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1. COSTUMBRES

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En primer lugar, en los Estados Unidos no había un sistema social jerárquico establecido con anterioridad entre los primeros colonos norteamericanos. Los inmigrantes, por lo general, no eran portadores de títulos nobiliarios y si lo eran, dichos títulos carecían de todo valor en los nuevos territorios. Esta organización social permanece más o menos igual para la época en que Tocqueville visita América y es precisamente la ausencia de estructuras sociales rígidas la que permite una movilidad social en Norteamérica que no se conocía en la Europa del siglo XIX. La estructura política y social europea se basaba en la tradición; los títulos nobiliarios y la posición social se heredaban y, con ellos, el acceso a las posiciones de poder. De manera que esta nueva sociedad más horizontal era una novedad para la época y evidentemente necesitaba de un sistema político que no privilegiara la posición social sobre la participación ya que, por substracción de materia, no había ningún tipo de privilegio social basado en la tradición ni en la inmensa riqueza medida en términos de la propiedad de la tierra porque “(…) para cultivar esa tierra rebelde, eran precisos todos los esfuerzos constantes e interesados del propietario mismo” (Tocqueville, 1957, p. 55). Es decir, en las primeras colonias de Norteamérica no había espacio físico, consenso social, ni posibilidad de sustento económico que permitieran el desarrollo de una aristocracia ociosa.

La relativa homogeneidad social de los primeros colonizadores contenía dentro de sí otro factor de igualdad: su nivel de educación. Cuando se refería a la llegada de los colonizadores Tocqueville los describía en la siguiente forma:

Su reunión en suelo norteamericano presentó, desde el origen, el singular fenómeno de una sociedad en donde no se encontraban ni grandes señores ni pueblo y, por decirlo así, ni pobres ni ricos. Había, guardada la proporción, una mayor masa de luces esparcida entre estos hombres que en el seno de ninguna nación europea de nuestros días. Todos, sin exceptuar tal vez a nadie, habían recibido una educación bastante avanzada, y varios de ellos se habían dado a conocer por su talento y su ciencia (Tocqueville, 1957, p. 56).

No solo la homogeneidad académica era favorable para el establecimiento de un sistema democrático, sino su mínimo denominador común: “La instrucción primaria está allí al alcance de todos. La instrucción superior no se halla casi al alcance de nadie” (Tocqueville, 1957, p. 63). Para la Europa del siglo XIX contar con una educación primaria era un privilegio que no estaba al alcance del pueblo, por ello Tocqueville describe brevemente algunas disposiciones sobre la educación de los niños en los estados de Nueva Inglaterra. En primer lugar, la ley crea las escuelas comunales que deben ser mantenidas por sus respectivas comunidades, so pena de recibir fuertes multas. Adicionalmente, en los distritos con mayor población se establecían escuelas superiores. Finalmente, los magistrados municipales eran los encargados de velar por la asistencia de los niños a las escuelas y de imponer multas a los padres que no cumplían con esta obligación (Tocqueville, 1957, p. 63).

Según Tocqueville, la educación primaria, tan esparcida en los estados de la Nueva Inglaterra, se debía a los esfuerzos del Estado para brindar educación y a la necesidad de los colonos de adquirir conocimientos básicos para ejercer los oficios a los que se dedicarían por el resto de su vida. Por eso la educación avanzada no era un elemento importante en la vida de los norteamericanos. La necesidad de trabajar desde muy jóvenes les impedía dedicarse a otra cosa y cuando adquirían cierta estabilidad económica ya no les interesaba estudiar. En consecuencia,

[s]e encuentra, pues, una cantidad inmensa de individuos que tienen el mismo número de nociones, poco más o menos, en materia de religión, de historia, de ciencias, de economía política, de legislación y de gobierno (Tocqueville, 1957, p. 72).

Es precisamente por esta nivelación en la formación académica de los norteamericanos que es posible la democracia.

Esta formación les permite a los norteamericanos discutir, con bases conceptuales mínimas, acerca de su sistema político. El impacto se logra, no por lo elemental de los conocimientos que para la época ya era un logro sino por la amplia difusión que la educación básica alcanza.

