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PRÓLOGO AL INGRATO Y DESCONOCIDO LECTOR

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Eres tan perverso, que ni te obligué llamándote pío, benévolo ni benigno en los más discursos porque no me persiguieses, y, ya desengañado, quiero hablar contigo claramente. Este discurso es del infierno. No me arguyas de maldiciente, porque digo mal de los que hay en él, pues no es posible que haya dentro nadie que bueno sea. Si te parece largo, en tu mano está: toma el infierno que te bastare y calla. Y si algo no te parece bien, o lo disimula piadoso o lo enmienda docto. Que errar es de hombres y ser herrado de bestias o esclavos. Si fuere oscuro, nunca el infierno fué claro; si triste y melancólico, yo no he prometido risa. Sólo te pido, lector, y aun te conjuro por todos los prólogos, que no tuerzas las razones ni ofendas con malicia mi buen celo. Pues, lo primero, guardo el decoro a las personas, y sólo reprendo los vicios, murmuro los descuidos y demasías de algunos oficiales, sin tocar en la pureza de los oficios, y, al fin, si te agradare el discurso, tú te holgarás, y si no, poco importa: que a mí de ti ni de él se me da nada.—Vale.

Los Sueños

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