Читать книгу Vida campesina en el Magdalena Grande - Eliana Milena Toncel Mozo, Fabio Silva Vallejo - Страница 5
Presentación
ОглавлениеEl Grupo de Investigación sobre Oralidad, Narrativa Audiovisual y Cultura Popular del Caribe Colombiano (ORALOTECA) tiene más de diez años de trabajo en diversos territorios de la geografía regional. Durante este tiempo nos hemos acercado a las realidades que viven los pueblos y las comunidades que nos unen como un territorio pluriverso y multicultural, procurando constituirnos como un puente entre los conocimientos populares y el saber académico; lejos de pretender asumir la voz de las comunidades, hemos ensayado herramientas y canales por medio de los cuales estas comunidades puedan enunciarse a sí mismas. Más allá de pretender llevar los conocimientos populares a los escenarios del debate académico, nuestra apuesta es por acercar los escenarios académicos a las epistemes de las comunidades y los pueblos del Caribe. Por esta razón, la publicación de este libro se convierte en una nueva apuesta por acercar el mundo académico a la realidad que viven las comunidades de campesinos y campesinas que habitan los departamentos del Cesar, Magdalena y La Guajira, al tiempo que son un aporte fundamental para el reconocimiento del campesinado como sujetos sociales de derecho, ya que desde sus territorios, han configurado formas propias de relacionarse con el territorio que les permiten generar procesos de organización, lucha y resistencia para su dignificación como población.
Conocer la vida, las cotidianidades y formas de ser de los pueblos campesinos y pescadores del Magdalena Grande (Cesar, Magdalena y La Guajira) es un reto que debió ser asumido mediante un método que permitiera a las personas expresar los significados de lo que hacen y por qué lo hacen (Restrepo, 2016); esto fue posible mediante el diálogo e intercambio de saberes, pero fundamentado desde el saber escuchar como un instrumento de acercamiento que rompiera con la verticalidad en la interpretación de la realidad y generara una horizontalidad en la construcción de conocimiento sobre lo que significa “ser campesino” en una región tan diversa como es el Caribe colombiano. En ese sentido, los recorridos etnográficos, el diálogo de saberes, las historias de vida, las entrevistas semiestructuradas, los talleres participativos y la observación dinamizan la búsqueda de relatos que representan la historia y el presente de dichas comunidades como sociedades dignas que han configurado y codificado su mundo mediante la relación constante con la naturaleza, el universo y la sociedad.
Para dar inicio al desarrollo de la investigación se planteó la idea de abordar la realidad de las comunidades campesinas del Magdalena Grande a partir de las formas de relacionarse con el territorio, no solo en términos productivos, sino también a partir de las representaciones, los valores y significados que sobre este se construyen. Así, el análisis de las relaciones establecidas con el territorio puede ser abordado desde la perspectiva naturalista, política, económica y culturalista (Rincón, 2012). El trabajo de los etnógrafos no se limitó a describir prácticas económicas en relación con la tierra y el agua, sino que la mirada del investigador pretendió conocer cómo la tierra y el agua han configurado unas identidades, corporalidades y saberes propios que expresan la historia y la realidad concreta de pueblos marginalizados que han resistido dignamente por el sostenimiento de sus tradiciones y memorias como elementos estructuradores de sus modos de vida.
En ese sentido, los procesos de colonización, poblamiento, saberes locales, economías, conflictos y procesos organizativos guían cada uno de los apartes del documento, que resalta la complejidad y heterogeneidad que atraviesan las realidades campesinas en los departamentos del Magdalena, La Guajira y Cesar (Magdalena Grande), lo cual es un ejercicio de memoria que aporta una lectura actual cuando se refiere a pueblos campesinos y pescadores que aún siguen luchando por mejorar sus condiciones de vida y por ser escuchados como sujetos activos en la construcción de región y país.
