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LA FUNCIÓN DE LA CRÍTICA3


«Sobre gustos no hay nada escrito», recoge uno de esos dichos populares que se utilizan con frecuencia para justificar todo tipo de aberraciones. Creo, por el contrario, que si se ha escrito sobre algo a lo largo de la historia es precisamente sobre gustos.

Como queda dicho, en el periodismo cultural es necesario hacer una importante diferencia entre lo que es la información y lo que es la crítica, y por lo tanto distinguir entre el periodista cultural y el crítico. El primero informa de las noticias relacionadas con las diferentes actividades de lo que su medio entiende como cultura. Su objetivo fundamental es la divulgación de las actividades culturales de una sociedad para que sus miembros estén informados acerca de estas actividades y puedan acercarse a ellas con un cierto conocimiento. Al crítico, además, deben exigírsele unas fundadas claves de interpretación acerca de las expresiones culturales sobre las que ejerce su trabajo. Esta diferencia debe quedar muy clara porque con frecuencia se confunde la actividad informativa cultural con la crítica de las diferentes formas y expresiones de la cultura, sobre todo porque los críticos no suelen ser profesionales del periodismo. Con frecuencia, los de literatura son especialistas en esta materia (profesores, filólogos, escritores…) o los de arte y música lo son en la suya, pero en muchos casos no son periodistas en el sentido que identifica al periodista con el informador. Se trata de algo tan sencillo como diferenciar la información de la opinión. Sin embargo, en ambos casos, el profesional ha de transmitir un mensaje que vaya más allá de las meras definiciones; ha de introducir en su trabajo los problemas de la sociedad y de la época en la que vive, saber interpretar la potencialidad de la obra de los creadores y llevarla a los receptores con todas sus consecuencias, apelando a su formación y manteniendo siempre su responsabilidad: considerar la cultura como la producción de fenómenos que contribuyen a transformar la sociedad, es la tesis de la novela de Antonio Tabucchi Sostiene Pereira. Y, en cuanto a la forma, evitar la homogeneización que amenaza a la información cultural en los últimos años.

LA CRÍTICA, GALARDONADA

Frente a quienes piensan en el agotamiento de la función de la crítica o en que la crítica como género y los críticos como intérpretes están de más en el panorama cultural actual; que se mueven más por intereses personales, económicos o de grupo que por promover y descubrir los valores de la cultura (no quiero decir que no existan también estos casos), es ejemplar que manifestaciones como los Premios Príncipe de Asturias hayan fijado su atención en dos personalidades cuya labor en la crítica de la cultura forma parte importante de su obra.

Hay un texto de Walter Benjamin, Las afinidades electivas de Goethe (Abada, 2007. Obras Completas. Libro I. Vol. I), una profunda interpretación sobre la novela romántica del autor alemán de los siglos XVIII y XIX, que sigue siendo una referencia imprescindible para saber qué es la crítica literaria. Siguiendo esta tradición, son muchos los pensadores que han dedicado a la crítica algunas de sus obras más representativas. Entre ellos destaca la labor de Tzvetan Todorov cuya Crítica de la crítica (Paidós) y Los aventureros del absoluto (sobre Oscar Wilde, Marina Tsvietáieva y Rainer María Rilke) debieran ser de obligada lectura para quienes tienen la responsabilidad de hacer juicios sobre la cultura. Todorov justifica la existencia de la crítica en un hecho histórico fundamental: el de que antiguamente se creyera en la existencia de una verdad absoluta y común a todos, de un patrón universal válido para juzgar todas las creaciones culturales (este patrón coincidió durante siglos con la religión). La crítica ha contribuido al derrumbamiento de esta creencia a través del reconocimiento y valoración de la diversidad. En su ensayo El espíritu de la Ilustración (Galaxia-Gutenberg, 2008) retoma esta idea al señalar que «Lo que se rechaza es la sumisión de la sociedad o del individuo a preceptos cuya única legitimidad procede del hecho de que la tradición los atribuye a los dioses o a los ancestros (…) La convicción de que la luz desciende de las alturas queda sustituida por la de toda una multiplicidad de luces que se propagan de persona a persona».

Todorov sostiene que la operación fundamental de la crítica es la de relacionar el objeto que analiza con otros elementos de información que forman su contexto, con el fin de contribuir a la búsqueda de verdad y de valores. En Crítica de la crítica lo hace a través del análisis de las obras de los formalistas rusos, del contenido épico de las novelas de Alfred Döblin y de los dramas de Brecht o de las ideas literarias de Mijaíl Bajtin. Llega a la conclusión de que la crítica no puede ser otra cosa sino diálogo, «encuentro de dos voces, la del autor y la del crítico, en el cual ninguna tiene un privilegio sobre la otra». Crea así el concepto de crítica dialógica, aquella que habla no acerca de las obras sino a las obras o, más bien, con las obras, aquella crítica que solo es imposible cuando el crítico se encuentra en total acuerdo con su autor y por tanto ninguna discusión puede darse. El diálogo, entonces, se ve reemplazado por la apología. Uno de los capítulos más interesantes de Crítica de la crítica, el titulado “Conocimiento y compromiso”, está dedicado a Northrop Frye, el gran teórico de la crítica literaria, quien precisamente fuera profesor de Literatura de Margaret Atwood, la autora también premiada con el Príncipe de Asturias, y una de las personalidades más influyentes en la obra de la novelista canadiense.

LA CRÍTICA FEMINISTA

Margaret Atwood es antes que nada una novelista. Una creadora, por tanto y, por lo mismo, objeto frecuente de la crítica, en la que ha recreado su sentido del humor: «Dios creó del caos, de la oscuridad informe, en el vacío, y lo mismo hace el novelista. Después Dios puso los detalles uno por uno. Lo mismo que el novelista. El séptimo día Dios descansó. Como el novelista. Pero el crítico empieza el día 7». Se puede acceder a algunas de las críticas de Atwood a través de la lectura de La maldición de Eva (Lumen), que reúne artículos y conferencias que la escritora canadiense ha elaborado en paralelo a su labor narrativa. Margaret Atwood reflexiona sobre el acto de la relectura, a través de la que ha llegado a descubrir el verdadero valor de algunas obras literarias, y por ello una de sus recomendaciones es la de volver una y otra vez a las grandes obras de la literatura. «A veces, la sencillez y claridad de sus exposiciones llega a sorprender: Rebelión en la granja» –dice hablando de la obra de George Orwell– «describe la transformación de un movimiento de liberación idealista en una dictadura totalitaria. 1984 describe la vida en el interior de ese sistema». Pero el más importante objetivo de sus críticas literarias se sitúa en la reivindicación de los derechos de la mujer: lo extraordinario de las mujeres escritoras del siglo XIX –dice– no es que fueran tan pocas, es que hubiera alguna. Entre las ventajas que el movimiento feminista ha aportado a la literatura, Atwood destaca la aparición de una mirada crítica hacia la forma en que se ejerce el poder en las relaciones entre ambos sexos y una consideración diferente de los patrones sociales de esas relaciones. Su defensa del feminismo se justifica, en la literatura y en la vida, para que un personaje femenino pueda rebelarse contra las convenciones sociales sin tener, como Anna Karenina, que arrojarse a las vías del tren.

3 Originalmente publicado el 5 de julio del 2008.

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