar el mejor gobierno, uno que sea capaz de mantener el orden. Y en este cometido Burke desconfía en sumo grado de los juicios tanto de los gobernantes corruptos como de las masas ignorantes. No obstante, como veremos en Reflexiones sobre la causa del descontento actual, su concepto del pueblo es muy favorable si se le compara con la gran desconfianza que le produce la corrupción entre los gobernantes.

- Reflexiones sobre la causa del descontento actual (1770)

Noelia Adáñez González en su presentación del texto Revolución y descontento hace una reflexión sobre el alcance epistemológico de la postura de Burke y en particular sobre el fundamento de la cuestión política:

Más allá del contenido explícito de este ensayo, lo que se encuentra es una crítica a los métodos apriorísticos empleados por los filósofos racionalistas de su tiempo y, particularmente, a la idea notablemente extendida y popularizada por Rousseau, acerca de la superioridad de la sociedad natural sobre la comunidad civil. Sin duda este texto anuncia las suspicacias que en Burke provocaban los razonamientos que él mismo llamaba de naturaleza abstracta, siempre que estos se encontraban desvinculados de alguna forma de teología (Adáñez, en Burke, 2008, p. XXII).

La recepción de la obra y del pensamiento de Burke ha estado enmarcada por la controversia y la hipocresía de sus críticos y de la sociedad de cada momento. La época victoriana le condena cuando este período en sí mismo es un mar de confusiones morales. De acuerdo con cada detractor, Burke pasa de ser un tory12 a un whig13 o a un reaccionario. Contrario a los comentarios de un sector de la crítica, Burke suele repetir su apoyo al pueblo como soberano aunque no le otorgue cualidades de autonomía intelectual.

No me cuento entre los que piensan que el pueblo no se equivoca nunca: lo ha hecho con frecuencia y con daño, tanto en otros países como en este. Pero aun así digo, que en todas las disputas entre el pueblo y sus gobernantes la presunción de razón esta como mínimo a la par en favor del pueblo. Quizá la experiencia pueda justificarme si voy más allá. Donde el descontento popular ha sido constante, muy bien se puede afirmar y sostener que generalmente algo fallaba en la Constitución o en la conducta del gobierno. El pueblo no está interesado en el desorden. Cuando obra mal, ello constituye su error, y no su delito (Burke, 2008, p. 7).

Burke defiende las atribuciones de la Cámara de los Comunes, defiende la estructura constitucional y el sistema de partidos, defiende los controles en particular al rey y resalta el papel del pueblo en su participación y control para evitar el desorden y el caos. Desde la Revolución de 1688 la monarquía aceptó el control político del Parlamento. Todo nuevo poder ejercido por la Cámara de los Lores, la de los Comunes o la Corona, debe excitar, ciertamente, el celo ansioso y vigilante de un pueblo libre.

En Reflexiones sobre la causa del actual descontento, Burke discurre por los hechos alrededor de los abusos de poder del rey Jorge III (desde 1760), al pretender reducir la participación y capacidad decisoria del Parlamento, derechos consolidados desde la Declaración de derechos o Bill of Rights de 1689, dando cabida a una inestabilidad burocrática y a la acusación del rey como un autócrata. En particular, la anuencia de la Cámara de los Comunes para expresar y tramitar las opiniones y necesidades del pueblo, fue reducida a una bondad del monarca como concesión. Burke acusa a Jorge III y su corte de haber invertido el sentido de la estructura parlamentaria de la monarquía:

Hasta entonces la opinión del pueblo, a través de una asamblea todavía en alguna medida popular, servía para obtener los mayores honores y ganancias de manos de la Corona. Ahora la regla es la contraria: el favor de la corte es el único modo seguro de obtener y conservar esos honores que deben estar a disposición del pueblo (Burke, 2008, p. 53).

- Reflexiones sobre la revolución en Francia (1790)

Y sobre los procedimientos de ciertas sociedades de Londres en relación con dichos acontecimientos, escritas con la intención de haber sido enviadas a un caballero de París.

