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16 de octubre de 2018 El efecto VISA

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Como aquel anuncio de VISA hay situaciones en la vida del abogado que no tienen precio. Cuento lo ocurrido con un juicio que finalmente hoy no se celebró y así lo explico.

La víspera por la mañana dediqué un hora y media a preparar las notas para el juicio, mientras revisaba concienzudamente el expediente administrativo. Y tras terminar dejé todo listo para acudir al juicio señalado para hoy a las 11.40 horas.

A las 11 salí del despacho, cogí mi coche y me dirigí al juzgado llegando diez minutos antes de la hora señalada. Saludé a la abogada del Estado que estaba repasando sus notas, intercambié unas breves impresiones sobre el juicio, y al cabo de un cuarto de hora llega el abogado que faltaba, casi sin aire después de haber subido a pie las cinco plantas –se ve que el ascensor a la hora del café está muy solicitado–, al que tranquilicé pues todavía no nos habían llamado para entrar en sala.

Mientras tanto me puse contestar algún correo electrónico desde el teléfono y llamar un par de veces al despacho. El reloj avanzaba con parsimonia y ya entretenía la espera consultado las redes sociales con cierto desdén. Después de una hora paseaba con las manos en los bolsillos y aclaraba a los compañeros que me preguntan que mi juicio era el de las 11.40, remarcando de forma sonora el 11.

Al final, poco antes de la una nos toca entrar en la sala de vistas, sin que el juez, aun con tono afable disculpase el retraso, tono que cambió cuando el abogado rezagado que después de tanta espera ya había recuperado el resuello, dijo la siguiente frase que tanto tememos escuchar en esas circunstancias: “Señoría tengo que pedir la suspensión del juicio porque no he tenido ocasión de estudiar el expediente administrativo”. “Cómoooo”, dije para mis adentros, poniendo el juez cara de pensar lo mismo. A lo que añade mi circunspecto colega: “es que pasé ayer por el juzgado y me dijeron que el expediente lo tenía usted Señoría”.

El juez, con gracejo andaluz, dijo algo así como “¿me quiere decir usted que para ver el expediente escogió la víspera del juicio?, ¡lleva el expediente un mes en el juzgado!”.

Casi tartamudeando el aludido acertó a decir: “es que nadie del juzgado me avisó de que había llegado el expediente”. El juez, conteniendo su ira, empezó con ímpetu a pasar las páginas de los autos para reconocer: “¡mal por el juzgado, pero muy mal por usted, hombre!”.

Mientras tanto, yo asistía callado, pero deseando decir que hacía tres semanas que un compañero de despacho había pasado para fotocopiar el expediente. En esto entra en sala el agente judicial con el libro de entrega de expedientes señalando que sólo por mi parte se había recogido devolviéndolo al día siguiente, mientras yo sacaba pecho como dando a entender que el expediente no avisa de su llegada, pero nosotros nos preocupamos por saber cuándo llega al juzgado.

En esto surge el momento fatídico en el que el juez pregunta: “¿entonces qué, suspendemos”? Los otros dos abogados miramos inquisitivamente a nuestro colega que timorato acierta a decir: “casi mejor, porque es posible que viendo el expediente desista del recurso”. En ese momento es cuando uno cambiaría la toga por un disfraz de Fredddy Krueger, pero el verbo desistir produjo en mí un efecto tranquilizador, asintiendo a continuación a la petición del compañero.

A la salida me tomé la licencia de dedicarle una contenida admonición al causante de mi media mañana perdida por no haber avisado antes de esa circunstancia, quien ya liberado de la presencia del juez se justificó con lo mal que funcionaba el juzgado. Vivir para ver.

Conclusión: una hora y media para preparar el juicio y más de tres para no celebrarlo. El efecto VISA es que al cliente tendré que facturarle la mitad del tiempo realmente dedicado a ese menester, porque la espera en estos casos para él no tiene precio, porque no soy quien de hacerle pagar las ineficiencias del sistema (y la torpeza de algunos de mi especie).

La soportable gravedad de la Toga

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