Este elemento es sumamente importante para la teoría de la democracia en Tocqueville. Porque son condiciones básicas de la democracia cierto debate político calificado y la conciencia individual de que es en el pueblo donde reside la soberanía y no en el Estado; y que por ello es necesario que los individuos fiscalicen todas las actividades de ese Estado para impedir la tiranía del sistema:

En una nación ignorante y democrática, no puede menos de manifestarse pronto una diferencia prodigiosa entre la capacidad intelectual del soberano y la de cada uno de sus súbditos, y esto acaba de concentrar todos los poderes en sus manos (Tocqueville, 1957, p. 621).

Otros factores que permitieron la igualdad en las colonias remite al origen común de sus fundadores y a la identidad que se desprende de él.

Los diferentes Estados tienen no solamente los mismos intereses poco más o menos, el mismo origen y la misma lengua, sino también el mismo grado de civilización lo que hace casi siempre fácil el acuerdo entre ellos (Tocqueville, 1957, p. 161).

Si bien existía cierta diversidad entre los inmigrantes ingleses, tenían ellos rasgos comunes y se encontraban en una situación similar a su llegada a América. De acuerdo con Tocqueville, un fuerte vínculo cultural que une a los primeros colonos entre sí es el idioma.

El lazo del lenguaje es tal vez el más fuerte y más durable que pueda unir a los hombres. Todos los emigrantes hablaban la misma lengua; eran todos hijos de un mismo pueblo (Tocqueville, 1957, p. 54).

Uno de los principales motivos de emigración, si no el principal, desde Inglaterra hacia América a partir del siglo XVII fueron las persecuciones religiosas. Es así como la migración de los puritanos a América se convirtió en una peregrinación hacia la libertad. A diferencia de la colonización española cuya motivación fue principalmente económica para explotar las inmensas riquezas encontradas en los territorios recién descubiertos, la colonización inglesa ofreció unas características totalmente diferentes:

(…) los emigrantes de la Nueva Inglaterra llevaban consigo admirables recursos de orden y de moralidad; se encaminaban al desierto acompañados de sus mujeres y de sus hijos: pero lo que los distinguía sobre todo de los demás, era el objeto mismo de su empresa. No era la necesidad la que los obligaba a abandonar su país; dejaban en él una posición social envidiable y medios de vida asegurados; no pasaban tampoco al nuevo mundo a fin de mejorar su situación o de acrecentar sus riquezas; se arrancaban de las dulzuras de la patria para obedecer a una necesidad puramente intelectual: al exponerse a los rigores inevitables del exilio, querían hacer triunfar una idea (Tocqueville, 1957, p. 57).

Como se puede observar, Tocqueville atribuye una gran importancia al origen común de la inmigración norteamericana como factor que permite la integración social. Pero no solo el origen es importante. La identidad cultural y religiosa de este origen común permite construir un sistema político basado en valores conocidos, aceptados y deseados por todos los individuos y ese consenso social es uno de los factores que inducen el surgimiento de la democracia.

La característica más visible de estos peregrinos, y tal vez la que más impacto tuvo en los aspectos social y político de las colonias norteamericanas, era su religión: el puritanismo. Tocqueville decía del puritanismo que “(…) era casi tanto como una teoría política, como una doctrina religiosa” (Tocqueville, 1957, p. 58). Como doctrina religiosa estricta, el puritanismo imponía normas de comportamiento igualmente estrictas a sus seguidores. Esto permeaba todos los aspectos de la vida en las nuevas colonias y sirvió como base para su organización social y política. De acuerdo con Tocqueville, el primer acto realizado por los peregrinos cuando desembarcaron en América fue un acuerdo mediante el cual conformaban una sociedad política para gobernarse bajo los designios de Dios. Lo primero que llama la atención es este acuerdo que se constituye en un contrato social muy parecido al de la teoría contractual. En segundo lugar, dicho pacto se suscribe por designio de Dios, lo que curiosamente no implica que sea un pacto confesional. Finalmente, y como es de suponer, la sociedad así establecida quedaba sujeta a los preceptos morales del puritanismo.

