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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеLos Sueños fueron la obra principal que de 1606 a 1613 compuso el joven satírico don Francisco de Quevedo Villegas (1580-1645); por lo menos durante aquellos años escribió el de las Calaveras, el Alguacil alguacilado y el Mundo por de dentro. Es la obra que más ha hecho sonar su nombre; fué el fruto ya maduro de hondo pensador, de atento especulador de la ciencia de gobierno, de pintor maravilloso de las costumbres, de satírico acerado de las lacras sociales, de espíritu revoltoso y travieso y de estilista consumado.
La traza de fantasear un sueño para dar rienda suelta a su vena bulliciosa, mordaz y festiva por el variado e inverosímil campo de la sátira de costumbres, tomóla de la Divina comedia, del Dante; de las Danzas de la muerte medioevales; del Fin del mundo y segunda venida de Cristo, atribuida al bienaventurado Hipólito; de las pinturas del Bosco, y sobre todo, del gran satírico griego Luciano de Samosata, a quien no menos, antes más a las claras, había ya Cristóbal de Villalón imitado medio siglo había en la magnífica sátira que corría manuscrita con el título de Crotalón. La diferencia es grande, aunque la fuente de donde corren entrambas aguas la misma, y no menos el común intento moralizador por medio de la sátira de las costumbres. Es Villalón más helenista; más español, Quevedo. La ironía es allí enteramente clásica y lucianesca, recontando un gallo sus anteriores vidas en diversos estados, con el sosiego de la musa griega y la tranquila objetividad de un narrador filósofo, que por nada se altera; aquí la ironía es roja y chillona, sin matices melindrosos, española enteramente, sin el envoltorio de gallos ni de caballeros andantes, como la envolvió clásicamente Cervantes en novela de inventiva sin igual. Quevedo es satírico de golpe y porrazo, de antuvión, diría él; es poeta subjetivo y lírico, con lirismo empapado en hieles, embrazada la porra en vez de la lira. Ni liras ni cítaras ni formingues son para los callosos dedos de este gañán de la sátira. Nada hay aquí de narrativo en el fondo, como en Luciano y Villalón, porque las pinturas se suceden sin atadero, y son brochazos, ricos de colorido, mas sin composición que los trabe y armonice, que no lo es apenas el flojísimo hilo que enlaza los retazos en el todo del pensamiento del juicio final, o del endemoniado alguacil, o de la farsa del mundo. Tanto es así, que las pinceladas podrían pasar del uno a los otros en estos Sueños, y siempre estarían en su propio lugar. Al cabo y a la postre, en el soñar, ni hay hilo que trabe las escenas ni unidad de composición alguna. El espíritu volandero y mariposeador de Quevedo no podía más libremente revolotear que en lo desatado y ligero de un sueño. No había nacido para el teatro, la novela u otras obras largas; hoy hubiera sido un terrible periodista satírico.
Y de hecho Los Sueños y demás sátiras de Quevedo son el periódico de los tiempos de los Felipes III y IV.
No pocos rasgos debían de apuntar a personas y personajes, que hoy desconocemos; aun así y todo, como el satírico ahonda más en el mundo y en la vida común que el historiador y el dramaturgo, las obras de Quevedo son la mejor pintura de aquella sociedad.
Dió Quevedo en la manera que más al justo le cuadraba. Y por eso mismo, por la liviandad de su brillante fantasía y por el adecuado medio del soñar, que para satirizar las costumbres y reírse de todo le ocurrió, fué menos objetivo y sereno, menos clásico, de menor donosura que Villalón y Luciano, y a la par de menor profundidad y menos filósofo que ellos y que Lorenzo Gracián, que tras él vino a tomarle la vez. Los Sueños fueron la obra más propia de Quevedo: fué la primera que comenzó, y tardó quince años en acabar, sin contar La Hora de todos y la fortuna con seso, obra póstuma, y que no es más que otro de los sueños, el mejor de ellos. En 1607 tenía acabados el Sueño del juicio final o de las Calaveras, El Alguacil endemoniado y el licenciado calabrés o El Alguacil alguacilado. Adoleció en 1608 y fuése a convalecer al Fresno de Torote, donde acabó el Sueño del Infierno o Las Zahurdas de Plutón. En 1612, retirado en la Torre de Juan Abad, acabó probablemente el Mundo por de dentro. Vuelto de Sicilia y muerto Felipe III (1621), desterrado a la misma Torre de Juan Abad, escribió, además de otras obras, el Sueño de la muerte o Visita de los chistes.