La etnografía como método crítico y dialogal (Vasco, 2000) arroja insumos que permiten comprender la territorialidad, la identidad y la memoria desde las mismas voces de los actores; es decir, conocer el territorio de la mano de las comunidades permitió comprender las realidades contadas desde la experiencia, lo emocional y lo sensorial como forma significativa en las dinámicas sociales, culturales y de resistencia de las comunidades campesinas y de pescadores. Los recorridos etnográficos, el diálogo de saberes, las historias de vida, las entrevistas semiestructuradas, los talleres participativos y la observación dinamizan la búsqueda de relatos que representan la historia y el presente de dichas comunidades como sociedades dignas que han configurado y codificado su mundo mediante la relación constante con la naturaleza, el universo y la sociedad.
Para el desarrollo de las etnografías sobre las formas de vida de la población campesina en el Magdalena Grande abordamos el territorio desde sus particularidades geográficas, para lo cual decidimos dividir los departamentos del Cesar, Magdalena y La Guajira en siete subregiones geográficas: Sierra Nevada de Santa Marta, La Guajira, Norte del Cesar, Sur del Cesar, Centro y Sur del Magdalena, Norte del Magdalena o Ciénaga Grande de Santa Marta y una última subregión de análisis que corresponde a las realidades de los campesinos en zonas urbanas.
Las salidas de campo o “recorridos etnográficos” a cada uno de estos territorios permitió recoger la información de acuerdo a las categorías de estructuración de la vida cotidiana propuestas, a saber: producción o satisfacción de necesidades básicas; política o toma de decisiones colectivas; cultura o formas de reproducción de identidades colectivas, prácticas tradicionales y valores comunes, y ambiental o las relaciones con el entorno y los recursos naturales. Asimismo, durante la realización de los recorridos etnográficos se consideró adicionar la dimensión “conflicto”, referente a los efectos sociales derivados de la exposición de las comunidades al conflicto armado interno; esto, dada la recurrencia con que las comunidades señalaban los variados tipos de afectaciones físicas, simbólicas y psicológicas que sufrieron y siguen sufriendo. Sin embargo, dada la alta densidad de producción académica e institucional en años recientes sobre conflicto armado y sus efectos en el territorio, en los ejercicios etnográficos y entrevistas realizadas la dimensión de “conflicto” solo se abordó al final, dando espacio a las otras dimensiones menos estudiadas. Finalmente, las “conclusiones” se elaboraron a partir de una jornada de trabajo con los campesinos, pescadores y voceros más representativos de las comunidades de cada subregión y se aplicó la metodología de diagnóstico participativo mediante el instrumento de “árbol de problemas y árbol de soluciones”.
De esta manera, encontramos que en el primer capítulo se realiza una aproximación a tres de las principales dinámicas del poblamiento campesino en los departamentos del Cesar, Magdalena y La Guajira, poniendo de relieve la importancia de entender los diferentes conflictos históricos del país para comprender las diferentes oleadas de poblamiento de otras regiones hacia estos territorios. Así mismo, la herencia de las comunidades afrodescendientes representa una profunda huella en la historia de las comunidades campesinas del Magdalena Grande, al extenderse y mezclarse con otras culturas y generar un proceso de empoderamiento del territorio —más fuerte en unas zonas que en otras— que, sin duda, ha marcado el desarrollo histórico de las comunidades campesinas. Finalmente, la roza como actividad económica permite entender oleadas migratorias que son permanentes en el tiempo y el territorio, debido a la búsqueda constante de la tierra en la cual tener un cultivo permanente y, de esta manera, un proyecto de vida.
Para el desarrollo del segundo capítulo de este libro se realizó un estudio de caso de exploración a tres poblaciones que están asentadas en la Sierra Nevada de Santa Marta: este aborda el contexto de la colonización, las relaciones históricas que se construyeron con las guerrillas y los paramilitares y el café. Para este capítulo se escogió el corregimiento de Minca, ubicado en el municipio de Santa Marta, y los corregimientos de San Pedro de la Sierra y Siberia, ubicados en el municipio de Ciénaga. Estos tres corregimientos son poblados a partir del proceso de colonización agrícola, del proceso de colonización espontánea y de un efímero proceso de colonización armada.
