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El inicio de esta historia

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¿Alguna vez te preguntaste cómo nace la amistad entre las mujeres? Para mí siempre empieza en la niñez, en la plaza, en el patio de nuestra escuela o en la cuadra de nuestras casas, cuando salíamos a jugar y comenzábamos a relacionarnos con las otras nenas. Generalmente entrábamos en simpatía con una o dos más que con las otras, con quienes jugábamos siempre juntas. Con ellas nos sentíamos contentas y divertidas. Y, algo muy importante, más protegidas de las que tanto no nos gustaban.

Solíamos hablar de temas “interesantes” como, la última muñeca que nos había regalado mamá o el vestidito rosa bordado en punto smock que nos había hecho la abuela y que íbamos a estrenar para el próximo cumple. También tomábamos juntas nuestras primeras decisiones como, qué le íbamos a pedir a papá para el próximo Día del Niño: ¿La bicicleta que tanto nos gustaba -y que la otra ya la tenía-, o los patines?

Compartíamos nuestras galletitas, caramelos y pastillitas para demostrarnos cariño y compañerismo. Algo muy frecuente que solíamos hacer era caminar del brazo para sentirnos seguras y en grupo o hacíamos rondas sentadas en el piso para conversar a nuestras anchas.

¡Qué tiempos aquellos! Tan lejanos, tan cercanos… Tan formadores de las conductas futuras. Mientras hacíamos las primeras experiencias de amistad, también observábamos cómo nuestras madres se aferraban al teléfono por horas para contarle a su prima algo importantísimo e impostergable que aseguraban, sólo ella podía saber. Veíamos como algo usual, al llegar a casa, encontrarlas con la vecina, revistas en mano, hablando sobre ese vestido maravilloso que se querían comprar o hacer. Otras tardes, la actividad consistía en acompañarla a visitar a una amiga que, ¡oh, casualidad!, tenía una hija con la que podíamos jugar.

Las mujercitas, desde muy pequeñas, nos iniciamos en el aprendizaje de esa trama compleja e inigualable que es la amistad entre mujeres, primero guiadas por nuestras madres y, luego, por nuestro propio instinto.

Las féminas somos, por condición, más suaves y comunicativas que los hombres, así que la acción de la palabra se vuelve un condimento irremplazable y todo se va tejiendo desde su uso como una red eterna de confidencia, complicidades, coincidencias, encuentros y desencuentros con nuestras compañeras de género y de camino.

Todo nos sirve para comentar, para explicar algo más de nuestras propias vidas o para demostrar lo que sentimos. Y, por sobre todas las cosas, para charlar entre nosotras... ¡Nada en el mundo nos gusta más!

Quién no ha vivido la siguiente situación:

- Salgo.

- ¿A dónde vas?

- Voy a ver a Luciana, tenemos que hablar…

Entonces, nos responde nuestra pareja:

- Pero, decime, ¿qué tanto tenés que hablar con Luciana? Si hablaste ayer, antes de ayer y antes de antes de ayer.

¿Qué sucede entonces? ¡Gran Portazo Gran! Salida teatral y… ¡Grrrrrrrr! Nos marchamos ofendidas al encuentro de nuestra amiga. Porque lo que no entienden ellos es la simple respuesta: ¡COSAS NUESTRAS!

La amistad suele ser un bálsamo de construcción emocional que ninguna mujer se quiere perder de vivir. ¿Hay algo más doloroso que un momento de angustia en soledad sin el cariño incondicional de una amiga? A veces las circunstancias de la vida nos pueden llevar a perder estas relaciones tan fundamentales. Por ejemplo, por exceso de trabajo, responsabilidades de familia o alejamientos por mudanza o enfermedades. Nada nos hace sentir más doloridas o desorientadas que la pérdida de esos vínculos tan preciados. No hay maridos, ni hijos, ni desafíos próximos, ni terapias que nos hagan olvidar ese vacío, como una daga en nuestro corazón. Aunque todo lo demás esté de mil maravillas y nosotras estemos haciendo algo importante para nuestras vidas, sentirnos acompañadas y comprendidas por otras mujeres hace a nuestro bienestar.

Pero no todo es color de rosa en las relaciones entre mujeres, porque nosotras, además de ser conversadoras y “simpáticonas”, también podemos encontrarles un uso poco elegante y bastante más agresivo a nuestras uñas esculpidas y/o barnizadas… Y darle más de una razón a Dios por haber echado a Eva del Jardín del Edén.

Secretos de Mujeres

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