La hora de todos y la fortuna con seso, titulada por su autor Fantasía moral, es sátira que de moral y social se convierte, a los pocos capítulos, en sátira política, colección de valientes cuadros políticos y de costumbres de la época. Las alusiones punzantes contra ministros y próceres, que esmaltan a cada paso el discurso, retrajeron al autor de darlo a la estampa, contentándose con que corriese manuscrito, escociendo a los zaheridos en él y preparando su descrédito. Empeñado ya en una guerra abierta con el vanidoso Atlante de la Monarquía, el Conde-Duque de Olivares y los a él allegados para traficar descaradamente con la suerte y libertad de los ciudadanos y monopolizar, fiado en la imbecilidad del Príncipe, los destinos de un gran pueblo, escribió por los años de 1639 La Isla de los monopantos, esto es, de los que se enseñoreaban del Poder. Desapareció este desenfado satírico cuando, preso en diciembre de aquel año, fueron entrados a saco sus papeles; pero alcanzada la libertad en 1644 y caído el privado, lo incluyó en La Hora, capítulo XXXIX, cuando acabó de limar esta obra en 1644, haciéndola copiar a su amanuense en 1655.
La historia del libro de los Sueños puede resumirse, según don Aureliano Fernández Guerra, cuya magnífica edición de las Obras de Quevedo, Madrid, 1880, es fuente indispensable tratándose del satírico, de la manera siguiente. No puede asegurarse que en los quince años que median entre 1612 y 1627 llegase a correr de molde ninguno de ellos; pero debieron de imprimirse varias veces. Vieron por primera vez en colección la luz pública fuera de los reinos de Castilla, en Barcelona y en 1627, con el título de Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños de todos los oficios y estados del mundo. (Tribunal de esta justa venganza, pág. 37).
Esta edición sirvió de original a la de Valencia del mismo año y a la de Pamplona de 1631. (Licencias de esta edición y singularmente la del fol. 198). Con el rótulo Desvelos soñolientos y verdades soñadas y la advertencia de que el libro salía corregido y enmendado agora de nuevo por el mismo autor y añadido un tratado de la Casa de locos de amor, los reimprimieron las prensas de Zaragoza en la primavera del dicho año de 1627, ejemplar rarísimo, como todos los de estas publicaciones primeras, y que se guarda en el Museo Británico. Allí se conserva también la de Barcelona de 1629, que, adelantándola un año, cita D. Nicolás Antonio. Tiene esta inscripción: Desvelos soñolientos y discursos de verdades soñadas, descubridoras de abusos, vicios y engaños de todos los oficios y estados del mundo. En doce discursos. Primera y segunda parte. Después, en Lisboa, 1629.
Las prensas no daban abasto para saciar la curiosidad general entretenida con aquellos sabrosos desenfados, mientras ponía lengua la murmuración en que el libro se imprimiese constantemente fuera de estos reinos, y se mostraba ofendida de algunas libertades e impurezas desapacibles, disgustada de la extraña mezcla de lugares de la Escritura con chistes y bufonerías, y horrorizada de los escandalosos nombres, que el autor hubo de poner a sus discursos.
Los enemigos de Quevedo eran muchos y poderosos por la mano que había tenido en los negocios de Sicilia, Nápoles y Venecia y por el favor que gozó en la Corte de Felipe III. Cuando los enconados resentimientos y la envidia le arrojaron entre cadenas y al destierro, entonces se desarrebozaron sus émulos, satirizando torpemente su vida y sus escritos. Con la dedicatoria del Sueño de la muerte a doña María Enríquez el año de 1622, coincide la licencia que se le concedió para irse a curar a Villanueva de los Infantes de unas tercianas malignas, y la libertad que se le dió, aunque con la prohibición de entrar en la Corte ni acercarse a ella a diez leguas a la redonda, cortapisa que desapareció por marzo del año siguiente. En febrero de 1624 ya formaba parte de la regia comitiva que acompañó a Felipe IV a Andalucía, aposentándole en su propia casa de la Torre de Juan Abad; y no menos el año 1626 fué con el Rey a las Corte de Barbastro, Monzón y Barcelona. Aprovechando la holgura y libertad del reino de Aragón, trató con el mercader Roberto Dupont y con el impresor Pedro Verges y así pudo imprimir la Política de Dios, El Buscón y Los Sueños. Pero la fama creciente de Quevedo, acrecentada con el Memorial por el Patronato de Santiago, publicado en febrero de 1628, recrudeció de nuevo la malevolencia de los envidiosos, los cuales le pusieron mal con el valido, el Conde-Duque de Olivares, hasta lograr que éste le metiese en la cárcel por junio del mismo año de 1628 y le desterrase a la Torre de Juan Abad, teniéndole allí preso desde abril hasta que se le mandó tornar a la Corte en 29 de diciembre del mismo año.
