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Capítulo XI

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De los principales actores de la comedia de Bakewell, Ripton Thompson aguardaba pesaroso la temible mañana en que se decidiría el destino de Tom, y padecía horribles angustias. Adrian, al despedirse, había aprovechado para comentarle el lugar del criminal en la Europa moderna, asegurándole que el Tratado Internacional se ocupaba ahora de lo que antes promulgaba el Imperio Universal, y que, entre los bárbaros del Atlántico actual, como entre los escitas, un delincuente no encontraría refugio perseguido por un delegado.

En el hogar paterno, bajo el techo de la ley, fuera de la influencia de su joven e inconsciente amigo, la dudosa índole de su acto y el terrible aspecto del delito abrumaban a Ripton. Ahora lo veía por primera vez. «¡Es casi un asesinato!», decía su alma alucinada, y vagaba por la casa con un hormigueo de terror en el cuerpo. Su trastornada mente le llevaba a pensar en empezar una nueva vida en América como un caballero inocente. Le escribió a su amigo Richard, proponiéndole recaudar fondos y embarcar en caso de que Tom rompiera su palabra o fueran descubiertos de manera accidental. No se atrevía a confiarse a su familia, pues su líder le había desaconsejado cualquier debilidad de ese estilo, y, siendo de natural honesto y comunicativo, la restricción era dolorosa y la melancolía se apoderó del chico. Mamá Thompson lo atribuyó al amor.

Las cotillas de la casa aturullaban a la señorita Clare Forey. Las cartas que enviaba cada hora a Raynham y el silencio que de allí provenía, los nervios y su inusitada propensión a inflamársele las mejillas, se tomaban por signos de pasión. La señorita Letitia Thompson, la más bella y menos indiscreta, destinada por su padre al heredero de Raynham, consciente de su brillante futuro, había ensayado, desde la partida de Ripton, su forma de vestir y hablar, y había practicado bailes (estos con tanto éxito que, aunque no tenía quince años, hacía languidecer a su criada y derretía al pequeño lacayo). La señorita Letty, cuya sed insaciable de insinuaciones del joven heredero Ripton no alcanzaba a satisfacer, lo atormentaba vengativamente todos los días, y una vez, de modo inconsciente, le dio un buen susto al muchacho. Después de cenar, cuando el señor Thompson, antes de acostarse, leía el periódico junto al fuego, y mamá Thompson y su prole femenina se atareaban, sentadas, con el complejo arte de la aguja, la señorita Letty se puso detrás de Ripton y dejó caer, entre él y el libro, la letra P, grande y luminosa, del asunto que imaginaba le absorbía tanto como a ella. La inesperada visión acusatoria, la resplandeciente y acechante letra hizo que Ripton saltara de la silla, y con su tradicional indecisión sobre qué color asumir, la culpa en sus mejillas cambió del rojo al blanco y del blanco al rojo. Letty rio triunfal. «Pasión», la palabra que ella tenía en mente, conectaba con «pirómano».

La entrega de una carta a Ripton brindó otra diversión a la señorita Letty, pues cuando Ripton leía la misiva se produjeron extrañas sacudidas, como las que hacía la pequeña damisela en sus bailes, para ella la única forma de expresar una declaración. El chico se levantó de la mesa, se dominó por la presencia de la familia y fue a su habitación. Naturalmente, la ingenuidad de la niña quería apoderarse de la misiva. Lo consiguió, claro, por ser cazadora de pocos escrúpulos y haber abandonado él la carta. Con sorpresa leyó algo incomprensible:

Querido Ripton:Si hubieran condenado a Tom habría disparado al viejo Blaize. ¿Sabes que mi padre estaba detrás de nosotros la noche en que Clare vio el fantasma y oyó todo lo que dijimos antes de que empezara el fuego? No se le puede ocultar nada. Como sé que no te encuentras bien, te lo contaré todo. Después de que te fueras tuve una conversación con Austin en la que me persuadió para que fuera a ver al viejo Blaize y le pidiera que liberara a Tom. Fui y habría hecho cualquier cosa por Tom después de lo que le dijo a Austin, y desafié a ese patán a que hiciera lo que quisiera. Dijo que si mi padre pagaba y nadie había sobornado a los testigos no le importaba si soltaban a Tom y que tenía un testigo principal llamado el Gallo Enano muy parecido a su amo según mi opinión, y el Gallo Enano me guiñaba los ojos tremendamente, como tú dices, y dijo que había jurado ver a Tom, pero no sobre la Biblia. Repetía y repetía que podía jurarlo, pero no sobre la Biblia. Me empecé a partir de risa y deberías haber visto lo enfadado que estaba Blaize. Fue divertidísimo. Después tuvimos una reunión en casa Austin Rady mi padre tío Algernon que ha vuelto con nosotros y tu amigo en lo bueno y en lo malo R.D.F. Mi padre dijo que le daría su palabra a Blaize de que no había sobornado a los testigos y cuando se fue estábamos todos hablando y Rady dijo que era mejor que no fuera. Estoy seguro de que Rady sobornó al Gallo Enano. Bueno pues salí corriendo y alcancé a mi padre y le dije que no fuera a ver a Blaize, que iría yo y me comería mis palabras y le diría la verdad. Me esperó en el camino. Da igual lo que pasó entre yo y el viejo Blaize. Me hizo rogarle y rezar que no presentara cargos contra Tom y después para terminar va y trae a una niña pequeña, su sobrina y me dice: es tu mejor amiga después de todo, y me dijo que le diera las gracias a ella. A una niña de doce años. Qué demonios tiene que ver una mocosa en mis asuntos. Creo Ripton que siempre que hay maldad hay chicas. Tuvo la insolencia de decirme que no estuviera triste. Fui educado, claro, pero ni la miré. Bueno pues al día siguiente Tom fue juzgado ante sir Miles Papworth. Fue la gota de sir Miles lo que nos hizo ganar tiempo o Tom habría sido juzgado antes de que pudiéramos hacer nada. Adrian no quería que fuera, pero mi padre dijo que debía acompañarle y me dio la mano todo el tiempo. Tengo que tener cuidado de no volver a meterme en líos. Cuando has hecho algo honrado no piensas en ello, pero estar entre jueces y policías te hace sentir vergüenza de ti mismo. Sir Miles fue muy atento conmigo y mi padre y fue a muerte contra Tom. Nos sentamos junto a él y trajeron a Tom. Sir Miles le dijo a mi padre que si había algo que revelara la baja naturaleza era la quema de pajares. ¿Qué piensas de eso? Le miré a la cara y me dijo que estaba haciéndome un favor condenando a Tom y echando a tipos como él del país y Rady empezó a reírse. Odio a Rady. Mi padre dijo que su hijo no tenía prisa por heredar y tener que vigilar sus tierras y sir Miles también se rio. Al principio creí que nos habían descubierto. Luego comenzó el juicio de Tom. El hojalatero fue el primer testigo y testificó que Tom había criticado al viejo Blaize y había dicho algo sobre quemar su pajar. Deseé haber estado en el camino a Bursley a solas con él. El abogado de oficio que le buscamos a Tom le interrogó y después de eso dijo que no podía jurar las palabras exactas que se habían intercambiado él y Tom. Ya me parecía. Luego llegó otro que juró haber visto a Tom merodear por las tierras del granjero aquella noche. Luego llegó el Gallo Enano y lo vi mirar a Rady. Estaba muy nervioso y mi padre no dejaba de apretarme la mano. Imagínate llegar a pensar que una palabra de ese tipo arruinaría mi vida y que debía perjurar para ayudarme. Eso por ceder ante las pasiones. Mi padre dice que cuando lo hacemos tenemos al diablo de consejero. Bueno pues le dijeron al Gallo Enano que contara lo que había visto y en el momento en que empezó Rady que estaba cerca de mí comenzó a agitarse y yo sabía que se reía, aunque su cara estaba tan seria como la de sir Miles. Nunca había oído tal sarta de tonterías, pero era incapaz de reírme. Dijo que pensaba que estaba seguro de haber visto a alguien junto al pajar y que Tom Bakewell era el único hombre que conocía que le guardaba rencor al granjero Blaize y si hubiera sido un poco más grande no le importaría jurar que era Tom y lo juraría porque estaba seguro de que era Tom solo que parecía más pequeño y estaba oscuro como boca de lobo aquella noche. Le preguntaron qué hora era cuando vio a la persona marcharse del pajar y entonces se rascó la cabeza y dijo que era la hora de cenar. Le preguntaron que a qué hora cenaba y dijo que a las nueve por el reloj y probamos que a las nueve Tom estaba bebiendo en una taberna con el hojalatero en Bursley y sir Miles soltó un taco y dijo que se temía que no podía condenar a Tom y cuando este lo oyó me miró. Creo que Tom es un tipo noble y que nadie se reirá de él mientras yo viva, que quede claro. Entonces sir Miles nos invitó a cenar con él y Tom estaba a salvo y voy a poder tenerlo y educarlo como mi criado si quiero. Y le daré dinero a su madre y la haré rica y nunca se arrepentirá de haberme conocido. Creo Rip que el Gallo Enano debió verme cuando fuimos con las cerillas a encender el fuego. Al volver a casa después de haber cenado con sir Miles (tiene muchas hijas con la cara roja pero no bailé con ellas aunque había música y parecía divertido y no me importaba porque yo estaba muy contento y por poco no lo conté), cuando nos fuimos a casa Rady le dijo a mi padre que el Gallo Enano no era tan tonto como creíamos y mi padre dijo que uno debe de estar en estado de gran exaltación personal para aplicar tal epíteto a un hombre y Rady cerró la boca y yo arreé a mi poni con alegría. Creo que mi padre sospecha lo que hizo Rady y no lo aprueba. Y no tendría que haberlo hecho y podría haberlo estropeado. He tenido que decirle que no me llame Ricky porque dice Rick1 para que todo el mundo sepa lo que quiere decir. Mi querido Austin se va a Sudamérica. Mi poni está en un estado excelente. Mi padre es el mejor y el más listo del mundo. Clare se encuentra un poco mejor. Estoy bastante feliz. Espero que podamos vernos pronto mi querido Rip y que no nos metamos en más líos tremendos.

Sigo siendo,

Tu amigo del alma,

Richard Doria Feverel.

P. D.: Van a regalarme una bonita embarcación de río. Adiós, Rip. Espero que aprendas a boxear. Y no enseñes esto a ninguno de tus amigos o me disgustaré.

N. B.: La señora B. se enfadó mucho porque no le pedimos ayuda. Haría cualquier cosa por mí. Es la que mejor me cae después de mi padre y de Austin. Adiós querido Rip.

La pobre Letitia, después de leer atentamente tres veces esta ingenua epístola donde las reglas de puntuación habían sido ignoradas, la devolvió al bolsillo de la mejor chaqueta de su hermano, profundamente enamorada del descuidado redactor de la misiva. Y así terminó el último acto de la comedia Bakewell, en la que el telón se cierra con sir Austin señalando los beneficios del sistema de principio a fin.

Las tribulaciones de Richard Feverel

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