Читать книгу El libro de escribir - Gabriela Bejerman - Страница 14
Doméstica
ОглавлениеLa vaporera de primera marca me la compré al mismo tiempo que la licuadora, un día que recuerdo vagamente como previo al verano, tal vez por el entusiasmo. No debe ser común, pensé, que alguien entre al local de Moulinex y se lleve lo más campante dos productos. Creí que el vendedor debía estar tan contento como yo. Ni siquiera le di mucha cabida a la culpa anti consumo que bien podía acalambrarme. Colgué la licuadora de un lado del manubrio y la vaporera del otro y me fui haciendo equilibrio con la bici hasta casa.
Estos dos electrodomésticos son usados casi a diario, junto con la minipimer, que llegó después. Mis vedettes, dirían en un programa de televisión, pero no sé si todavía existe la televisión. Podría salir con un delantalito y cara de ama de casa satisfecha, orgullosa de la baqueteada vida de estos enseres amortizados. Ahora me acuerdo de una pobre mujer en un curso que yo daba, ella quiso escribir acerca de una olla espectacular. La olla merecía un gran texto, pero fallaba y fallaba por más que lo reescribía. Sería bueno pensar por qué a veces los textos no encuentran su aura, su sabor.
Personalmente, me gusta el picoteo. Me identifico con la onda mariposa que pasa por una flor y por otra sin darse ni cuenta de a dónde va. Es una especie de técnica sin técnica que me funciona, pero tampoco me atrevo a pregonarla, porque descreo de las fórmulas y por pudor. En lo que sí creo es en disfrutar avanzando, en avanzar disfrutando. En hacer tripas corazón cuando escribimos, porque la mayoría de las veces nos tienta tirar todo por la borda y dudar del impulso que nos trajo hasta acá. Hace muchos años aprendí que si sigo un poco más, si tiro del hilito o si lo desenrollo o lo sostengo como una larga nota musical que se exhala con todo el cuerpo, algo más aparecerá ante nuestros ojos, extasiados por la pequeña sorpresa que escribir nos trae.
Para cocinar, esta técnica no sé si es tan recomendada... embarcarse en picar una cebolla sin saber para qué la vas a usar casi siempre trae frustración y desperdicio, un plato desabrido. En cuanto a la mayonesa de zanahoria, tengo tanta experiencia que mido aceite y ajo a ojo y aprendí a desconfiar de las zanahorias pálidas. Si ahora estuviera escribiendo acerca de un objeto doméstico amado, terminaría explicando cómo bajo y subo con el zumbido agarrado fuerte de mi puño, deshaciendo cada duda, cada rodaja de zanahoria, logrando la emulsión perfectamente deliciosa que hará que les niñes de la casa consuman hortalizas con la misma felicidad que si se tratara de chizitos.
Aclaremos que no necesariamente tendrás ganas de hablar de un electrodoméstico. Quizá tu fetiche de entrecasa sea un par de pantuflas, un lápiz siempre a mano, noblemente dispuesto al subrayado de tu antojo, o un repasador de gallinitas, o una regadera de carácter arborescente, o una pinza pico de loro. Esta consigna es acerca de objetos domésticos amados. Vas a entrarle a la cosa de tu encanto, reverencia a su función, a la gracia con que cada vez se deja usar. Qué te copa de tu casa, qué pieza ineludible encuentra tus manos como si fueran madriguera. Para tu día de mente inquieta y elusiva, un objeto grato, dócil, un objeto compañero de la acción, de la vida en movimiento de una casa, la tuya.