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DISCURSO
ОглавлениеFué el caso que entré en San Pedro a buscar al licenciado Calabrés, hombre de bonete de tres altos81, hecho a modo de medio celemín, ojos de espulgo82, vivos y bulliciosos, puños de Corinto, asomo de camisa por cuello, mangas en escaramuza y calados de rasgones, los brazos en jarra y las manos en garfio83. Habla entre penitente y diciplinante, los ojos bajos y los pensamientos tiples; la color, a partes hendida y a partes quebrada, muy tardón84 en las respuestas y abreviador en la mesa; gran lanzador de espíritus, tanto, que sustentaba el cuerpo con ellos85. Entendíasele de ensalmar, haciendo al bendecir unas cruces mayores que las de los malcasados. Hacía del desaliño humildad86, contaba visiones, y, si se descuidaban a creerle, hacía milagros que me cansó.
Éste, señor, era uno de los sepulcros hermosos, por de fuera blanqueados y llenos de molduras, y por de dentro pudrición y gusanos; fingiendo en lo exterior honestidad, siendo en lo interior del alma disoluto y de muy ancha y rasgada conciencia. Era, en buen romance, hipócrita, embeleco vivo, mentira con alma y fábula con voz. Halléle solo87 con un hombre, que, atadas las manos y suelta la lengua, descompuestamente daba voces con frenéticos movimientos.
—¿Qué es esto?—le pregunté espantado.
Respondióme:
—Un hombre endemoniado.
Y, al punto, el espíritu respondió:
—No es hombre, sino alguacil. Mirad cómo habláis, que en la pregunta del uno y en la respuesta del otro se ve que sabéis poco. Y se ha de advertir que los diablos en los alguaciles estamos por fuerza y de mala gana, por lo cual, si queréis acertarme, debéis llamarme a mí demonio enaguacilado, y no a éste alguacil endemoniado, y avenisos mejor los hombres con nosotros que con ellos, si bien nuestra cárcel es peor, nuestro agarro, perdurable88. Verdugos y alguaciles malos parece que tenemos un mismo oficio, pues, bien mirado, nosotros procuramos condenar y los alguaciles también; nosotros, que haya vicios y pecados en el mundo, y los alguaciles lo desean y procuran, al parecer, con más ahinco, porque ellos lo han menester para su sustento y nosotros para nuestra compañía. Y es mucho más de culpar este oficio en los alguaciles que en nosotros, pues ellos hacen mal a hombres como ellos y a los de su género, y nosotros no89. Fuera desto, los demonios lo fuimos por querer ser como Dios, y los alguaciles son alguaciles por querer ser menos que todos90. Persuádete que alguaciles y nosotros somos de una profesión, sino que ellos son diablos con varilla, como cohetes, y nosotros alguaciles sin vara, que hacemos áspera vida en el infierno91.
Admiráronme las sutilezas del diablo. Enojóse Calabrés, revolvió sus conjuros, quísole enmudecer, y no pudo, y al echarle agua bendita comenzó a huir y a dar voces, diciendo:
—Clérigo, cata que no hace estos sentimientos el alguacil por la parte de bendita, sino por ser agua. No hay cosa que tanto aborrezca, pues si en su nombre se llama alguacil, es encajada una l en medio92. Yo no traigo corchetes93 ni soplones ni escribanito. Quítenme la tara94 como al carbón y hágase la cuenta entre mí y el agarrador. Y porque acabéis de conocer quién son y cuán poco tienen de cristianos, advertid que de pocos nombres que del tiempo de los moros quedaron en España, llamándose ellos merinos95, le han dejado por llamarse alguaciles. Que alguacil es palabra morisca. Y hacen bien, que conviene el nombre con la vida y ella con sus hechos.
—Eso es muy insolente cosa oírlo—dijo furioso mi licenciado—, y, si le damos licencia a este enredador, dirá otras mil bellaquerías y mucho mal de la justicia, porque corrige el mundo y le quita con su temor y diligencia las almas que tiene negociadas.
—No lo hago por eso—replicó el diablo—, sino porque ése es tu enemigo, que es de tu oficio96. Y ten lástima de mí y sácame del cuerpo déste, que soy demonio de prendas y calidad y perderé después mucho en el infierno por haber estado acá con malas compañías.
