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Las mujeres y la peluquería

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A mi fiel compañera de color, Armi, y a mi inigualable amiga Patricia, quienes cuidan que me vea tal cual yo deseo ser vista.

Acabo de leer, mientras revisaba una de las redes sociales que suelo utilizar, un tweet que decía: “En la peluquería… Ya mi cabeza no daba para más ¿Saldré más joven? ¿Mi novio me reconocerá? ¿Saldré más inteligente?”.

El impulso de contestar es casi irrefrenable: “Lo lamento darling la cabellera no nos cambia. No serás más inteligente pero seguramente, ¡saldrás más contenta!”.

La peluquería no es cualquier cosa para las mujeres, es un mundo muy especial en el cual ninguna mujer que se precie de tal ha dejado de transitar. Desde la joven que vive en el campo y que alguna vez fue a peinarse para “esa gran fiesta”, pasando por la dejada que no va nunca, a no ser que su cabellera ya no resista, hasta llegar a la obsesiva que va todas las semanas, conoce a todos por nombre de pila y mantiene sólidas amistades dentro de ese ámbito tan especial y mágico, que sólo está abierto a nosotras.

Los salones de belleza suelen ser grandes representaciones de La Hoguera de las Vanidades. Todas, y sin escapar ninguna, cuando nos sentamos en el sillón frente al gran espejo lleno de luces que nos enfocan sentimos un especial cosquilleo. ¿Qué hacemos allí? ¿Para qué estamos? ¿Qué fuimos a buscar? Son preguntas típicas que aparecen como flashes en nuestras mentes (ustedes por supuesto pueden agregar las que quieran). La verdad es que tanto la temerosa como la autosuficiente o la superada, en ese momento perciben un pequeño vértigo pues, se trata de nuestras cabelleras, el marco de nuestras caras.

En cuanto se nos acerca el estilista, el gurú de nuestra futura belleza capilar y nos dice: “Bueno, ¿qué te parece que te hagamos?”. Es inevitable, sentimos que estamos entrando en una especie de turbulencia emocional que desbarranca en diversas expresiones. A saber:

 Le decimos que hemos pensado en darle un vuelco a nuestra imagen.

 Comentamos que nos encantó el último corte de Julia Roberts y/o Emma Watson y le preguntamos qué tal se vería en nosotras.

 Somos directas. Le pedimos su opinión. Pero por las dudas le hacemos un test tipo multiple choice para saber si está en onda con las últimas tendencias.

 Arremetemos con LA pregunta: “Flequillo, ¿sí o no?”

 Siguiendo con nuestra incontinencia verbal, agregamos: “Mi cabello es muy rebelde”. Algunas lo decimos por lo llovido y pegado y otras por rizado y poco dócil. Pero eso sí, desde ya ninguna está satisfecha con lo que la madre naturaleza nos legó.

¡Ay, qué diferente hubiera sido nuestra vida si nos hubiera tocado el hermoso cabello de la tía Tita! o el de la vecina, la compañera de trabajo, la profesora de inglés, la novia del hermano y ¡hasta el de la esposa nueva de nuestro ex! Cualquier pelo menos el nuestro.

Para colmo, cuando estamos con nuestro chamán, sentadas en el sillón, con todos esos foquitos que nos sacan a relucir hasta los más mínimos detalles, arrugas, imperfecciones, vellos, puntos negros, sombras…, se sienta en el sillón contiguo ESA que sonriente le dice a su Sensei capilar de manera superada: “Haceme lo mismo de siempre que me queda regio”.

Inmediatamente, la miramos de manera incisiva y sin reparos tratando de ver qué le hizo. Si a ella le queda tan espectacular, ¿por qué a nosotras no? ¿Será que su gurú es EL gurú y nosotras nos equivocamos? ¡Qué duda! Puede ser que ya nada tenga sentido…

¡Stop! No podemos ser tan infantiles. ¡Nos tocó lo que nos tocó! Admitámoslo, nunca fuimos LA número uno, siempre la peleamos desde abajo así que, ¡a remarla! Enfoquémonos en nuestro estilista y pongámosle onda.

Están las que se animan, le conversan y se hacen las simpáticas para sacar lo mejor del Joven Manos de Tijera (Película de Tim Burton de 1990). Y las otras que se angustian o ponen cara de susto porque no pueden manejar el sólo hecho de pensar en el espanto que les podría quedar en sus cabezas, que con tanta ilusión y miedo entregaron ¿Cuál de ellas eres?

Porque, no lo vamos a negar, para nosotras las mujeres latinas o de casi cualquier lugar del mundo, el cabello lo es TODO. También porque nuestras parejas, madres, tías, primas, hermanas y amigas nos lo dicen.

¿Quién no ha tenido la sensación de que cuando no fuimos elegidas Reina de la Manzana, capitana del equipo de voley o secretaria de la maestra, fue porque nuestro pelo no había estado a la altura de las circunstancias?

En fin, todas tenemos una historia secreta con las heredadas “mechas”. Algunas porque nuestras madres o sustitutas nos cepillaban el pelo cien veces hasta dejarlo electrizado pero lacio, para luego hacernos unas lindas trencitas llenas de simpáticas hebillitas, las que nosotras supimos mantener hasta entrada nuestra adolescencia. Otras porque nos permitían usar en absoluto desarreglo nuestros hermosos pelos y hasta permitían algún habitante foráneo que picoteaba nuestro cuero cabelludo. Hecho que maestros y congéneres miraban con horror (hablamos de piojos, liendres, pequeños parásitos invasores).

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