Los tres corregimientos han tenido una dinámica económica a lo largo de su historia por el cultivo del café y el cultivo de marihuana —entre otros aspectos—, que han sido dignos representantes de la economía local, regional, nacional e internacional. Por otro lado, en estas tres localidades hicieron presencia la guerrilla de las FARC-EP, el ELN y grupos paramilitares. Así mismo, estos tres corregimientos hacen parte del denominado “cinturón cafetero de la Sierra Nevada de Santa Marta” y sobre sus habitantes se han construido estereotipos que van desde “destructores del bosque”, hasta “marimberos”, “guerrilleros” y “paramilitares”.
Los corregimientos de Minca, San Pedro de la Sierra y Siberia se construyeron a partir de los periodos de colonización: una colonización dirigida por el Gobierno local, que se llamó la “colonización extranjera”, y otra colonización ligada al periodo de la violencia política de los años cincuenta. Los extranjeros y los campesinos se sostuvieron a partir de la economía del café y, por último, de los cultivos de marihuana. Todo lo anterior, empatado o cruzado con los periodos de violencia de los grupos guerrilleros y paramilitares; periodos que generaron distintas dinámicas sociales y relaciones con el actor que controlara la zona.
Es importante resaltar que en este capítulo, además de la búsqueda de información primaria, en las etnografías se trianguló dicha información con fuentes secundarias: es decir, con datos obtenidos de documentos oficiales como los provenientes de los planes de desarrollo municipales, de los informes de organizaciones defensoras de derechos humanos, del Centro Nacional de Memoria Histórica, del DANE, de los planes de ordenamiento territorial, de artículos y textos de carácter científico, entre otros. Esto permitió, así, una mirada complementaria sobre lo que se argumenta de los pueblos campesinos frente al sentir y vivir de estas comunidades que han sido marginalizadas históricamente de los escenarios de poder.
En el desarrollo del tercer capítulo las historias de vida fueron fundamentales a la hora de acercarnos a las realidades de las comunidades campesinas de La Guajira, territorio en el que nos encontramos con problemas como la minería a gran escala, la economía ilegal de contrabando, la presencia de grupos armados ilegales y la aridez de la tierra. Sin embargo, a pesar de todos estos obstáculos, las poblaciones campesinas han construido una profunda relación con el territorio, sorteando estos problemas y haciendo de la tierra un lugar productivo para sus familias y para la comunidad.
Durante el cuarto capítulo, la historia del conflicto marcó un papel fundamental en las narraciones, en la medida en que los hechos violentos que marcaron a las comunidades se convirtieron en un punto de referencia en sus narrativas, permitiendo describir un “antes” y un “después” en el desarrollo de las formas de vida campesina en el Norte del Cesar.
Por esta razón, para realizar nuestra aproximación etnográfica a las formas de vida campesina en los territorios del Norte del Cesar llegamos a poblaciones que, debido a su ubicación geográfica y a las condiciones medioambientales de sus territorios, nos permiten obtener elementos de análisis sobre las formas en cómo las comunidades se adaptan al territorio para el desarrollo de sus proyectos de vida, los cuales están directamente relacionados con la producción de la tierra.
Por eso, en este ejercicio llegamos hasta poblaciones como la vereda el Cinco, ubicada en la Serranía del Perijá, donde las condiciones del territorio y el abandono estatal llevaron a las comunidades a realizar cultivos de amapola como única opción de supervivencia; este hecho, como resultado, dejó “la peste” sobre la tierra, impidiendo el desarrollo normal de sus cultivos, por lo que la mora aparece como única opción de salir adelante.
También recorrimos las tierras de la vereda La Guitarra, ubicada en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta —en su vertiente suroriental—, cuyos pobladores han tenido que adaptar sus cultivos a las difíciles condiciones del terreno y a la escasez del agua, condición a la que se suma el hecho de que no existe ningún tipo de acompañamiento institucional (dado que se les considera como invasores).
Así mismo, transitamos por las trochas y los caminos de la vereda Entre Ríos, ubicada en el municipio del Copey, sobre las faldas de la Sierra Nevada —en su vertiente suroccidental—, cuyos pobladores han retornado por su propia voluntad luego de ser desplazados: ahora deben luchar por mantener su vocación agrícola frente a la proliferación de proyectos mineros en su territorio.