El encierro no quebrantaba su entereza, y con el arrojo y libertad que le inflamaron siempre, dirigió a Felipe IV un largo y valiente memorial insistiendo en la defensa de Santiago y haciendo la suya propia contra todos sus adversarios. Pedía licencia para la impresión; pero por no echar más leña al fuego no le fué concedida.
Quevedo debió de conocer que sus adversarios no habían de cejar un punto. Ello es que por entonces comenzó el Conde-Duque a tratar de ganarse su voluntad y él se rindió, no ciertamente a las dádivas, amenazas y persecuciones, pero sí a las muestras de amistad que le dió el favorito, hasta llegar a imprimir el año de 1630 en Zaragoza El Chitón de las tarabillas, en defensa del descabellado arbitrio de Olivares sobre las minas y la baja de la moneda y en defensa del mismo Conde-Duque. Por aquí acaso se explicará el inexplicable hecho de la corrección y nueva redacción que hizo de Los Sueños, quitándoles muchos pasajes de los que escandalizaban a los envidiosos y cuanto aludía a la Escritura, a la Religión y a los clérigos y religiosos, convirtiendo los Sueños de cristianos en gentílicos.
A principios del año 1629 pidió al Tribunal de la Inquisición recogiese todas las impresiones hechas en Aragón y otras partes fuera de los reinos de Castilla, y con la censura de fray Diego del Campo y la del padre Juan Vélez Zabala, calificadores ambos del Santo Oficio, dió en Madrid a la estampa sus obras satírico-morales en aquel otoño (Índice expurgatorio publicado en 1640 por el inquisidor general don Antonio de Sotomayor). Intitulóse el libro Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, Madrid, 1629. Cambiáronse los nombres de cada uno de los sueños resultando:
El Sueño de las calaveras, por El Sueño del Juicio final; El Alguacil alguacilado, por El Alguacil endemoniado; Las Zahurdas de Plutón, por Sueño del Infierno; Visita de los chistes, por El Sueño de la Muerte.
Añadiéronse nuevos tratados: El Libro de todas las cosas y otras muchas más; Aguja de navegar cultos; La Culta latiniparla, y La caldera de Pero Gotero, refundida luego, en El Entremetido y la Dueña y el Soplón. Desaparecieron los romances El Nacimiento del autor, El Cabildo de los gatos, Las dos aves y los dos animales fabulosos, La Premática del tiempo y la Casa de locos de amor.
