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3.1.4. La absolutización

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Supone el ulterior corolario de la filosofía voluntarista comenzada por Escoto y Ockham en el ocaso de la Edad Media, prorrogada en el mundo moral de Kant –en su actualización nominalista, recordemos– durante la Modernidad y sublimada por Rousseau bajo la forma de voluntad general como prolegómeno ideológico prerrevolucionario. Si –como he dicho– la libertad es voluntad y la voluntad es poder, nada impide entonces que éste se reifique bajo el mismo principio por el cual la voluntad se emancipaba –dada su indeterminación causal y final– de aquella voluntad primera y necesaria de la cual era, originalmente, subsidiaria. Por eso el poder político moderno, que es estatalista, es también necesariamente absoluto, porque al devenir el Estado en la causa eficiente de la modernidad y al sacralizar su soberanía como por encima de todo orden social y político, sin enmiendas extrínsecas, tiende a autolimitarse, es decir, volverse autorreferencial en tanto fuente última de toda legitimidad, sin perjuicio de que ésta descanse sobre un ius-naturalismo formal –tan típicamente moderno– o en ius-positivismo de cuño estrictamente material. Ambos, en cualquier caso, instalados en una lógica geométrica de ratio matemática diseñado para explicar la totalidad del mundo.

El poder absoluto supone por tanto la quintaesencia de la politicidad moderna, donde las fórmulas teológicas de potentia absoluta dei y potentia ordinata han sido sustituidas por la solución de imputación como la principal herramienta de un nuevo ordo-sacramental secularizado, mediante el cual es posible atribuir, como un acto divino sobre la creación, nuevas realidades polimórficas que solo el Estado es capaz de ontologizar en virtud de su radical univocidad discrecional, cuya aquiescencia consiente, en última instancia, la voluntad de los individuos como voluntades absolutas de segundo grado que operan desde un océano de equivocismos y formalizaciones, que siempre acaban por discurrir por los cauces del sistema. Por eso, la absolutización aparece como la manifestación más pura que expresa e informa a la Modernidad: se absolutiza el individuo, se absolutiza su libertad, su voluntad y su poder; se absolutizan las abstracciones, las formalizaciones y los reduccionismos; se absolutizan realidades y posibilidades; se absolutiza, en fin, la potencialidad del ser inmanente como causa intrínseca e infinita.

Las religiones políticas. Sobre la secularización de la fe y la sacralización del mundo

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