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UNA TENTACIÓN IRRESISTIBLE

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¡Qué misterio es una dedicatoria, una entrega de símbolos!

JORGE LUIS BORGES

La dedicatoria es la acción y el efecto de dedicar.

Se pueden dedicar muchas cosas: un combate boxístico (“dedico esta pelea a mi madrecita, que me está viendo”), una sinfonía (Beethoven dedicó su tercera sinfonía a Napoleón, aunque finalmente destruiría esa dedicatoria por considerar que el general había pasado de ser un héroe a un tirano), una película (como Tess, que Polanski dedicó a la memoria de la que fuera su esposa, Sharon Tate), un libro (Stefan Zweig dedicó su libro Tres maestros a Romain Rolland, y Borges Los justos a María Kodama: “De usted es este libro, María Kodama. ¿Será preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que está sola y las populosas mañanas, las islas compartidas, los mares, los desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las láminas?).

Pero también una dedicatoria significa agregarle un peso a una persona. De todas las tribulaciones por las que tiene que pasar un hombre, en buena medida una dedicatoria contribuye a aumentar el infortunio. Qué bien estarían Jomi García Ascot y María Luisa Elío antes de que García Márquez les dedicara Cien años de soledad, y doña Clara antes de que Juan Rulfo hiciera lo propio con El llano en llamas.

Hay de dedicatorias a dedicatorias. Las más cándidas son las que figuran en las primeras páginas de las tesis: “Dedico esta tesis a mis padres Emiliano y Rosa María, que con su ejemplo me mostraron el camino del triunfo. A mis hermanos Emiliano, Rosa María y Germán, que siempre estuvieron cerca de mí, apoyándome con su ejemplo y abnegación. A mis tíos Filemón, Margarita y Amílcar, a mi padrino Fausto. A todos mis amigos que he tenido desde la primaria y que no menciono por no herir a nadie que no incluya en la lista, bien sea por olvido u omisión. A mis maestros y compañeros de generación, que vieron en mí un futuro triunfador”.

Bien podría decirse que la dedicatoria –que no el autógrafo– es género literario (como el obituario o el epitafio). Pero sobre todo las líneas que pergeñan los escritores cuando se ven presionados. Por ejemplo, en la presentación de un libro de su autoría. Es inaudito su afán por ser inmortales. Como si de veras cualquier palabra salida de su pluma habría de ser memorable. En efecto, el escritor se prepara. Hasta su actitud cambia cuando ve venir al lector con el libro en la mano. Permanece a la expectativa. Aquel individuo que se acerca obtendrá una firma del ungido. Observa pues que se aproxima sigilosamente, ceremoniosamente, y lo espera como un señor feudal al siervo. El supuesto lector extiende el libro delante del hombre de letras, quien lo mira como preguntándose ¿y qué querrá este pobre diablo, que lo traduzca? Por último, le pregunta su nombre, y firma: “Para Fulano, con afecto”. O más simple todavía.

Hay coleccionistas de dedicatorias. Pero no se sabe si la razón que obliga a un coleccionista es el amor a la literatura o la ambición. El amor a la literatura porque cuántas personas no atesoran como oro molido un libro de su autor favorito que lleve su firma. La ambición porque, quién no lo sabe, un libro dedicado, digamos, en una edición príncipe, vale más que uno sin dedicatoria alguna. Y eso el tiempo lo valora.

Cioran cuenta que alguna vez compró un libro usado precisamente por su dedicatoria: “Que en estos momentos difíciles la lectura de Cicerón te procure alivio”.

El arte de mentir

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