De igual forma, y a pesar de todas las dificultades, pudimos recorrer los territorios y las memorias de los pobladores de la vereda el Toco, ubicada en el municipio de San Diego, sobre la margen izquierda del río Cesar, cuyos pobladores desplazados viven en el casco urbano del municipio de Agustín Codazzí: allí se han organizado para exigir su derecho a retornar al territorio con las garantías mínimas de seguridad que les permitan permanecer en él y poder reconstruir sus proyectos de vida.
Finalmente, en nuestros recorridos tuvimos la oportunidad de visitar el barrio Bello Horizonte, en Valledupar, donde conocimos a campesinos y campesinas desplazados por la violencia y quienes, en medio de nostalgias, tristezas, pero también de sueños y fortalezas, nos cuentan cómo ha sido el proceso de adaptación de sus vidas a las dinámicas propias de la ciudad, obligándolos a desempeñarse en lo que popularmente se conoce como “el rebusque” y a tratar de reproducir sus conocimientos sobre la agricultura en los limitados espacios que ofrecen sus patios en los ahora llamados “barrios de invasión”.
En el capítulo cinco, “Vida campesina en el Sur del Cesar”, se detallan los recorridos etnográficos realizados durante los meses de diciembre del 2016 y enero del 2017 en los municipios de Agustín Codazzi, Becerril, La Jagua de Ibirico, Pailita, Pelaya y Aguachica; para el desarrollo de este trabajo, a esta última, que limita directamente con la Serranía del Perijá —principal frontera agrícola, área limítrofe entre Colombia-Venezuela y escenario de diversas disputas y conflictos sociales, ambientales y culturales— la hemos denominado “Subregión: Sur del Cesar”.
Para la caracterización sociocultural realizada en los municipios que conforman esta subregión se realizaron, en un primer momento de la investigación, recorridos etnográficos fundamentados en la observación participante de los diferentes territorios de estudio y entrevistas semiestructuradas a diferentes líderes campesinos de la región con el objetivo de estrechar lazos, socializar la investigación y conocer así la vida de las poblaciones campesinas desde su propia visión.
Los recorridos se realizaron en compañía de los líderes de las veredas y los corregimientos que se visitaron, dado que conocer el territorio de la mano con las comunidades permite reconocer y legitimar el conocimiento que poseen las poblaciones sobre su entorno, geografía y región, además de identificar los lugares que poseen relevancia colectiva en las memorias de los habitantes desde sus conocimientos e intereses.
Por este motivo, las entrevistas semiestructuradas se utilizaron como un elemento que permitió dejar hablar al campesino. El “saber escuchar” es un ejercicio que media el proceso investigativo, puesto que son los saberes de los campesinos y su representación sobre el mundo los elementos de interés para los investigadores y la investigación. En ese sentido, durante este capítulo se presentan elementos como origen-poblamiento, saberes locales y modos de vida, producción económica, conflictos sociales y afectaciones medioambientales.
En el capítulo seis se exponen las experiencias y los recorridos junto a comunidades campesinas en el departamento del Magdalena, específicamente en dos zonas que delimitamos como subregiones, comprendiendo esta delimitación geográfica no como una línea de división o frontera, sino como áreas culturales dinamizadas por el ambiente natural y por relaciones sociales históricas mediadas por el trazado de caminos en el departamento. Es así que esta etnografía busca acercarnos a una metodología para los estudios sobre el campesino en estas dos zonas del Magdalena.
En este capítulo es recurrente encontrar una narración en la que prima la voz del entrevistado y no la voz del antropólogo como la autoridad intelectual que posee el conocimiento (situación recurrente en la Academia); por ende, se encontrarán frases que quizá no se encuentren en los diccionarios de la Real Academia de la Lengua Española o en nuestro vocabulario cotidiano, pero que nos brindarán un acercamiento a comprender el significado del territorio. Por este motivo, la investigación puede no simplemente acercarnos a un público académico o interesado en estos asuntos, sino también permitirle al protagonista de estos relatos (como lo es el campesino) leer (aunque en muchas ocasiones las realidades de los territorios no han permitido a muchos campesinos el acceso a la educación, por lo que no poseen la habilidad de leer, pero con esfuerzo sus hijos sí) sus conceptos y conocimientos desde el territorio.