La publicación en 1790, con los acontecimientos de la Bastilla frescos en el debate público, Burke publica su texto con 11 reediciones en su primer año. Como fue su costumbre, utiliza la estructura de carta a un ciudadano que le indaga sobre los hechos en París, lo que establece un soliloquio, el otro es apenas una figura para una mirada oblicua de los hechos. Un recorrido por la lista de contenido de Reflexiones sobre la revolución en Francia nos arroja varios hechos ya en el horizonte: a) el autor hace un recorrido por los temas neurálgicos alrededor de la revolución francesa: políticos, económicos, ideológicos; b) sus convicciones planteadas en todos sus textos e intervenciones anteriores guardan unidad de pensamiento entre otros aspectos como su defensa de la religión anglicana (pero incluso de los valores católicos), su recurrencia a la tradición como referente de los valores y de las decisiones sociales y políticas; c) en definitiva, cada acápite lo estructura con la perspectiva de mostrar los errores de la revolución en Francia y el temor por el apoyo que esta ha recibido de algunos intelectuales y políticos ingleses. Presentamos la tabla de contenido de este texto, central para este ensayo, a manera de recorrido entre sus apuestas temáticas:

Primera parte

Los amigos ingleses de la revolución en Francia.

Los verdaderos principios constitucionales de la monarquía inglesa.

Sobre el derecho del pueblo a destituir a sus gobernantes.

Sobre el derecho del pueblo a formar un gobierno por sí mismo.

Los errores de la revolución francesa.

El verdadero significado de los derechos del hombre.

Análisis crítico de la revolución francesa.

Tradición inglesa versus Ilustración francesa.

La Iglesia es uno de los fundamentos del Estado británico.

La política confiscadora de la Asamblea Nacional.

Defensa de la monarquía y aristocracia francesas.

La Iglesia en Francia bajo el nuevo orden.

Segunda parte

La Asamblea Nacional bajo examen.

La nueva constitución de la legislatura.

Francia considerada como confederación, y los intereses comunes de sus miembros.

El poder ejecutivo bajo el nuevo orden.

La política fiscal.

Burke presenta en este libro el compendio de sus reflexiones sobre la complejidad de todo lo que involucra la estructura del Estado, el papel del Parlamento y los intereses cruzados de todos los estamentos sociales. Su primera conclusión fundante en sus reflexiones es afrontar que los gobiernos simples son fundamentalmente deficientes, por no decir ahora nada peor de ellos (Burke, 2003, p. 106).

Ante los hechos de la Bastilla y la arremetida de la revolución en medio de la confusión, las contradicciones y los abusos, Burke confirma una y otra vez su desconfianza por los cambios bruscos, violentos y ajenos al legado de las instituciones y de la historia. No encuentra fundamentos en los procedimientos de la Asamblea proclamada en París, los hechos inmediatos a 1789 le van a confirmar su profunda desconfianza respecto a unos revolucionarios inexpertos, apenas envalentonados por un poder fortuito producto de su atrevimiento. Burke se anticipa a la sangre y a los caminos oscuros de la época del terror, igualmente se anticipa a la incapacidad de los revolucionarios para reconstruir el balance entre los estamentos nacionales de la naciente república y la presión internacional de las monarquías europeas dispuestas a restablecer el orden nobiliario en Francia.

La inexperiencia de los revolucionarios franceses es presa de un modo definitivo de los ataques de Burke, para quien la teoría tiene el tiempo que no tiene la experiencia. ¿Qué es la libertad sin conocimiento y sin virtud? La libertad no es para él una mera abstracción, es un derecho construido y sancionado por el tiempo, es algo a lo que tenemos derecho por nuestra virtud para disfrutarlo. La ignorancia y la carencia de tratos con la libertad impiden la capacidad para actuar de un modo libre, no bajo la servidumbre de sus propias falencias. Burke representa de este modo la tendencia anglosajona de concebir el mundo político desde el concepto de la libertad negativa.

Los efectos de la incapacidad que han mostrado los líderes populares en todos los departamentos del Estado quieren cubrirse con el “todo poderoso nombre” de libertad. En algunos individuos veo una gran libertad; ciertamente; en muchos otros, si es que no en la mayoría, una opresiva y degradante servidumbre. Pero ¿Qué es la libertad sin conocimiento y sin virtud? (Burke, 2008, p. 352).

