Читать книгу La soportable gravedad de la Toga - Eugenio Moure González - Страница 14
14 de septiembre de 2018 Escuchar al cliente más importante que escucharse a uno mismo
ОглавлениеConcluyo la semana laboral mentalmente agotado. Y no crean que es por haber estado pegado a la pantalla del ordenador horas de más, sino todo lo contrario, pues en los últimos cinco días he atendido a 27 clientes en reuniones de más o menos una hora de duración, cada cual con su distinta problemática, lo que ha terminado por saturarme.
Reconozco que yo mismo fomento ese hábito pues soy de la opinión de que la mejor aproximación a los hechos es conocer de primera mano la versión del cliente, e incluso, cuando de acciones reales se trata intento tener la reunión “in situ” para apreciar mejor aquello (sea una vivienda o una finca) que algún día sea el objeto de un pleito.
Comparto el comentario del Dr. Marañón de que la mejor herramienta diagnóstica es la silla donde el cliente se sienta y nos cuenta sus problemas. Quizás nuestro insigne doctor tuviese una visión freudiana de la medicina, pero la verdad es que para obtener Justicia, por paradójico que parezca, los hechos son lo primero; sin ellos aplicar el Derecho es como construir castillos en el aire.
Así las sillas confidente (nunca mejor llamadas) está semana echaban humo, pues la mitad de mi jornada de trabajo estuvieron ocupadas escuchado los problemas de mis clientes, sus dudas y sus temores. De todo voy tomando nota confeccionado eso que llamo la historia cíclica (no clínica, que es cosa de médicos), es decir, anotando lo que me cuenta el cliente en cada venida al despacho a modo de resumen.
Al final, y de ahí la saturación comentada, por mucho que intente no dejarme influir emocionalmente por sus problemas, es muy difícil inmunizarse frente al dolor ajeno, sobre todo cuando a un metro de ti tienes el rostro roto de unos padres que han perdido a su hija, o de quien se ha quedado sin trabajo o de un tercero con la salud maltrecha, por poner tres ejemplos.
Un despacho de abogados puede llegar a ser la variopinta pasarela del drama humano, a la que no debemos asistir como espectadores impasibles, pues sería la confirmación de que hemos perdido la sensibilidad y la empatía, cualidades que no sólo nos ayudan a ser mejores personas, sino también abogados más implicados.
Hace tiempo leía en la novela “El viejo juez” de Jane Gardam1 que los jueces tienen que tener la piel de un elefante (y la mirada también, pienso). Sin embargo, los abogados tenemos que tener la piel de un felino, lo suficientemente sensible para reaccionar de distinta forma, pero siempre rápidamente, tanto al afecto como a la agresión (pensarán que este mundo de la abogacía se ha convertido en una selva, pero sólo es una metáfora).
1. Gardam, Jane. El viejo juez. Anagrama. Barcelona, 2011. La novela empieza con esta cita, como para justificar el tono serio de algunos de mi especie: “Los abogados, supongo, también fueron niños alguna vez” (inscripción en la estatua de un niño en el jardín del Inner Temple de Londres).