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8 de octubre de 2018 Juego sucio procesal

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Resulta difícil en ocasiones mantener ese tono de sobria elegancia dialéctica cuando se trata de contestar a un recurso de la contraparte, si previamente has constatado sus malas artes y la falta de respeto a las reglas del juego forense (la principal es atenerse a la palabra dada).

Los antecedentes se remontan a unos tres meses antes cuando negocié con un compañero el pago de la deuda de mi cliente con ocasión de una apropiación indebida reconocida. Intentaba beneficiarle de una rebaja de la pena gestionando directamente con el abogado de la empresa para la que había trabajado el importe adeudado y la forma de pago. Resuelta esa cuestión abordaría la prueba de la ludopatía que condujo al comportamiento delictivo, para acordar con el fiscal una condena de conformidad a pena inferior a dos años de prisión, lo que permitiría suspenderla y así mi cliente podría rehacer su vida y tratarse de su adicción con la cercanía y el apoyo de su familia.

En un momento dado entra en escena otra abogada del mismo despacho que sin mediar palabra presenta un escrito en el juzgado pidiendo medidas cautelares (entre ellas el embargo de bienes de mi cliente), algo a lo que no daba crédito, pues suponía tanto como querer negociar con una pistola por debajo de la mesa y, además, disparando.

Llame al compañero con el que había estado negociando y con indisimulado enfado le pedí explicaciones a lo que me justificó diciendo que era su socia la que ahora llevaba el caso, recordándole que teníamos un acuerdo plasmado en varios correos electrónicos, contestándome que ya no tenían valor, y ante mi inocente pregunta me dijo que no autorizaba utilizar esa correspondencia.

Comprenderán que ante esa situación procedía dejarse de medias tintas y mover rápido ficha tomando la iniciativa en el procedimiento para solicitar determinadas pruebas que el juez acogió.

Llegados a este punto hoy tuve que oponerme a un recurso de reforma que la nueva abogada de la empresa presentó contra el auto de medidas cautelares. Se trataba de un recurso falto de rigor, que mezclaba churras con merinas, invocando jurisprudencia civil que ni venía al caso, en una amalgama caótica de errores procesales, materiales e incluso gramaticales.

El cuerpo me pedía darle una lección de Derecho poniendo en evidencia su ignorancia jurídica. No era complicado y he de reconocer que estuve inspirando en la crítica a su inconsistente recurso. Pero tengo la costumbre que tras redactar un escrito en el ordenador, antes de firmarlo digitalmente lo imprimo en papel (que me perdonen los ecologistas) y lo repaso lápiz en mano (hábito analógico al que no renuncio).

Viendo que la ponía a caer del burro de una forma casi mordaz, me di cuenta que aun respondiendo al trámite procesal con precisión, el escrito así cocido (desde el resentimiento por la traición) era demasiado duro con mi contradictor. Así que empecé a garabatear sobre el borrador del recurso toda suerte de eufemismos y expresiones más amables para, sin perder la intención (que se desestimase el recurso), no hiciera sangre en ese desigual duelo.

Me quedó un escrito elegante, respetuoso e igual de contundente que el original, no exento de cierta ironía que tampoco viene mal para alegrar la lectura a quien luego tiene que resolver. Pero tengo claro que por un exceso verbal, aun justificado, no podemos perder la razón que nos asiste, porque al final lo que hacemos es convertir los intereses de nuestros clientes en excusa para los nuestros. No podemos ser correa de transmisión –sino filtro– de su insatisfacción, ni ellos el ariete de actuaciones que conviertan el duelo procesal en reyerta forense. Porque la esencia de ese combate judicial tiene que ser como la esgrima, elegante pero sin sangre: “touche”.

La soportable gravedad de la Toga

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