Para acercarse a las comunidades campesinas en la subregión Sur del Magdalena hay que comprender el territorio desde los referentes culturales y económicos, como pobladores de la Depresión Momposina o el Sur del Magdalena, por lo que es recomendable acercarse a los antecedentes y a las investigaciones sociológicas que relatan contextos similares en la Historia doble de la costa (Fals, 1979) e Historia de la cuestión agraria en Colombia (Fals, 1975), por Orlando Fals Borda, los cuales son documentos recomendados para ilustrarnos sobre historia, cultura y política de la identidad campesina regional.
El recorrido inició por el principal foco en la economía de la región: el Banco, conocida por ser llamada “Ciudad Imperio de la Cumbia” (un referente a la danza que surgió por todo el río Magdalena y que puede evidenciarse como un ejemplo del mestizaje cultural y la diversidad de esta geografía). Así mismo, este lugar representa el último momento en el trabajo campesino, como es el momento de retribución y transformación en valor monetario, con la comercialización con el mayorista (la persona que se encarga de la compra de los productos agrícolas en grandes cantidades y a precios bajos) o en los graneros (los lugares de compra y venta de víveres en los centros poblados) para, finalmente, llegar a tiendas y supermercados.
Por su parte, la zona Centro del Magdalena se caracteriza por sus paisajes de llanuras y montañas (El Difícil) y por la influencia del río Magdalena (Plato, donde la ausencia de precipitaciones y tierra polvorienta es una constante). Por ello, el acercamiento al campesino estuvo mediado por las constantes referencias al trabajo ganadero, el cual posee diferencias sustanciales en la economía, territorio, cultura y política, que permiten resaltar las dificultades y la escasa población que se dedica a trabajar la tierra. Al recorrer esta región encontramos zonas rurales distantes de las cabeceras municipales en las que fue necesario brindar explicaciones y usar la identidad de estudiante universitario para poder acceder, pues existían personas en motocicletas que manifestaban brindar seguridad en los territorios.
En el capítulo siete se realizó una aproximación a las realidades de las comunidades campesinas que viven en los alrededores de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Los recorridos fueron realizados por el investigador principal y un asistente. En promedio, debido a las distancias a recorrer y los medios de transporte disponibles en esta subregión en particular (mototaxi, lancha, carromoto, ferry, etc.), además de la dificultad de desplazamiento en un sistema cenagoso, cada recorrido se completaba en cuatro días con sus noches. Se realizaron en total cuatro salidas de campo. La primera, del 21 al 24 de diciembre de 2016, en la que se recorrieron los municipios de Sitionuevo, Remolino, Salamina, Piñón y Pivijay; la segunda, del 6 al 9 de enero de 2017, en la que se recorrieron los caseríos Varela, Orihueca y Prado Sevilla, en los municipios de Ciénaga y Zona Bananera; la tercera, del 3 al 6 de febrero de 2017, en la que se visitaron los caseríos de Sevillano, La Mira y Candelaria, en los municipios de Ciénaga y Zona Bananera; y la cuarta, del 24 a 26 de marzo de 2017, en la que se recorrieron los municipios de Aracataca y Zona Bananera.
Se llevaron dos diarios de campo, uno por cada microrregión, y se realizaron en total 30 entrevistas, cada una de las cuales fue conducida por el investigador, mientras que el asistente sistematizaba de acuerdo a las dimensiones establecidas. Durante todos los recorridos se llevó registro fotográfico de los diferentes aspectos de la cotidianidad campesina y se recopiló material audiovisual producido por las comunidades. A partir de los insumos recogidos, se organizó la estructura del documento de tal manera que correspondiera a las dimensiones de la vida campesina —que se habían usado en la recolección de información primaria— y a los principales hallazgos.
