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Colorín, colorado

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Otro iceberg dentro del inmenso mar que representa el mundo de “la peluca” es el tema coloración. ¡El Color! ¡Qué tema! ¿Quién no ha pasado grandes horas de meditación pensando: “¿Color sí? ¿Color no? ¿Reflejos sí? ¿Reflejos no? ¿El Henna me cubrirá estas canas? ¿O me dejo las canas y me hago la interesante?”.

En general, en mi país, seguimos dos grandes estereotipos: la “rubia total” y la “morocha argentina”. A partir de la adaptación de distintas variantes de estos modelos podemos encontrar las más absolutas e inimaginables derivaciones.

Respecto de las rubias, está la que se queda rubia y, a lo sumo, le agrega un poco de realce al color, porque quiere destacar que es SU color.

Luego, se encuentra la señora de tez aceitunada, que se pone un rubio color miel para verse más fina (aunque no siempre lo logra).

Sigue la vivaracha, que piensa que todo le queda bien porque es DI-VI-NA, y tiene tres capas de colores: primero el suyo, luego, un rubio subido y, para dar luz, un rubio pajizo en la capa superior. Realmente y, sin dudarlo, ella se cree, ¡súper guau! Pero ¿lo es?

Está la criolla con un hermoso pelo color azabache y una piel dorada privilegiada por naturaleza, pero a quien esto le importa poco. Entonces, como siempre quiso ser rubia, se tiñe de platinada.

Para terminar, tenemos a la rubia “desteñida”. Este es un caso especial. Sí, no nos referimos al efecto “puntas desgastadas” que hoy se usa tanto. A esta señora el rubio se le desgastó de tanto usarlo. Por efecto del tiempo y la dejadez… Es decir, un día se hizo un rojizo y, como era de esperar, se le fue lavando hasta que le quedó un amarillo color paja que, la verdad, ya no tiene mucha solución… A veces temo por la calidad de los oxidantes que se pueden llegar a usar y sus efectos.

En el otro extremo de la escala cromática tenemos a la “morocha argentina”. Debo confesar que, a mi gusto, estas muchachas suelen equivocarse bastante menos. No obstante, eso no quita que a veces veamos, ¡cada cosa! Por ejemplo, podríamos encontrarnos con lo que denomino la “morocha ébano”, quien, en su búsqueda del negro perfecto, se puso tanto tono sobre tono que, se convirtió en una “estatua de mármol negro”. Eso sí, ¡bien brillante!

Luego, tenemos la “morocha caramelo”. Esta mujer es un espécimen peculiar. Ella es la que de tanto darle al color chocolate una vez y otra vez, termina siendo la más clara expresión del Nutella. La verdad, tanta dulzura mata.

Tampoco nos olvidemos de la morocha que se llenó de canas, pero que no quiere asumirlo. Por ende, le empieza a dar al Henna (¿Lo tienen? Ese colorante de una plantita que ya se usaba allá en Egipto, miles de años antes de Cristo). Al principio, todo bien con la tintura natural. Sin embargo, con el paso del tiempo, el sucesivo aumento de los cabellos blancos y de las reiteradas aplicaciones de Henna, ¡su cabellera culmina emulando el pelaje de un caballito roano! El problema de estas seguidoras de Cleopatra es que pueden recibir motes no deseados.

Por último, llegamos a la “morocha latinoamericana” renegada, esa que piensa que el tono moreno de su pelo hace que se le note la edad o que le hace los rasgos más duros. Entonces, arremete con los claritos y de tanto entusiasmo -porque, tras los primeros regresos de la peluquería, todos le dicen que le queda bien-, se convierte en, ¡rubia! Pero bueno, ¡qué importa! En síntesis, chicas, errores cometemos todas.

Dejé para el final un grupo que es especial, diferente al resto. Se trata de las mujeres que, sin duda, desean diferenciarse sí o sí. A ellas no les importa en lo más mínimo el qué dirán, en realidad lo buscan desesperadamente… Son ELLAS, las distintas, las raritas. Son las pasionales coloradas.

¡Sí, sí, sí! No me digan lo contrario, porque en este continente tenemos a las mujeres originarias, las criollas, las españolas, las francesas, las italianas. Algunas llegadas por la inmigración sajona. Más cerca, en nuestros días, las orientales, pero ¿cuántos son los barcos que llegaron con inmigración nórdica como para tener pelirrojas? Como máximo cincuenta y de alguna de esas naves, una que otra vikinga se bajó por error en nuestros puertos, resultado de una noche de fiesta colosal a bordo. Así que las coloradas de nuestro continente son producto del colorista que las supo convencer de ser el objeto de su capricho. O bien, son víctimas de titulares como: “Esta temporada se vienen los colorados” o “Las coloradas ganan”.

Cuando tienen 20 años, son las rebeldes que se quieren dar el gusto y cuando pasan los 50 se transforman en las “rebeldes sin causa”.

Hay cabelleras cereza, rojo pasión, rojo borgoña y también, por qué no, rojo decolorado… Aunque, quizás el precio más difícil –y menos confesado- de estas temperamentales mujeres lo pagan en soledad, ya que deben luchar para que sus sábanas y toallas no queden de color rosa y parezcan todas sacadas de la casita de Barbie.

¡A no negar! Cada vez que lavan sus inigualables cabellos, van tiñendo de rojo todo lo que tocan. Y sus pertenencias más privadas van quedando inexorablemente, día a día, ¡cada vez más rosadas! Es por eso por lo que son pocas las oportunidades en las que ellas pueden mantener su rojo intacto por mucho tiempo. Admitámoslo: ¡Rita Hayworth hubo una sola! (ella también tuvo que hacer grandes esfuerzos para sostener esa cabellera roja).

Pero las coloradas existen, están ahí y cada vez que aparecen nos dejan sin palabras porque son osadas, porque son diferentes, porque se atreven a todo, porque se dieron el gusto… ¡Y a otros el disgusto! ¡Y al colorista un montón de dinero! Porque, no hay nada más difícil que mantener un rojo luminoso y con brillo.

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