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TIANGUIS DE HÍBRIDOS

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Ser versátil es un arma de dos filos.

Es preferible servir para una sola cosa y avanzar. De pronto la versatilidad puede resultar muy llamativa, pero obliga a la toma de decisiones. Para quedarse con una sola cosa. Poseer una cabeza con ideas que no parecen coincidir y que marchan por itinerarios distintos, atrae y repele.

Las personas versátiles no saben qué hacer con sus talentos. Cuando menos la mayoría. Se levantan pintores, comen bajo el manto feraz de la filosofía, y concilian el sueño añadiendo un párrafo a su interminable novela. Pero no es que vayan de una actividad a otra aupados en la última capa de la cebolla cerebral, sino que no se conocen a sí mismas lo suficiente y la determinación que debe apuntalar su vida se aleja cada vez más.

Para estas personas, los días transcurren como una embarcación a punto de zozobrar. Cada diligencia las atrae por igual, y terminan bloqueándose entre sí.

Desde niños, dichos individuos (de)mostraron tener todo un espectro de posibilidades. Como cualquier niño. ¿Qué será de grande?, se preguntaba su padre cuando lo veía desarmar un carrito, ¿será músico?, aventuraba su madre cuando contemplaba a su vástago poner las manos en el piano, ¿será mago?, acotaba su padrino cuando lo observaba desaparecer monedas bajo el mantel.

La versatilidad es un estorbo. Pero también un desafío. Para un hombre versátil, cualquier logro significa un triunfo. Porque concretar significa un despliegue de concentración. Dejar de lado cualquier cosa, no importa qué tan atractiva resulte. Hacer a un lado las múltiples demandas del espíritu, para finalmente sacar algo a flote.

A veces la encrucijada es sangrienta. Como en el caso de Schumann, que de joven no sabía si inclinarse por la poesía o por la música. Escribía poemas encendidos y componía piezas para piano colmadas de fantasía. Finalmente, y como todo mundo sabe, se decidió por la música, porque se plantó la disyuntiva como una decisión mortal. Lo supo así porque tuvo la visión de su vida. La música le daría más dolor, y era tras lo que andaba. Tras el sufrimiento más enconado.

Pero no todos tienen esa fortuna. Más bien es al revés.

La versatilidad obliga a la dispersión. El talento se desparrama como agua de lluvia. Y no se avanza, o se avanza a cuentagotas. Y en lo que dura un parpadeo, se va la vida. Aquella persona de habilidades múltiples, ve que su existencia ha transcurrido en una serie de intentos que en eso se quedaron, en intentos.

La versatilidad crea ilusiones vacuas. Plantea derroteros inexistentes en la realidad. La expectante realidad que termina por pulverizar sueños, como si fueran atroces e infectos mosquitos en torno al hombre que intenta concentrarse en lo suyo.

El miedo al fracaso permea el criterio de los escritores versátiles. ¿Cuántos novelistas se ven impelidos a escribir poesía, pero los detiene desparramar su creatividad, o bien tienen muy presente los criterios que ordenan no ir de la prosa al verso sin pedir permiso a la academia?, ¿cuántos poetas se ven tentados por la diosa prosa de la narrativa, pero los pasma el terror de ser versátiles y derramar inocuamente su creatividad, o bien salirse de los cánones que dicen muy claro que un poeta no debe ser narrador, ni a la inversa?

La verdadera proeza no radica en la versatilidad sino en la administración del tiempo. Un hombre debe administrar su tiempo bajo el impulso de sacarle el mayor provecho posible. Sólo de esa manera podrá realizar cuantas tareas lo acometan. Sólo de ese modo podrá enfrentar un destino partido por la mitad, cuando lo atraigan tareas paralelas aunque opuestas.

El arte de mentir

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