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INTERRUPTUS II

Soy yo, la pequeña, la que habla, y seguiré hablando, al menos mientras pueda, que, por desgracia será muy poco, Ella despertará y seré suya nuevamente, seré absorbida por su ego gigante, desbordante de soberbia. Es hora de hacer una genealogía, el origen determina el presente, y el presente nos conduce, sin duda a un fin trágico. Hagamos historia, veamos de donde surgimos. El héroe de la Conquista del Desierto, por segunda vez presidente del país, firmó el decreto ley. Se cumplían cien años del nacimiento del gran morador del Palacio San José, y hubo homenaje. Nacía el barrio del General Entrerriano, corría el año 1901. Pero el homenaje tapó la tragedia, para algunos causa verdadera del nombre del barrio

La historia es lógica, y simétrica, como le gustaba al gran George Louis, nuestro mejor literato. Si un decreto del asesino de los pueblos originarios nos dio entidad, nos ubicó en el mundo, nos significó, otro matarife nos comenzaría a dar vida un tiempo antes. Don Pancho era hijo de alemanes, cursó sus estudios en el país ario, pero vivió y murió en la Argentina. Venía de la Guerra de la Triple Alianza, de la masacre al Paraguay, actúo con el grado de Capitán, soldado de la patria de Buenos Aires. A los cincuenta años comenzó a dirigir la empresa Los Albatros, necesitaba extraer tierra para rellenar zonas cercanas al río, la ciudad avanzaba sobre las aguas. Buscó las tierras, las encontró y fundó los primeros asentamientos, así don Pancho fundó La Cima, la prehistoria del barrio comenzaba. Desde allí todos comenzaron a conocerlo como el Alemán. Mientras tanto, el Gran Conquistador del Desierto le había dejado paso a su concuñado, el país, cuando no, avanzaba hacia un abismo, parecido a este, al que se viene, en breve, paciencia, llegará, lamentablemente llegará. El concuñado del asesino de pueblos originarios era el presidente, eran malos días para la clase obrera, serían malos sus días por mucho tiempo. El Alemán lo sabía, y abusaba de esa situación para beneficiarse. La tierra debía ser removida y los obreros comenzaron a llegar, sabían ellos que se trataba de un trabajo duro, nunca pensaron en la fatalidad que ocurrió. Ciento veinte hombres llegaron a La Cima, venían todos de la provincia del caudillo ganador de la batalla de Vences, el entrerriano más famoso. El trabajo era extenuante, los obreros comenzaron a asentarse junto con sus familias en la zona, construyeron sus primeras casas, precarias, frágiles, ni sueños había entonces de movilidad social ascendente para los negritos del interior.

La empresa de Don Pancho “el Alemán” trabajaba en forma eficaz, pagaba poco y maltrataba a sus empleados, cualquier desobediencia era castigada con severidad, incluso con la muerte, la policía y la justicia no intervenían, las instituciones del país apoyaban a Los Albatros, una empresa moderna, garante del orden y el progreso. El país de nuestros abuelos era fantástico. El desastre ocurrió. La tierra era dura, su remoción necesitaba fuerza, las explosiones eran necesarias, la dinamita explotaba y la tierra se desprendía, y el Alemán se llenaba de dinero. Pero algo falló, y los muertos llegaron. La dinamita explotó involuntariamente, el material dañado, la falta de seguridad, el desapego a la vida del reemplazable, setenta y cuatro obreros murieron, algunos en el acto, otros retorciéndose del dolor ante los miembros amputados, despedazados por la furia del explosivo. Cinco chicos se encontraban en la tragedia, todos menores de diez años, hijos de los obreros entrerrianos, todos muertos. Familias rotas, empresas grandes. Nada pasó, ni justicia, ni castigo, ni venganza. El barrio pronto adquirió su nombre, a cien años del nacimiento del traidor del Restaurador, ni una palabra de los obreros muertos, sus familias retornaron a la provincia mediterránea, el silencio los engulló, el país siguió funcionando.

El barrio del General Entrerriano desconoce su historia, niega su origen, se sabe hijo de militares conquistadores, del Desierto, del Paraguay, en suma: de la barbarie, somos hijos del orden civilizado, somos lo que queremos ser, las chances de cambiar son mínimas, no hace falta más que leer la historia que les cuento para comprenderlo.

La fuga de la Ciudad Eterna

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