—Yo te echaré hoy fuera—dijo Calabrés—, de lástima de ese hombre, que aporreas por momentos y maltratas: que tus culpas no merecen piedad ni tu obstinación es capaz della.
—Pídeme albricias—respondió el diablo—si me sacas hoy. Y advierte que estos golpes que le doy y lo que le aporreo, no es sino que yo y él reñimos acá sobre quién ha de estar en mejor lugar y andamos a más diablo es él.
Acabó esto con una gran risada: corrióse mi buen licenciado y determinóse a enmudecerle. Yo, que había comenzado a gustar de las sutilezas del diablo, le pedí que, pues estábamos solos, y él, como mi confidente, sabía97 mis cosas secretas, y yo como amigo, las suyas, que le dejase hablar, apremiándole sólo a que no maltratase el cuerpo del alguacil. Hízose así, y al punto dijo:
—Donde hay poetas, parientes tenemos en corte los diablos, y todos nos lo debéis por lo que en el infierno os sufrimos: que habéis hallado tan fácil modo de condenaros, que hierve todo él en poetas. Y hemos hecho una ensancha98 a su cuartel, y son tantos, que compiten en los votos y elecciones con los escribanos. Y no hay cosa tan graciosa como el primer año de noviciado de un poeta en penas, porque hay quien le lleva de acá cartas de favor para ministros, y créese que ha de topar con Radamanto y pregunta por el Cerbero y Aqueronte, y no puede creer sino que se los esconden.
—¿Qué géneros de penas les dan a los poetas?—repliqué yo.
—Muchas—dijo—y propias. Unos se atormentan oyendo alabar las obras de otros, y a los más es la pena el limpiarlos. Hay poeta que tiene mil años de infierno y aun no acaba de leer unas endechillas a los celos. Otros verás en otra parte aporrearse y darse de tizonazos sobre si dirá faz o cara. Cuál, para hallar un consonante no hay cerco99 en el infierno que no haya rodado mordiéndose las uñas. Mas los que peor lo pasan y más mal lugar tienen son algunos poetas de comedias, por las muchas reinas que han hecho, las infantas100 de Bretaña que han deshonrado, los casamientos desiguales que han efetuado en los fines de las comedias y los palos que han dado a muchos hombres honrados por acabar los entremeses. Mas es de advertir que los poetas de comedias no están entre los demás, sino que, por cuanto tratan de hacer enredos y marañas, se ponen entre los procuradores y solicitadores, gente que sólo trata deso.
Y en el infierno están todos aposentados así. Que un artillero que bajó allá el otro día, queriendo que le pusiesen entre la gente de guerra, como al preguntarle del oficio que había tenido dijese que hacer tiros en el mundo, fué remitido al cuartel de los escribanos, pues son los que hacen tiros101 en el mundo. Un sastre, porque dijo que había vivido de cortar de vestir102, fué aposentado con los maldicientes. Un ciego, que quiso encajarse con los poetas, fué llevado a los enamorados, por serlo todos. Los que venían por el camino de los locos103, ponemos con los astrólogos, y a los por mentecatos, con los alquimistas.
Uno vino por unas muertes, y está con los médicos. Los mercaderes que se condenan por vender, están con Judas. Los malos ministros, por lo que han tomado, alojan con el mal ladrón. Los necios están con los verdugos. Y un aguador, que dijo había vendido agua fría, fué llevado con los taberneros. Llegó un mohatrero tres días ha, y dijo que él se condenaba por haber vendido gato por liebre, y pusímoslo de pies con los venteros, que dan lo mismo. Al fin, el infierno está repartido en estas partes.
—Oíte decir antes de los enamorados, y por ser cosa que a mí me toca, gustaría saber si hay muchos.
—Mancha es la de los enamorados—respondió—que lo toma todo, porque todos lo son de sí mismos: algunos, de sus dineros; otros, de sus palabras; otros, de sus obras, y algunos, de las mujeres. Y destos postreros hay menos que de todos en el infierno, porque las mujeres son tales, que, con ruindades, con malos tratos y peores correspondencias les dan ocasiones de arrepentimiento cada día a los hombres. Como digo, hay pocos déstos; pero buenos y de entretenimiento, si allá cupiera104. Algunos hay que en celos y esperanzas amortajados y en deseos, se van por la posta105 al infierno, sin saber cómo ni cuándo ni de qué manera.
