Читать книгу La soportable gravedad de la Toga - Eugenio Moure González - Страница 20

5 de octubre de 2018 El éxito hay que sujetarlo a un mástil, como a Ulises

Оглавление

Hay algo mejor que recibir la notificación de una buena sentencia, que es notificarla al cliente. Esta semana he tenido la fortuna de dar esa buena nueva en cuatro ocasiones, y cada cliente reaccionó a su manera, pero todos con sus comentarios me recordaron cuál es la esencia de esa profesión: ayudar al cliente1. Siempre lo intentamos pero no siempre lo conseguimos, aunque esta semana hicimos pleno, además en casos complicados que nos obligaron no sólo a un sobresfuerzo intelectual, sino también emocional por lo que estaba en juego.

La primera clienta a quien llamé es una mujer ya jubilada, pero muy vital a pesar de que una fallida intervención quirúrgica la que dejó recluida casi permanentemente en su casa. Habíamos conseguido una estimación parcial de la demanda en primera instancia, insatisfactoria, pero finalmente el tribunal de apelación estimó el recurso, incrementó la indemnización pero, sobre todo, dio la razón en lo que para mi clienta era casi una necesidad terapéutica, desmontado el argumento exculpatorio de un gran hospital. La clienta me hizo notar el respaldo anímico que para ella suponía la noticia ahora que estaba a punto de someterse a una nueva intervención, a lo que le dije que ojalá le permitiese cumplir su sueño de viajar a Islandia. Sin afectación me contestó: “Eugenio, me conformo con poder mojar los pies en la playa de La Lanzada”2.

La segunda clienta a la que llamé fue para informarle que la sentencia de gran invalidez de su marido era ya firme al desestimar el tribunal el recurso del INSS, reaccionado ella con disimulada alegría para centrar su relato en los escasos progresos de su marido en la recuperación de un ictus a los 48 años de edad. Creo que mi llamada, aunque agradecida, supuso recordarle el mazazo de cuando se encontró de repente con la dependencia de su marido para muchas de las actividades básicas de la vida diaria. Fue como dándome a entender que la sentencia a pesar del incremento importante de la pensión inicialmente reconocida por el INSS sólo ponía fin a un proceso judicial, pero no a su vía crucis personal y familiar. Le animé y deseé suerte en la recuperación de su esposo.

A la tercera clienta le escribí un lacónico Whatsapp a punto de embarcar en un avión: “has ganado”. Cuando estaba ocupando mi asiento me llamó y me pregunta: “¿en serio Eugenio?” Le expliqué donde me encontraba y que no disponía mucho tiempo, pero suficiente para contarle que el juzgado había declarado nulo su despido al estimar la demanda por discriminación basada en su enfermedad crónica y que además de la readmisión y del abono de los salarios de tramitación, deberían indemnizarla por los daños morales causados. Una sentencia que se hizo esperar cinco meses, muy compleja por lo novedoso del planteamiento y difícil de conseguir porque enfrente teníamos a una gran multinacional. Mi cliente, veterana profesional, poliglota y muy preparada casi al borde del llanto me dijo: “ahora sólo espero que me valoren”. Le recordé lo que ya habíamos comentado en otras ocasiones, que era mejor no volver a la empresa donde le había hecho tanto daño, negociando una generosa indemnización compensatoria que le permitiese abordar nuevos proyectos con cierto desahogo económico. Me contestó: “bueno, ya lo hablaremos, pero ahora sólo quiero darte las gracias, has podido con ellos como David contra Goliat”. Me disculpé con que la azafata ya mandaba apagar los dispositivos electrónicos, aunque realmente era por ocultar mi emoción por su comentario.

La cuarta llamada fue una explosión de júbilo. Cuando hablé con la clienta y le dije que el tribunal había estimado nuestro recurso se puso a gritar eufórica, lanzando algún improperio para la parte contraria que hasta sonaba simpático. Su vida, que dependía de una silla de ruedas hasta la próxima intervención, había dado en esos momentos un giro inesperado, reconfortante además por el reconocimiento del error cometido con ella. Tras relajarse un poco, con su deje mexicano me preguntó: “¿te gusta el tequila?”. Para no contrariarla le hablé del tequila reposado y enseguida me suelta: “¡eso es de pijos!, me refiero al tequila del pueblo, el que beben lo pobres”. “Adelante –le contesté– brindaremos con él, aunque terminemos como unos mariachis”.

Cuatro llamadas distintas pero igualmente gratas, momentos es lo que uno no debe sentirse el mejor abogado del mundo (por el riesgo de que ocurra lo mismo que al que gritó algo parecido en la proa del Titanic), sino afortunado por hacer de su profesión no sólo un digno medio de ganarse la vida sino un modo de ayudar a los demás. El éxito es fugaz, vanagloriarnos de él es la torpe manera de evitar que vuelva. Sigamos trabajando con humildad, hay más clientes esperando.

1. Abogado etimológicamente significa “el que acude en auxilio”.

2. Arenal a mar abierto entre los municipios pontevedreses de Sanxenxo y O Grove, lugar de mis primeros baños con mi osado padre, que me enseñaba a nadar entre olas considerables.

La soportable gravedad de la Toga

Подняться наверх