Читать книгу Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV - Enrique Ferrer Corredor - Страница 25
B. EL SISTEMA DE PESOS Y CONTRAPESOS QUE HACEN POSIBLE LA DEMOCRACIA
ОглавлениеSegún Tocqueville, cuando la sociedad no asimila la democracia a través de sus leyes, ideas y costumbres, se tiene “(…) una democracia sin aquello que atenúa sus vicios y hacer resaltar sus ventajas naturales (…)” (Tocqueville, 1957, p. 35). Al comparar el sistema democrático norteamericano con los sistemas monárquicos europeos, Tocqueville halla en las democracias el potencial de generar menos miserias, menos ignorancia, de ser naciones más prósperas y apacibles, y concluye que en las democracias se observan más vicios, pero menos crímenes (Tocqueville, 1957, p. 36).
Lejos de hacer una apología exaltada de la democracia, Tocqueville ensaya una aproximación crítica: en lugar de glorificarla, analiza detalladamente su funcionamiento, y busca sus fortalezas y sus debilidades. A partir de sus fortalezas, el autor describe las maravillas que la democracia engendra; y a partir de sus debilidades, muestra las perversiones que el uso malintencionado o deficientemente controlado del sistema podría acarrear.
Por lo anterior, la democracia requiere de un delicado sistema de pesos y contrapesos, capaz de exaltar sus bondades y corregir sus excesos. A continuación se describirán los aspectos más importantes de este sistema de la democracia norteamericana.
Para hablar de soberanía en los Estados Unidos hay que remitirse al “dogma de la soberanía del pueblo”. Tocqueville no define el significado de este dogma, pero a lo largo de su libro se entiende que soberanía hay cuando el poder de la toma de las decisiones políticas más importantes para la sociedad reside en el pueblo.
Para Tocqueville, a partir de la revolución norteamericana
[e]l dogma de la soberanía popular salió de la comuna y se apoderó del gobierno. Todas las clases sociales se comprometieron por su causa; se combatió y se triunfó en su nombre; llegó a ser ley entre las leyes (Tocqueville, 1957, p. 75).
El sistema político administrativo norteamericano, según el autor, se encuentra estructurado a partir de tres unidades administrativas: la comuna, el condado y el Estado y para entender la democracia en Estados Unidos hay que saber qué significa la comuna para el sistema. Tocqueville ilustra la conformación de las comunas de la siguiente manera: “La comuna de Nueva Inglaterra (township) ocupa el término medio entre el cantón y la comuna de Francia. Se compone en general de dos a tres mil habitantes (…)” (Tocqueville, 1957, p. 79).
La comuna es, entonces, básicamente la unidad administrativa mínima del sistema democrático norteamericano surgido a partir de la asociación libre de vecinos que se reúnen a tratar temas administrativos y de política. Como unidades administrativas del territorio, las comunas desempeñan numerosas funciones públicas; pero la más importante es la encomendada a un pequeño grupo de individuos llamados los select-men que son elegidos cada año. A estos select-men, a quienes Tocqueville compara con los alcaldes franceses, el Estado les ha encomendado ciertas funciones, pero las cruciales son aquellas que cumplen en virtud de la administración de sus comunas. Una vez elegidos, los select-men gozan de autonomía administrativa para cumplir sus deberes; sin embargo, para temas importantes para la comunidad, estos deben convocar a una reunión comunal (township meeting) donde se consulta a la asamblea y esta decide mediante votación. Como puede observarse, el origen de la democracia en Norteamérica es el modelo de participación popular por definición, “[e]l pueblo dirige el mundo norteamericano como Dios lo hace con el universo. Él es la causa y el fin de todas las cosas. Todo sale de Él y todo vuelve a absorberse en su seno” (Tocqueville, 1957, p. 76).
El hecho de que sea el pueblo el que controla los asuntos públicos directamente, hace que la teoría del sistema democrático se aplique y este control popular es el primer pilar del sistema de pesos y contrapesos.
Dice Tocqueville (1957, p. 192) que “[l]os partidos políticos son un mal inherente a los gobiernos libres (…)”. Pero este mal necesario es la forma de agrupación por antonomasia que las democracias utilizan para llevar a cabo una alternancia organizada del poder.