En el capítulo ocho nos trasladamos a las veredas Puerto Mosquito y Don Jaca, pertenecientes al área rural del distrito de Santa Marta, Magdalena. Nos propusimos conocer y describir el pasado reciente del poblamiento campesino, los conflictos sociales y ambientales, la economía familiar y los rasgos identitarios de la cultura en veredas tan cercanas a la jurisdicción urbana.
Los recorridos fueron realizados en jornadas de mañana y tarde, visitando a cada familia campesina para entrevistarla sobre las diferentes transformaciones del territorio. Por medio de los relatos reconocimos la importancia de localizar las primeras familias que habían llegado a las veredas como portadoras vitales de la memoria, los cambios y las nuevas relaciones campesinas. Nos fue crucial ubicar aquellos lugares más importantes para visitar y describir (donde estaba situada la memoria) para cada familia que visitamos, así como preguntar sobre otras familias que pudieran enriquecer los relatos fundacionales del pueblo y la historia de sus vidas. Los relatos evidencian los testigos y hechos violentos en las veredas, la llegada de nuevos campesinos desplazados de otras regiones y la conformación de una región diversa con habitantes procedentes de municipios golpeados por el conflicto armado interno que consiguieron opciones de trabajo en áreas periféricas de la ciudad.
Entendimos que para etnografiar la vida campesina se debían tener en cuenta las otras formas económicas que se implementan en las veredas y que impactan directamente en la agricultura familiar. En la vereda el Mosquito fue importante observar las relaciones que se construían con estaderos, billares, balnearios turísticos y reservas naturales en las márgenes del río Gaira; mototaxistas y taxistas que transitaban constantemente por la carretera principal; miembros ette-ennaka del resguardo Naara Kajmanta, y operarios de la planta de tratamiento de agua de Gaira, dueños de galpones de pollo y hornos artesanales de carbón. Tales sectores económicos y poblacionales mantienen una relación diferente con la tierra, presentando tensiones en la ecología, propiedad, vocación del suelo e inseguridad, así como poco interés en la producción de alimentos y en la transmisión de saberes que le permita producir la tierra a las siguientes generaciones campesinas.
En Don Jaca fue importante observar los periodos en los que la población se siente identificada con la parte alta de la montaña y sobre la parte baja cerca al mar Caribe. En el primer periodo se desempeña la vocación campesina en la producción de alimentos como el plátano, la ahuyama, el ají, el repollo, la col, el cilantro, el cebollín, el tomate, la naranja, la yuca, la malanga, la papaya y el café, así como en la cría de gallinas y cerdo; este periodo es diferente a los momentos de vocación pesquera con relación cercana a la navegación y pesca a mar abierto, la venta de comida en restaurantes y la prestación de servicios turísticos para los huéspedes de los hoteles cercanos a la zona marítima. Tanto a la parte alta como a la parte baja les afecta el puerto carbonífero Drumond Ltda., ejerciendo un impacto ambiental sobre la tierra y el mar, y acumulando restos del polvillo del carbón. También se presentan difíciles condiciones para el abastecimiento de agua, a pesar de contar con la quebrada Don Jaca, motivo por el cual los campesinos no siempre mantienen los cultivos temporales con los aspersores necesarios para la producción.
En definitiva, la experiencia etnográfica de documentar los acontecimientos y las autoconcepciones de las personas sobre la vida colectiva e individual nos ubicó en la vida rural de la ciudad, haciéndonos conscientes de la falta de estimulación de la tierra y la venta de alimentos locales en las plazas de mercado de Santa Marta. Aún se desconoce la agricultura familiar en las montañas que rodean la ciudad y sus habitantes continúan sin tener los medios óptimos para producir y comercializar los productos, sin el respaldo suficiente para competir con los precios que se imponen desde la ciudad. En ese sentido, cada uno de los relatos campesinos nos dejó ver el potencial productivo a lo largo de la historia y cómo fue desplazado por cultivos de uso ilícito, hidroeléctricas, extracción de carbón, conflicto armado, turismo y balnearios de fin de semana; todo esto, dejando atrás el potencial para producir alimentos, generar mercados locales y desarrollo rural.