Hay amantes alacayados106, que arden llenos de cintas; otros crinitos107, como cometas, llenos de cabellos, y otros que en los billetes solos que llevan de sus damas ahorran veinte años de leña a la fábrica de la casa, abrasándose lardeados108 en ellos.
Son de ver los que han querido doncellas, enamorados de doncellas, con las bocas abiertas y las manos extendidas. Déstos, unos se condenaban por tocar sin tocar pieza, hechos bufones109 de los otros, siempre en vísperas del contento, sin tener jamás el día y con sólo el título de pretendientes110. Otros se condenan por el beso111, brujuleando112 siempre los gustos sin poderlos descubrir.
Detrás de éstos, en una mazmorra, están los adúlteros113: éstos son los que mejor viven y peor lo pasan, pues otros les sustentan la cabalgadura y ellos la gozan.
—Gente es ésta—dije yo—cuyos agravios y favores todos son de una manera.
—Abajo, en un apartado muy sucio114, lleno de mondaduras de rastro, quiero decir, cuernos115, están los que acá llamamos cornudos, gente que aun en el infierno no pierde la paciencia. Que, como la llevan hecha a prueba de la mala mujer que han tenido, ninguna cosa los espanta.
Tras ellos están los que se enamoran de viejas, con cadenas116. Que los diablos de hombres de tan mal gusto117 aún no pensamos que estamos seguros. Y si no estuviesen con prisiones, Barrabás aún no tendría bien guardadas las asentaderas dellos. Y tales como somos, les parecemos blancos y rubios118.
Lo primero que con éstos se hace es condenarles la lujuria y su herramienta a perpetua cárcel.
Mas, dejando éstos, os quiero decir que estamos muy sentidos de los potajes que hacéis de nosotros, pintándonos con garras sin ser aguiluchos; con colas, habiendo diablos rabones119; con cuernos, no siendo casados, y malbarbados siempre, habiendo diablos de nosotros que podemos ser ermitaños y corregidores. Remediad esto. Que poco ha que fué Jerónimo Bosco120 allá, y, preguntándole por qué había hecho tantos guisados de nosotros en sus sueños, dijo:
—Porque no había creído nunca que había demonios de veras.
Lo otro, y lo que más sentimos, es que, hablando comúnmente, soléis decir:
—Miren el diablo del sastre, o diablo es el sastrecillo121.
A sastres nos comparáis, que damos leña con ellos al infierno y aun nos hacemos de rogar para recibirlos. Que, si no es la póliza122 de quinientos, nunca hacemos recibo, por no malvezarlos y que ellos no aleguen posesión: Quoniam consuetudo est altera lex. Y como tienen posesión en el hurtar y quebrantar las fiestas, fundan agravio si no les abrimos las puertas grandes, como si fuesen de casa.
También nos quejamos de que no hay cosa, por mala que sea, que no la deis al diablo, y, en enfadándoos algo, luego decís: “Pues el diablo te lleve”. Pues advertid que son más los que se van allá que los que traemos. Que no de todo hacemos caso. Dais al diablo un maltrapillo123 y no le toma el diablo, porque hay algún maltrapillo que no le tomará el diablo. Dais al diablo un italiano, y no le toma el diablo, porque hay italiano que tomará al diablo. Y advertid que las más veces dais al diablo lo que él ya se tiene, digo, nos tenemos.
—¿Hay reyes en el infierno?—le pregunté yo.
Y satisfizo a mi duda, diciendo:
—Todo el infierno es figuras124 y hay muchos de los gentiles, porque el poder, libertad y mando les hace sacar a las virtudes de su medio y llegan los vicios a su extremo, y, viéndose en la suma reverencia de sus vasallos y con la grandeza puestos a dioses, quieren valer punto menos y parecerlo, y tienen muchos caminos para condenarse y muchos que los ayudan. Porque uno se condena por la crueldad, y, matando y destruyendo, es una guadaña coronada de vicios y una peste real de sus reinos. Otros se pierden por la cudicia, haciendo almacenes de sus villas y ciudades a fuerza de grandes pechos, que, en vez de criar, desustancian125. Y otros se van al infierno por terceras personas y se condenan por poderes, fiándose de infames ministros. Y es dolor verlos penar, porque, como bozales en trabajo, se les dobla el dolor con cualquier cosa. Sólo tienen bueno los reyes que, como es gente honrada, nunca vienen solos, sino con punta de dos o tres privados, y a veces el encaje126, y se traen todo el reino tras sí, pues todos se gobiernan por ellos127. Aunque privado y rey es más penitencia que oficio y más carga que gozo. Ni hay cosa tan atormentada como la oreja del príncipe y del privado, pues de ella nunca escapan pretendientes quejosos y aduladores, y estos tormentos los califican para el descanso. Los malos reyes se van al infierno128 por el camino real, y los mercaderes, por el de la plata.
