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Un corte y una quebrada*

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*Expresión Argentina que se refiere a la danza del Tango

Todas sabemos de lo que hablamos. Estamos ahí, entregadas a ese momento sublime que representa nuestro corte de pelo. Sí, señoras y señores, de ese momento creemos que depende… ¡Ay, dependen tantas cosas!

Acá entramos en otro tópico determinante. Por qué decidimos cambiar lo que teníamos hecho en la denominada popularmente “peluca”.

Fácil y sencillo: no nos toleramos más. Nos vemos viejas, fuera de onda y aburridas de nuestra imagen. Al fin y al cabo, hace 15 años que tenemos ese corte carré, que ahora llaman bob y que creemos que en su momento nos convirtió en la Reina de Inglaterra, ¡sólo por el corte!, por favor… Entonces, le queremos poner fin.

Ese grupo de amigas pesadas e indiscretas que nos dicen permanentemente que tal vez un vuelco en nuestra imagen es lo que necesitamos para que nos veamos, ¿mejor? ¿Más como ellas? La verdad es que no estamos tan seguras, pero son tantas las insistentes -y hasta nuestras hijas nos lo dijeron- que por temor a quedar como “viejas pasadas de botox (no precisamente por el novedoso alisado)” pensamos que lo mejor es tomarlas en cuenta.

La opinión de nuestros maridos. Ellos que, como quien no quiere la cosa nos tiran en cada comentario como al pasar, pero de manera insistente un, “qué lindo te quedaría…”, “cómo te iluminaría la cara…”. O lo que es peor, nos dicen, ¡cómo nos rejuvenecería llevar el pelo rebajado como lo tiene Clarita! (Y Clarita es la mamá del nene que es el mejor amigo de nuestro tercer hijo y es, casualmente, la mujer con la que nuestro esposo está más hot que una pipa… No sé si nos queda claro.

Queremos conseguir ese trabajo soñado. Nuestra vida no funciona. O bien porque nos morimos de hambre con lo que ganamos, o porque nos acabamos de separar o sencillamente porque estamos hartas de nuestro destino. Así que decidimos que, para impactar y conseguir ese puesto tan deseado, necesitamos un nuevo corte. Algo más profesional, más actual, más que tenga que ver con este nuevo look que deseamos transmitir.

Porque todas se lo hicieron. Resulta que en mi grupo de amigas todas se cambiaron el corte. En verdad, quedaron como un grupo extendido de J Lo y Sus Bailarinas, pero todas aseguran que, a raíz de esta reciente y fabulosa transformación, sus maridos aumentaron su frecuencia sexual y todo el mundo se da vueltas en la calle para mirarlas, a su paso. Nosotras también queremos pertenecer a ese club de sensaciones. Si para entrar sólo hay que hacerse un corte de pelo, se hace. Nunca falta la hija que hace el reclamo: “¡Porque todas mis amigas se lo hicieron, Ma…! ¿Qué querés, que yo sea la ‘diferente’? Siempre buscás que pase vergüenza, que me miren por ser ‘esa’ que no lleva lo que las otras tienen… ¡Maaaaa! Yo soy feliz si soy como ellas, no si soy ‘distinta’. ¿Vos no me querés?” Y, por último, manda la frase matadora: “¡Todas las madres de mis amigas se lo permitieron hacer!”.

Me dejó. Y me dejó por esa “mocosa de porquería” de la secretaria. Esa que parecía una mosquita muerta1 y que no sabe ni cómo se limpia una cola sucia… Pero, bueno, ella sabrá el “tesorito” que se lleva. ¡Yo, gracias a Dios, libre para hacer lo que se me canta: dormir a pata suelta en la cama de dos plazas, escuchar música hasta cualquier hora y a todo volumen, tomarme todos los tragos que quiera y, por último, hacerme ese corte de pelo -que siempre quise- y él nunca me dejó ¿Cuál? Ese rapado con puntas decoloradas que me vuelve loca desde hace 20 años. ¿Qué? ¿Cómo que ya no se usa…?

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