Tocqueville diferencia entre grandes y pequeños partidos políticos. Los primeros exhiben “(…) en general unos rasgos más nobles, pasiones más generosas, convicciones más reales y una actuación más franca y atrevida que los otros” (Tocqueville, 1957, p. 193). Dice que en los Estados Unidos los partidos políticos grandes eran cosa del pasado. Para ese momento existía una infinidad de partidos pequeños, lo que evidenciaba que la opinión pública se encontraba muy fraccionada; no existían uno o varios partidos políticos capaces de identificar y representar las preferencias políticas más representativas de los norteamericanos.
No obstante lo anterior, la sociedad norteamericana de esa época no conocía el odio religioso o la lucha de clases, por lo que los partidos pequeños no podían explotar ningún tipo de situaciones extremas. En consecuencia, lo que hacían estos partidos era representar la opinión de los diferentes grupos políticos que los crearon. Lo cual beneficiaba a la democracia porque garantizaba un apego de los ciudadanos a las reglas de juego democráticas y promovía la discusión civilizada sobre puntos importantes para la sociedad.
Tocqueville compara la importancia del derecho de asociación con el derecho de libertad individual. Si el derecho de libertad individual es inalienable debe serlo también el derecho de unir esas libertades individuales en una asociación. En los Estados Unidos la asociación de los individuos para diferentes fines es uno de los elementos esenciales de la vida cotidiana, “(…) asócianse con fines de seguridad pública, de comercio y de industria, de moral y religión” (Tocqueville, 1957, p. 206). No existe, pues, en los norteamericanos la idea de la necesidad imperativa de una autoridad preconcebida que les solucione los problemas cotidianos o les dicte las pautas de comportamiento en ciertos casos. Para las empresas que necesitan un esfuerzo conjunto, la idea de asociarse surge espontáneamente del pueblo: este se organiza automáticamente, como si existiera un protocolo para ello, se define un cuerpo deliberativo que tomará las decisiones y orientará la ejecución del proyecto que será ejecutado por todos aquellos voluntarios que componen el grupo.
Tocqueville define tres maneras en que los ciudadanos utilizan su derecho de asociación en los Estados Unidos. En primer lugar, está el de adherir y contribuir públicamente a cierta opinión. En segundo lugar, se encuentra el derecho de reunirse para apoyar cierta posición política o discutir sobre aspectos puntuales que requieren solución. Finalmente, se encuentra la manifestación eminentemente política del derecho de asociación que es la reunión de individuos en colegios electorales para que sus ideas sean representadas en asambleas políticas (Tocqueville, 1957, p. 207).
El derecho de asociación es importante, pero más lo es el uso que hacen los norteamericanos de ese derecho. Cuando los individuos reconocen que la acción colectiva es más eficaz que las manifestaciones de inconformidad individual y logran reunirse y plantear soluciones colectivas a los problemas que se les presentan sin esperar la mano salvadora del Estado, eso se convierte en germen de la verdadera democracia. Después de todo, la democracia es un sistema político basado en la participación del pueblo y este solo puede participar en la toma de decisiones políticas si está preparado para ello. De otra manera, la participación popular no deja de ser un espejismo inventado para justificar sistemas pseudo-democráticos.
Un aspecto sustancial en la configuración de la democracia norteamericana es el deber de todo individuo de servir como jurado en juicios tanto penales como civiles. Esto cierra un círculo virtuoso del que forman parte los individuos que viven en una democracia donde cada ciudadano “(…) es elector, elegible y jurado” (Tocqueville, 1957, p. 274).
Tocqueville distingue al jurado como institución judicial y como institución política y lo define como “(…) cierto número de ciudadanos tomados al azar y revestidos momentáneamente del poder de juzgar” (Tocqueville, 1957, p. 274). Como institución judicial, el jurado es un mecanismo para juzgar los delitos en una sociedad; pero como institución política juega un papel trascendental en la democratización de la sociedad ya que “[e]l hombre que juzga al criminal es, pues, realmente, el amo de la sociedad” (Tocqueville, 1957, p. 274).
En esta forma, la justicia deja de ser una actividad que se desarrolla en una dimensión social lejana y ajena al ciudadano y se traduce en el ejercicio de la soberanía popular mediante la aplicación de una justicia directa pero regulada. De acuerdo con Tocqueville, dentro de las ventajas del sistema de jurados norteamericano descuellan las siguientes: les proporciona a los ciudadanos el espíritu y los hábitos del juez; les enseña a practicar la equidad, a no retroceder ante las consecuencias de sus propios actos, y es uno de los medios más eficaces para la educación del pueblo. “Así, el jurado, que es el medio más enérgico de hacer reinar al pueblo, es también el medio más eficaz de enseñarlo a reinar” (Tocqueville, 1957