—¿Quién te mete ahora con los mercaderes?—dijo Calabrés.
—Manjar es que nos tiene ya empalagados a los diablos y ahítos, y aun los vomitamos. Vienen allá a millares, condenándose en castellano y en guarismo129. Y habéis de saber que en España los misterios de las cuentas de los extranjeros son dolorosos para los millones que vienen de las Indias130, y que los cañones de sus plumas son de batería contra las bolsas, y no hay renta que, si la cogen en medio el Tajo de sus plumas y el Jarama de su tinta, no la ahoguen. Y, en fin, han hecho entre nosotros sospechoso este nombre de asientos131, que, como significan otra cosa, que me corro de nombrarla, no sabemos cuándo hablan a lo negociante o cuándo a lo deshonesto. Hombre destos132 ha ido al infierno que, viendo la leña y fuego que se gasta, ha querido hacer estanco133 de la lumbre. Y otro quiso arrendar los tormentos, pareciéndole que ganará con ellos mucho. Éstos tenemos allá junto a los jueces que acá los permitieron.
—¿Luego algunos jueces hay allá?
—¡Pues no!—dijo el espíritu—. Los jueces son nuestros faisanes, nuestros platos regalados y la simiente que más provecho y fruto nos da a los diablos. Porque de cada juez que sembramos, cogemos seis procuradores, dos relatores, cuatro escribanos, cinco letrados y cinco mil negociantes, y esto cada día. De cada escribano cogemos veinte oficiales; de cada oficial, treinta alguaciles; de cada alguacil, diez corchetes. Y si el año es fértil de trampas, no hay trojes en el infierno donde recoger el fruto de un mal ministro.
—¿También querrás decir que no hay justicia en la tierra, rebelde a los dioses?
—Y ¡cómo que no hay justicia! Pues ¿no has sabido lo de Astrea134, que es la justicia, cuando, huyendo de la tierra, se subió al cielo? Pues por si no lo sabes, te lo quiero contar.
Vinieron la verdad y la justicia a la tierra. La una no halló comodidad por desnuda ni la otra por rigurosa. Anduvieron mucho tiempo así, hasta que la verdad, de puro necesitada, asentó con un mudo.
La justicia, desacomodada, anduvo por la tierra rogando a todos, y, viendo que no hacían caso della y que le usurpaban su nombre para honrar tiranías, determinó volverse huyendo al cielo. Salióse de las grandes ciudades y cortes y fuése a las aldeas de villanos, donde por algunos días, escondida en su pobreza, fué hospedada de la simplicidad hasta que envió contra ella requisitorias la malicia. Huyó entonces de todo punto, y fué de casa en casa pidiendo que la recogiesen. Preguntaban todos quién era. Y ella, que no sabe mentir, decía que la justicia. Respondíanle todos:
—Justicia135, y no por mi casa; vaya por otra.
Y así, no entraba en ninguna. Subióse al cielo y apenas dejó acá pisadas. Los hombres, que esto vieron, bautizaron con su nombre algunas varas, que arden muy bien allá, y acá sólo tienen nombre de justicia ellas y los que las traen136. Porque hay muchos déstos en quien la vara hurta más que el ladrón con ganzúa y llave falsa y escala. Y habéis de advertir que la codicia de los hombres ha hecho instrumento para hurtar todas sus partes, sentidos y potencias, que Dios les dió las unas para vivir y las otras para vivir bien. ¿No hurta la honra de la doncella con la voluntad el enamorado? ¿No hurta con el entendimiento el letrado, que le da malo y torcido a la ley? ¿No hurta con la memoria el representante, que nos lleva el tiempo? ¿No hurta el amor con los ojos, el discreto con la boca, el poderoso con los brazos, pues no medra quien no tiene los suyos; el valiente con las manos, el músico con los dedos, el gitano y cicatero137 con las uñas, el médico con la muerte, el boticario con la salud, el astrólogo con el cielo? Y, al fin, cada uno hurta con una parte o con otra. Sólo el alguacil hurta con todo el cuerpo, pues acecha con los ojos, sigue con los pies, ase con las manos y atestigua con la boca, y, al fin, son tales los alguaciles, que dellos y de nosotros defienden a los hombres138 pocas cosas.