Esta mezcla de Estado y religión parece contradecir los esfuerzos y el empeño que algunos teóricos habían puesto en construir un modelo de Estado laico. A priori, el Estado democrático norteamericano parecería fundado sobre las bases del más riguroso fundamentalismo religioso, como lo era el puritanismo. Sin embargo, el mismo Tocqueville le reconoce a la religión en Norteamérica un carácter singular:

La religión que, entre los norteamericanos no se mezcla nunca directamente con el gobierno de la sociedad, debe, pues, ser considerada como la primera de sus instituciones políticas; porque, si no les da el gusto de la libertad, les facilita singularmente su uso (Tocqueville, 1957, p. 292).

En la cita anterior hay dos elementos importantes para rescatar: el primero es que si bien la religión es la base de la política norteamericana, esta nunca se mezcla con la política. El segundo elemento es que la religión se considera la base de las libertades en ese país.

Con respecto al primer elemento, Tocqueville sitúa a la religión como la base de la política en los Estados Unidos, ya que le atribuye el origen de las costumbres severas por las que se rigen los norteamericanos. Como consecuencia de esto, Tocqueville deduce que el orden que se practica en el seno familiar, a partir de normas muy estrictas de comportamiento impuestas por el puritanismo, es el que por extensión se practica en el Estado. De ahí que le dé a la religión una importancia fundamental en la preparación de los ciudadanos para la convivencia social y para obedecer el orden social impuesto por el Estado.

Tocqueville observa que en los Estados Unidos, al contrario de Europa, los papeles que desempeñan la iglesia y el Estado están totalmente claros:

(…) todos [los norteamericanos] le atribuyen a la completa separación de la Iglesia y del Estado el imperio pacífico que la religión ejerce en su país (Tocqueville, 1957, p. 294).

Por ejemplo, los sacerdotes que defienden la libertad en sus sermones no se inmiscuyen en asuntos políticos, no ocupan cargos públicos y en algunos estados hasta les es vedado participar en política. Esto se da, según Tocqueville, porque la iglesia entendió que si se dedica a aumentar su poder e influencia sobre los asuntos terrenales uniéndose a un gobierno determinado, lo que hace es perder el inmenso poder que le da el influir en el alma y la conciencia de los hombres. Una iglesia politizada genera oposición y resistencia en parte de su feligresía, por lo que

[l]a religión no podría, pues, compartir la fuerza material de los gobernantes, sin cargar con una parte de los odios que provocan (Tocqueville, 1957, p. 295).

Con respecto al segundo elemento, al considerar la religión como fundamento de las libertades norteamericanas, Tocqueville se basa en el concepto de libertad de Cotton Mather en su libro Magnalia Christi Americana:

Hay en efecto una especie de libertad corrompida, cuyo uso es común a los animales y al hombre, que consiste en hacer cuanto le agrada. Esa libertad es enemiga de toda autoridad; se resiste impacientemente a cualesquiera reglas; con ella, nos volvemos inferiores a nosotros mismos; es enemiga de la verdad y de la paz; y Dios ha creído un deber alzarse contra ella. Pero hay una libertad civil y moral que encuentra su fuerza en la unión y que la misión del poder mismo es protegerla; es la libertad de hacer sin temor todo lo que es justo y bueno. Esta sana libertad, debemos defenderla en todas las ocasiones y exponer, si es necesario, por ella nuestra vida (Tocqueville, 1957, p. 63).

Como puede verse, la libertad para los norteamericanos es hacer lo que es justo y bueno y de ahí que, definida en estos términos, se compagine perfectamente con los preceptos puritanos, pues lo justo y lo bueno se definen en primera instancia por la religión. Esta idea de libertad se circunscribe a lo que permite la religión y cuando esto es interiorizado y practicado así por los individuos, se convierte en la mejor herramienta de control social a disposición del Estado. Por eso, con respecto a la sociedad, Tocqueville “[c]onsidera a la religión como la salvaguardia de sus costumbres y a las costumbres como garantía de las leyes y la prenda de su propia duración” (Tocqueville, 1957, p. 64).

Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV

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