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La colonización rocera

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“Roza” es el proceso de deforestar pequeños parches de bosque primario o secundario con el fin de sembrar cultivos de pancoger —es decir, de subsistencia, como el maíz, el fríjol, la yuca— para entregarlos en pastos a los dueños de la tierra cuando la tierra es “prestada” (en arriendo o aparcería, principalmente; esto es, cuando hay un propietario que la entrega informalmente al campesino para desarrollar su roza). También puede ser “apropiada” cuando la “roza” es hecha por colonos sobre tierras baldías; es decir, pertenecientes al Estado y que podrían ser reclamadas como propias después de un proceso de reclamación ante las autoridades competentes, demasiado dispendioso para un campesino pobre. La principal característica económica es que la roza no da para que el campesino viva. Solo sobrevive endeudado con el tendero o el prestamista que le da el dinero para comprar los productos que el rocero no produce (ropas, herramientas, medicamentos, etc.). Como por lo regular el producto de la roza (lo que logra vender en los lejanos mercados) no le permite pagar las deudas al rocero, este está obligado a seguir a otras tierras esperando encontrar una mejor producción después de dos cosechas como máximo. Sin embargo, la tierra rápidamente se agota y el rocero debe convertirla en pastizales: así la puede vender o entregarla como parte de las deudas a sus acreedores y seguir a otra roza hasta que, al fin, se da cuenta de que no queda más selva que tumbar y sigue a otro sitio más distante de colonización. Estas secuencias están ampliamente documentadas en los principales procesos de colonización de baldíos en la Costa Caribe de Colombia, como los descritos por Fals Borda (1976; 1986), Rodríguez Navarro (1990), Molano (1988), Reyes Posada (1976; 2009) y Zambrano (2002).

Este proceso de la “colonización rocera” se inició, al parecer, en los municipios del Sur del Cesar a mediados del siglo XX, especialmente en lo que hoy son los municipios de González y la Gloria, Pailitas, Río de Oro, que en el Censo Agropecuario de 1970-71 fueron los lugares en los que más tierras estaban ocupadas en la forma de colonato y aparcería (esto es, a título precario), por lo que se puede inferir que son las tierras de los pequeños colonos roceros que, desde mediados del siglo pasado, ascendían hacia el norte por la Serranía de Perijá. También está Valledupar con una amplia población campesina con títulos precarios (aparcería y colonato) y, en menor medida, campesinos con pequeñas fincas de menos de cinco hectáreas. En el mismo período se da una intensa colonización de la Sierra Nevada en su vertiente suroriental, especialmente en las tierras bajas de los indígenas arhuacos y kankuamos que se creían protegidos por las espesas selvas del piso cálido. Sin embargo, en muy poco tiempo se ocupó toda la parte de Pueblo Bello y de Atanquez, la mayoría de las tierras en ganadería luego de haber acabado con la selva o monte alto. Solo se detuvo esta colonización con la expedición, por parte del entonces Ministerio de Gobierno, de la resolución 02 de 1973, por medio de la cual “se demarca la Línea Negra o zona teológica de las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta” (Ministerio del Interior, 1973, p. 35).

Esta colonización estuvo alimentada también por trabajadores rurales que venían a recoger algodón de los cultivos mecanizados que, por esa época, se desarrollaron ampliamente en el valle del río Cesar; estos trabajadores vieron la oportunidad de dedicarse a la rocería tanto en la Sierra Nevada de Santa Marta como en Perijá.

Desde un poco antes de mediados del siglo XX se tiene noticia de la colonización de la vertiente occidental de la Sierra Nevada en las regiones de San Luis y el Mico, pero solo es hacia 1960 cuando empieza el auge del café como cultivo principal en la hacienda California, fundada con capitales nacionales sobre las tierras de los indígenas y San Pedro de la Sierra, que luego se amplió hacia Palmor, desalojando completamente a los indígenas de esta parte de la Sierra Nevada (Krogzemis, 1967).

Otra de las colonizaciones más prósperas por la misma época fue la de los ríos Manzanares y Gaira, buscando tierras cafeteras en donde se fundaron fincas de más de 50 hectáreas de café (como Cincinatti y Jirocasaca) con relativo éxito. Otra colonización rocera de comienzos del siglo XX se da en la vertiente norte de la Sierra Nevada de Santa Marta, en inmediaciones de Río Ancho y Don Diego hacia las tierras de los indígenas Kággaba; esta solo logró ocupar las tierras bajas por parte de grupos de afrodescendientes de Dibulla y La Punta. También hay que anotar que, si bien se trató de una colonización rocera, no inicia con esta intención pues lo que se buscaba era fundar plantaciones como las de las demás islas del Caribe insular (Barbados, Jamaica, Martinica, Guadalupe, etc.). Al menos en tres ocasiones inmigrantes franceses, bajo la dirección del geógrafo francés Elisé Reclus, en 1855, Jean Elie Gaguet, en 1873, y, posteriormente, el antropólogo Joseph de Brettes, en 1890, se intentaron instalar sin ningún éxito (Krogzemis, 1967).

Pero el área de la Sierra Nevada de Santa Marta de más reciente colonización rocera se encuentra también en la vertiente norte, entre el río Piedras y el río Palomino, impulsada por la construcción, en 1972, de la vía que comunica a Santa Marta con Riohacha. Sin embargo, amplias zonas empezaron a ser ocupadas por campesinos, especialmente en las cercanías de Santa Marta, en el Parque Tayrona y hacia los ríos Guachaca, Buritaca, Mendiguaca, Palomino y Río Ancho, en La Guajira actual. Esta colonización de campesinos venidos del interior —especialmente santandereanos, tolimenses y algunos antioqueños— ocupó muy rápido la vertiente norte en la parte baja, logrando algunos campesinos ascender y pasar las tierras ya delimitadas como “línea negra” en territorio Kággaba. Estos campesinos se instalaron y su apoyo a los grupos paramilitares para luchar contra la guerrilla, que limitaba sus avances para las siembras de marihuana y coca, los llevó a conformar una de las ramas mejor organizadas del paramilitarismo en Colombia, hasta el punto de que se enfrentó a los comandos centrales de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia). Finalmente, se acogieron a los términos del proceso de Justicia y Paz en 2006; sin embargo, estos campesinos siguen manteniendo un control sobre la vertiente de la Sierra Nevada de Santa Marta.

También es necesario anotar que este proceso de colonización rocera en el Magdalena Grande se detuvo brutalmente desde el enfrentamiento entre guerrilla y paramilitares con población campesina interpuesta, hacia el año de 1990, ya que la mayor parte de los muertos los pusieron los campesinos y no los grupos en contienda. Mediante masacres y acciones de retaliación de parte y parte de los combatientes la mayoría de los colonos que quedaron vivos fueron desplazados.

Hoy se puede decir que el campesino rocero no existe en el Magdalena Grande y que se extinguió porque la frontera —es decir, las selvas de los baldíos nacionales— fue apropiada a la fuerza por los “señores de la guerra” de todas las facciones (Duncan, 2006), lo que no se podría llamar la clásica descomposición del campesinado, sino su violenta desaparición física.

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