La perspectiva capitalista de la política en Burke no arroja dudas sobre su capacidad intelectual ni sobre su experiencia como tecnócrata para resolver asuntos prácticos. Sus grietas argumentativas tampoco provienen de una ignorancia del derecho o de una incapacidad para respetar y debatir los argumentos del contrario. Tampoco podemos reducirlo a ser un anti-ilustrado. Burke teme a la poca experiencia de una razón abstracta aplicada a la sociedad como si fuera la naturaleza, por ello hace una gran ironía en Vindicación de la sociedad natural. En lo que no confía Burke es justamente en la naturaleza humana para la convivencia pacífica, altruista y justa. En este aspecto se anticipa a varios debates de la modernidad: uno, al debate sobre la complejidad de la metodología científica en las ciencias sociales; dos, a que no siempre hay homología entre los métodos de las exitosas ciencias de la naturaleza (no humana), aplicados en algunos casos de modo mecánico para resolver preguntas a relaciones entre seres humanos subjetivos, individuales, impredecibles; tres, asume y critica la modernidad, pero no desde la actual posición posmoderna, Burke no lucha contra la razón sino contra quienes sin experiencia la usan en nombre de una libertad esclava. Cuando Burke se enfrenta a la necesidad de referentes fundacionales de una constitución, no recurre a una democracia ateniense porque no encuentra en su tiempo la madurez para el debate público, se ancla en la religión, en la corte y en la tradición como asidero, pero las somete a la práctica y por ello a la aprobación del pueblo.

No sin razón, por tanto, la ciencia de las finanzas prácticas y especulativas, la cual se ve obligada a llamar en su ayuda a tantas otras ramas del conocimiento, tiene tanto prestigio, no solo entre la gente ordinaria, sino también entre los hombres más sabios y mejores. Así como esta ciencia ha crecido con el progreso del objeto de su estudio, así también la prosperidad y mejora de las naciones han aumentado proporcionalmente al aumento de sus rentas públicas. Y tanto aquella como estas continuarán creciendo y floreciendo en la medida en que exista un equilibrio entre lo que se les deja a los individuos para dar un incentivo a sus esfuerzos, y lo que se recauda para financiar las empresas públicas del Estado, de tal modo que aquellos y este se hallen en recíproca proporción y se mantengan en estrecha correspondencia y comunicación (Burke, 2008, p. 329).

En el último pasaje del libro, Burke vuelve a sus preocupaciones fundantes, al Hobbes del miedo, al Burke conservador del orden, la moral y las instituciones; liberal en cuanto a la empresa y la ciencia.

Poco tengo para dar fuerza a mis opiniones: solo una larga observación y mucha imparcialidad. Vienen de alguien que jamás ha sido un instrumento de poder ni un adulador de los grandes, y en cuyas últimas actuaciones no quisiera desmentir lo que ha sido el tono general de su vida. Vienen de alguien cuya actividad pública ha consistido casi por entero en luchar por la libertad de los demás; de alguien en cuyo pecho la única cólera perdurable o vehemente ha sido la provocada por lo que él consideraba tiranía, y que, robando tiempo a sus ocupaciones para emplearse en vuestros asuntos, ha participado en los esfuerzos que los hombres buenos suelen realizar para desacreditar la opulenta opresión; y que, haciéndolo así, está persuadido de no haberse desviado de su función habitual. Vienen de alguien que no desea en gran medida honores, distinciones y emolumentos, y que en absoluto espera recibirlos; de alguien que no desprecia la fama y no teme a la murmuración; de alguien que quiere alejarse de disputas, pero que también se atreve a expresar su opinión; de alguien que desea conservar el orden, pero que quisiera hacerlo variando los medios para asegurar la unidad de su propósito, y que cuando el equilibrio del barco en que navega pueda ser amenazado por llevar una sobrecarga en uno de sus lados, está dispuesto a aportar el pequeño peso de sus razones al otro lado, a fin de que el navío pueda preservar su estabilidad (Burke, 2008, p. 356).

Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV

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