En fin, para imprimir por diez años los Juguetes de la niñez, concedió licencia Su Majestad a Quevedo, a 20 de enero de 1631; y Madrid (1788, 1794) Sevilla (1634, 1641) y Barcelona, (1635, dos ediciones, 1695) los reprodujeron varias veces, ejemplares que la rapacidad de libreros vergonzantes y la afición de los extranjeros por las antiguas ediciones españolas han hecho rarísimos en nuestras bibliotecas. Respetando la voluntad última del autor, se ha preferido siempre imprimir esta edición de los Juguetes de la niñez. Pero de esta redacción y corrección, si hoy se levantara Quevedo, cierto estoy de que clamara amargamente: Compulsus feci. Huele demasiado a teólogos escrupulosos no sólo todo lo variado y corregido, pero aun el mismo título de Juguetes de la niñez. No lo eran ciertamente para Quevedo, aunque así lo intituló por quitarse de enredos. Es la obra de más valer que escribió, la de más maduro juicio, aunque escrita por su mayor parte siendo todavía joven. Así lo pensaba su autor cuando prosiguió por la misma vereda escribiendo, ya entrado en años, no sólo la Visita de los chistes, sino El Entremetido y la Dueña y el Soplón, y finalmente la obra póstuma y verdadero póstumo sueño, La Hora de todos y la fortuna con seso. No son juguetes de niños, sino filosofías de hombre muy maduro y asesado Los Sueños de Quevedo. No es menester gran talento para comprenderlo; ¿y habrá quien crea que para comprenderlo no lo tuvo el mismo Quevedo? ¿No se pasó toda la vida satirizando las necedades de los hombres, poniéndolos al desnudo, riéndose de sus ridiculeces? ¿Cómo le vamos a creer que escribió “con ingenio facinoroso” sus Sueños y que les puso “nombres más escandalosos que propios?” Los que se escandalizaron fueron sin duda algunos teólogos a lo padre Niseno y los hipocritones de sus émulos. No conocemos bien las apreturas en que se vió, aunque algo se traslucen por lo poco que hemos historiado. Ello basta para saber que, si no podemos juzgar en esta parte a Quevedo, afirmando que prevaricó y quedó vencido y se desdijo feamente, lo cual dificultoso es de admitir en varón de tanta entereza en tantas y tan graves persecuciones, sobre todo la del Conde-Duque, cuando en la última vejez le empozó en la mazmorra aquella del convento de San Marcos de León, donde por milagro no acabó, tullido y lleno de enfermedades sus tristes días; por lo menos basta para asegurarnos de que, si oficialmente y en lo de fuera, fué su última voluntad la edición que llamó Juguetes de la niñez, en lo de dentro de su pecho y en lo íntimo de su conciencia no fué así.
¿Por qué han de ser “más escandalosos que propios” los títulos cristianos, que no los gentílicos? Un cristiano no sueña en el despertar de calaveras, sino en el juicio final; no en las zahurdas de Plutón, sino en el infierno; un cristiano ve ángeles, diablos; ve a Dios y a su Madre, y no a Júpiter y a defensores y verdugos abstractos; un cristiano gran satírico, ve y pinta las necedades de monjas, frailes, curas y obispos, lo mismo y con mayor dolor que las de sastres y escribanos. Nada de escandaloso ni impropio vió y pintó el Dante, cuando esto vió y pintó, y no es por ello la Divina Comedia obra de “ingenio facinoroso”. “Con desprecio” dice Quevedo que dejó los Sueños, tal como primero los había escrito. Permítame que le diga, no que se engañó y quiso engañarnos, sino que quiso engañar y engañó con ese prefacio a sus adversarios teologizantes. Con este borrar de trozos y cambiar de palabras, para quitar a los Sueños todo color cristiano, como si no fuera una sátira de cristianos y por un cristiano escrita, las alegorías hechas a la fuerza mitológicas, quedaron frías, falsas y sin fuerza alguna; los asuntos inverisímiles; el texto, a veces oscuro e indescifrable; la obra entera, descolorida, falseada, indigna de un satírico como Quevedo. La edición verdaderamente crítica de Los Sueños acaso exigiera que se imprimiesen juntamente con la redacción corregida dos o más de las anteriores o lo que primitivamente escribió Quevedo, sacándola de todas ellas, si ello fuera hacedero. En la mía he añadido como notas todas las variantes, por manera que pueda restituirse la redacción primitiva. La fortuna con seso i la hora de todos, fantasía moral. Autor Nifroscrancot Viveque Vasgel Duacense. Traducido de Latín en Español, por Don Estevan Pluvianes del Padron, Natural de la villa del Cuervo Pilona, Zaragoza, 1650, 1651. Fué escrita en 1635 y acabada en 1636. La copia del amanuense de Quevedo, hecha en 1645, paró en la biblioteca de los Duques de Frías. En la Nacional (T. 153, pág. 236) hay tres pliegos con este epígrafe: Fortuna con seso y hora de todos. Adiciones del original a lo impreso, erratas, y índice de los asuntos que contiene. La primera colección en que se incluyó debió de ser la de Madrid, 1658. El Nifroscrancot es el anagrama de Don Francisco de Quevedo Villegas, que según el ms. de la Nacional (pág. 240), debe leerse: Nifroscancod Diveque Vasgello.
Julio Cejador.
Nota. Por razones editoriales dejamos para el tomo siguiente El Mundo por de dentro, que debiera ir antes de la Visita de los Chistes.