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3. LAS CIRCUNSTANCIAS

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Al lado de las costumbres y las leyes, Tocqueville (1957, p. 278) identifica “(…) mil circunstancias independientes de la voluntad de los hombres que, en los Estados Unidos, hacen fácil la república democrática”.

Estas circunstancias se relacionan principalmente con las características físicas del territorio donde se asentaron las primeras colonias y del que habría de ser conquistado y colonizado posteriormente; lo que conformaría un país inmenso con infinidad de recursos naturales y, por su ubicación privilegiada, libre de enemigos peligrosos.

La primera circunstancia importante es la ubicación de los Estados Unidos. A partir de la colonización y expansión territorial justificada por lo que se llamó “el destino manifiesto”, los Estados Unidos creían que era su derecho y su destino expandirse hacia el oeste hasta llegar al Pacífico; y hacia el sur, como en efecto lo hicieron gracias a la guerra de anexión con México entre 1846 y 1848. Se creó un Estado virtualmente aislado de enemigos peligrosos para su estabilidad interna. México al sur ya había sido derrotado en la guerra y Canadá al norte no representaba ningún peligro para el Estado norteamericano. Así, los Estados Unidos quedaban protegidos de sus potenciales enemigos por aquella formidable barrera natural que son los océanos Atlántico y Pacífico.

Tocqueville le concede importancia capital a este hecho en el desarrollo de la democracia ya que “[l]os norteamericanos no tienen apenas vecinos, destrozos ni conquista que temer. No tienen necesidad ni de grandes impuestos, ni de ejército numeroso, ni de grandes generales” (Tocqueville, 1957, pp. 278-279). Por esta razón, el Estado no necesita recaudar impuestos de guerra ni armar y mantener grandes ejércitos permanentes. Se prescinde de la influencia que puedan llegar a tener los líderes militares en el gobierno civil.

La segunda circunstancia tiene que ver con la ausencia de una gran capital en los Estados Unidos, de una ciudad tan grande que resulte determinante en las decisiones de los estados que componen la Unión, o cercene el control del pueblo sobre las decisiones políticas. En los Estados Unidos

[l]as ciudades forman como grandes asambleas cuyos miembros son todos los habitantes. El pueblo ejerce en ellas una influencia prodigiosa sobre sus magistrados, y a menudo ejecuta sin intermediario su voluntad (Tocqueville, 1957, p. 279).

Tocqueville critica la preponderancia de las grandes capitales porque ellas centralizan el poder y las decisiones están en manos de unos pocos, por lo general en una élite dominante en la capital. De esta manera, el destino de grandes territorios queda en manos de un grupo reducido de personas, lo que fractura los sistemas de participación y perjudica los sistemas de representación.

La tercera circunstancia se relaciona con la tierra y las condiciones en las que los colonos acceden a ella. En primer lugar, su baja densidad demográfica es un factor importante para la ocupación y desarrollo del territorio: “la América del Norte solo estaba habitada por tribus errantes que no pensaban utilizar las riquezas naturales del suelo” (Tocqueville, 1957, p. 280). Cuando Tocqueville llegó a América en 1831, la Oficina de Censos de los Estados Unidos acababa de celebrar el quinto censo nacional el cual arrojó los siguientes resultados: 12.860.702 habitantes, de los cuales se excluía a las poblaciones indígenas; en ese momento la Unión contaba con 24 estados y una densidad demográfica de 7.4 habitantes por milla cuadrada (U.S. Bureau Census a). Tan solo 30 años después, en 1860, la Unión tenía 31.443.321 habitantes, 33 estados y una densidad demográfica de 10.6 habitantes por milla cuadrada (U.S. Bureau Census b).

Los datos anteriores demuestran que el territorio norteamericano estaba prácticamente desocupado y esto permitía el acceso de los colonos a la tierra. Lo que en Europa era un sueño para las clases menos favorecidas desde la aparición del feudalismo, para los americanos era un hecho natural. Lo único que se requería para ser propietario de tierra en Norteamérica era encontrar un lote sin reclamar y comenzar a trabajarlo. Estos derechos de igual acceso a la tierra brindaban a los norteamericanos una condición de equidad incomparable desde la cual podían ejercer su ciudadanía y reclamar para sí los beneficios y la protección del Estado.

Por otro lado, Tocqueville detalla la forma como los norteamericanos se apoderan de los territorios de los nativos. Cuando la inmigración se aproxima a territorios indígenas, el gobierno de los Estados Unidos envía una embajada que reúne a los indígenas y los conmina a cambiar sus territorios por baratijas como armas, aguardiente, vestidos de lana, collares de vidrio, espejos y brazaletes. Si dudan o presentan algún tipo de resistencia, se les da a entender que no pueden rehusar la oferta, pues en ese caso el gobierno no podría “garantizarles el goce de sus derechos”. Los indígenas aceptan resignados lo que se les ofrece y se desplazan de sus tierras ancestrales dejando el camino libre para que los blancos las colonicen (Tocqueville, 1957, p. 318). Todo esto fue posible gracias a la Ley de Reubicación Indígena de 1830 por medio de la cual se facultaba al Gobierno Federal a cambiarle a los indios sus territorios por otros al oeste del río Mississippi. Tribus como las Creek, Cherokee, Chickasaw y Choctaw aceptaron los tratos, pero otras más beligerantes como los Seminoles de la Florida libraron tres guerras contra el Gobierno Federal (U.S. Department of State, s.f.). Lo que representó un drama en términos humanos para las comunidades indígenas de los Estados Unidos, fue un paso importante para la consolidación de un Estado moderno en Norteamérica.

Manual de historia de las ideas políticas - Tomo IV

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