Читать книгу El libro de escribir - Gabriela Bejerman - Страница 30
Amores
ОглавлениеCómo fue la primera vez que sentiste amor. Quién era la fuente de donde venía el aluvión. Qué rostro. Qué luz. Qué tacto. ¿Qué hubo? Hubo un ramito de flores. Hubo una persecución. Hubo un rastro que seguías sin saber adónde. Hubo árboles donde esconderse, un gran hueco para la vergüenza. Un verano de imán. Frescura y bochorno. Una fruta, helados derritiéndose. Manos manchadas de barro. Una ola, baldes. Letras de arena. Laderas, roladas, cascadas. ¿Un salto mortal?
Quiero saber aquí de amores sin vuelta. Fantasías larguísimas como la cabellera de alguien en una alta prisión. Años de cárcel de amor. Cadenitas labradas con la propia sangre para encadenarte mejor. Marcas en la pared, en la cama marinera. Fotos como anestesia escondidas en la soledad de la contemplación. Una lapicera robada para acariciar. ¿Alguna vez escribiste en el banco, letra sobre letra, el nombre entero de alguien para que nadie supiera, para que el mundo encarnara en forma de fórmica el espesor de ese amor? Publicidad y secreto. ¿Alguna vez un chico hermoso te dijo “qué fea sos” en vez de encajarte un beso? ¿Y cuando viste cómo se besaban dos y no eras vos? ¿Y cuando al fin bailaste? Espasmos, claridad.
De qué fuiste capaz, qué seguimientos, sacrificios, qué sutilezas que nadie interpretó. Cautiverio. El cuento de dar y recibir, demanda e insatisfacción, quién da menos, quién da más. Y si contaras muchas historias en una misma cinta, ¿qué nudo hacés hoy, qué es lo que atás para bien, qué desataste después de tanto penar?
Si yo tomara apuntes para hacer la consigna, empezaría contando un error infantil: interpreté que era un hit tener diez novios porque en la mesa familiar, a la pregunta de si tenía, respondí que varios, y la gente rio. Sonó como aplausos. A los catorce acepté al primero que gustó de mí. Era hora. No me gustaba pero jugamos bastante, a los meses lo dejé por mi verdadero amor, a quien dejé después de seis meses por amor a la libertad; cuando me arrepentí fue tarde. Entonces estuve de novia con la tristeza, mechada con descontrol. A los treinta y tres me dejaron por primera vez. Hasta entonces nunca había entendido qué querían decir con la tonta frase “amate a vos”. Después me metí en la soledad de la isla, ahí tuve un novio maestro peludo que venía conmigo a pasear y ahuyentaba a posibles candidatos, rivales que huían de sus ladridos furiosos. Por eso el camino era largo y muy verde, tuve tiempo de observar arañas y flores y la marea que subía y bajaba, mientras me preparaba para aprender al fin a subirme a la ola de amar sin dañar.