—Espántome—dije yo—de ver que entre los ladrones no has metido a las mujeres, pues son de casa.
—No me las nombres—respondió—, que nos tienen enfadados y cansados, y, a no haber tantas allá, no era muy mala habitación el infierno, y diéramos porque enviudáramos en el infierno mucho. Que, como se urden enredos, y ellas, desde que murió Medusa la hechicera139, no platican140 otro, temo no haya alguna tan atrevida que quiera probar su habilidad con alguno de nosotros, por ver si sabrá dos puntos más141. Aunque sola una cosa tienen buena las condenadas, por la cual se puede tratar con ellas, que, como están desesperadas, no piden nada.
—¿De cuáles se condenan más: feas o hermosas?
—Feas—dijo al instante—, seis veces más, porque los pecados, para aborrecerlos, no es menester más que cometerlos, y las hermosas, que hallan tantos que las satisfagan el apetito carnal, hártanse y arrepiéntense; pero las feas, como no hallan nadie, allá se nos van en ayunas y con la misma hambre rogando a los hombres, y después que se usan ojinegras y cariaguileñas, hierve el infierno en blancas y rubias, y en viejas más que en todo, que, de envidia de las mozas, obstinadas espiran gruñendo. El otro día llevé yo una de setenta años que comía barro y hacía ejercicio para remediar las opilaciones, y se quejaba de dolor de muelas porque pensasen que las tenía. Y con tener ya amortajadas las sienes con la sábana blanca de sus canas y arada la frente, huía de los ratones y traía galas, pensando agradarnos a nosotros. Pusímosla allá por tormento al lado de un lindo déstos que se van allá con zapatos blancos y de puntillas, informados de que es tierra seca y sin lodos.
—En todo esto estoy bien—le dije—; sólo querría saber si hay en el infierno muchos pobres.
—¿Qué es pobres?—replicó.
—El hombre—dije yo—que no tiene nada de cuanto tiene el mundo.
—¡Hablara yo para mañana!142—dijo el diablo—. Si lo que condena a los hombres es lo que tienen del mundo, y ésos no tienen nada, ¿cómo se condenan?143 Por acá los libros nos tienen en blanco. Y no os espantéis, porque aun diablos les faltan a los pobres. Y a aunes más diablos sois unos para otros que nosotros mismos. ¿Hay diablo como un adulador, como un envidioso, como un amigo falso y como una mala compañía? Pues todos éstos le faltan al pobre, que no le adulan, ni le envidian, ni tiene amigo malo ni bueno ni le acompaña nadie. Éstos son los que verdaderamente viven bien y mueren mejor. ¿Cuál de vosotros sabe estimar el tiempo y poner precio al día, sabiendo que todo lo que pasó lo tiene la muerte en su poder y gobierna lo presente y aguarda todo lo por venir, como todos ellos?
—Cuando el diablo predica, el mundo se acaba. Pues ¿cómo, siendo tú padre de la mentira—dijo Calabrés—, dices cosas que bastan a convertir una piedra?
—¿Cómo?—respondió—. Por haceros mal y que no podáis decir que faltó quien os lo dijese. Y adviértase que en vuestros ojos veo muchas lágrimas de tristeza y pocas de arrepentimiento, y de las más se deben las gracias al pecado, que os harta o cansa, y no a la voluntad, que por malo le aborrezca.
—Mientes—dijo Calabrés—. Que muchos buenos hay hoy. Y ahora veo que en todo cuanto has dicho has mentido, y en pena saldrás hoy de este hombre.
Apremióle a que callase144, y, si un diablo por sí es malo, mudo es peor que diablo.
Vuecelencia, con curiosa atención, mire esto y no mire a quien lo dijo145. Que por la boca de una sierpe de piedra sale un caño de agua146.