Читать книгу La soportable gravedad de la Toga - Eugenio Moure González - Страница 19
2 de octubre de 2018 Ojo con la autodefensa
Оглавление“Quien se defiende así mismo tiene un tonto por cliente y un imbécil por abogado”. Esta frase atribuida a Abraham Lincoln (que fue abogado antes que presidente de EE. UU.) la traigo a colación porque hoy me tocó defenderme a mí mismo. En ocasiones los abogados caemos en el error –quizás inconsciente– de querer desmentir a Lincoln, para terminar experimentando esa sensación (que quizás el malogrado presidente también tuviese) que entremezcla la subjetividad del discurso propio con la cuestionada credibilidad de quien se defiende en primera persona del singular.
El caso surge de una antigua deuda que una compañía de seguros mantenía conmigo al dejar de abonarme cinco facturas de entre otras muchas que sí abonó. No fui abogado de tal aseguradora, sino de sus asegurados, que en su derecho a la libre elección depositaron en mí su confianza para su defensa en unos procesos penales. A pesar de que en 10 años de relación indirecta con esa compañía ninguna condena hubo, por extrañas circunstancias, ni siquiera hoy en juicio bien aclaradas, dejó de abonarme esas facturas por un monto total de más de 20.000 euros.
Judicializada la cuestión por mi parte con una simplicidad en el argumento más propia de un lego en Derecho, aunque con aplastante lógica (si hice el trabajo y además bien debe ser remunerado), los abogados de la compañía esgrimieron un abanico de excepciones que sorteé como pude en base a la doctrina de los actos propios (si antes me pagaste por hacer lo mismo, ahora debes hacerlo también). Pero en mi fuero interno me sentía despojado de mi capacidad técnica de defensa; es como si la subjetividad de la experiencia propia anulase la objetividad del análisis jurídico.
Resulta que cuando el abogado se defiende así mismo padece eso que los oculistas llaman “visión en tubo”, es decir, tiende a poner el foco en aspectos concretos ceñidos a la experiencia propia, perdiendo la perspectiva de quien, ajeno al conflicto vivido, toma distancia para ampliar el campo de visión abarcando todos los aspectos de la discusión, incluso aquellos tangenciales.
Por eso en ocasiones el cliente discrepa del abogado y viceversa, porque ambos tienen visiones distintas del problema, considerando uno que se relativiza determinada información y el otro que se exageran ciertos detalles. Esa diferencia de criterio cuando se complementa es lo que enriquece la línea de defensa por el intercambio productivo de ideas, pero cuando no es así produce clamorosos desencuentros.
Aun siendo consciente de todo esto se preguntarán porqué entonces asumí mi propia defensa. Se trataba de una cuestión de honor, sí, de eso que en la época de los duelistas llenaba de honorables los camposantos. De honor porque al negarme el pago me negaban el trabajo hecho, lo que traducido en dinero se llaman honorarios. Espero que el juicio de hoy no termine como el de Sócrates, otro que también se defendió así mismo y terminó bebiendo la cicuta1. Yo al final lo que tomé fue un reconfortante café con la procuradora, esa amiga que te dice siempre lo bien que lo hiciste.
1. Nota de una semana después: no hubo cicuta, sino una sentencia que estimó la demanda en un 90% de lo pedido, curiosamente razonando en base a la doctrina de los actos propios. Pero no se fíen, el resultado final no contradice la teoría sobre el abogado de uno mismo.