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El hombre
ОглавлениеSi nos interesamos por ese ser vivo tan especial para nosotros como es el hombre también nos estaremos interesando por nosotros mismos siendo hombres. Dificultad mayor, ya que tendremos la limitación que impone una estructura cognoscente intentando conocerse a sí misma. Por otra parte son hombres quienes enseñan y aprenden, de allí que sea insoslayable acercarnos a su conocimiento.
El niño no es más que un cachorro del hombre, su proyecto. El hombre tal como nos reconocemos hoy, tiene una corta vida en tiempos planetarios: aproximadamente 40.000 años. Nuevos descubrimientos cambian este dato y también el lugar de inicio, la dirección de las migraciones y sus culturas obligando a nuevos planteos. Es interesante pensar que los homínidos que nos precedieron también tienen una corta historia en términos planetarios: entre 200.000 años el homo sapiens y 160.000 el homo erectus. De pronto aparece el “gran salto” y se instala el hombre actual con una historia más reciente, una notable cultura y capacidad de generar cambios. Parece muy exitoso y es dominante. Siguen los “descubrimientos” y aparecen nuevas hipótesis según las cuales los diferentes homínidos habrían convivido con una progresiva homogeneización hasta llegar al hombre moderno. Vemos entonces que el hombre actual es un animal con alguna diferencia de sus antecesores. ¿En qué radica la diferencia y cuál es la base para ella?
El avance de la biología molecular y de la genética, con la determinación ahora posible del genoma humano, nos muestra que sorprendentemente diferimos en no más de un 3% de los genes de un vertebrado y en no más de 1-2% de un homínido cercano (gorila, chimpancé). Por otro lado, también podemos adentrarnos un poco más y evaluar con más precisión las diferencias entre los propios seres humanos en términos de especies o etnias, su evolución y distribución geográfica, como elegantemente elabora Cavalli-Sforza.
Son reconocibles semejanzas y diferencias entre otros homínidos y nosotros. Una conclusión a la que se ha llegado es que las diferencias conductuales tienen que ver con ese 1-2% de los 30.000 genes conocidos y relacionados con la constitución y configuración del cerebro; no solamente por el tamaño y población neuronal, sino también por la arquitectura. Buena parte está concentrada en el lóbulo frontal y especialmente en la parte anterior llamada prefrontal. Alexander Luria, anticipándose, lo llamaba la sede de la inteligencia. Hoy se agregan a él los ganglios basales y el cerebelo.
La consideración actual se ha desplazado del corticocentrismo a un modelo córtico-subcortical avalado por la anatomía comparada, la anatomía evolutiva y las neuroimágenes funcionales. No necesariamente la última adquisición evolutiva o la más nueva (el neocortex) alcanzan para dar cuenta por sí solas de nuestras conductas. Es en realidad el desarrollo de circuitos más extensos, con mayor número de conexiones y mayor complejidad, pero segregados por funciones, lo que se avizora como determinante de conductas complejas. Aparece la idea y las demostraciones del procesamiento en redes distribuidas y el fenómeno de convergencia-divergencia que permiten explicar la coexistencia de múltiples causas para un mismo efecto y de una causa única para múltiples efectos.
Otros avances nos llevan a replanteos interesantes. Por ejemplo: si bien individualizamos neuronas, las mismas pueden tener funciones variables según su ubicación en una red y dependiendo de los estímulos que le llegan. Estamos frente a un sistema plástico cambiante. Como novedad, se comienza a conocer que las células gliales tienen identidad según su variedad y según las neuronas y circuitos con los que se asocian.
A nuestro cerebro llegan estímulos como formas variadas de energía para los que tenemos los sensores adecuados; fotones que impactan la retina (luz), vibraciones que crean variaciones en las células de la cóclea (sonido), sustancias que modifican las papilas gustativas y las terminaciones olfatorias (gusto y olfato), estiramiento, deformación, energía calórica, movimiento de endolinfa en los canales semicirculares del laberinto (posición y movimiento). Por su funcionamiento tenemos sensaciones con un primer nivel de organización, pero aún no demostrado con precisión para todas las modalidades.
Es la llegada al cerebro y su ulterior procesamiento lo que convertirá la información inicial en percepción al circular por diferentes redes y circuitos con un grado creciente de complejidad. Una idea a tener en cuenta es que la información no “termina” en ningún lado. De hecho pasará por redes diversas estabilizando sinapsis-conexiones- preexistentes o creando nuevas. Lo preexistente condicionará parcialmente lo entrante, de allí que no todos los estímulos y aún aquellos similares pueden seguir derroteros diferentes y cambiantes. Este complejo sistema con sus memorias, dirigirá su atención a los estímulos, los valorará en función de escalas transmitidas o fundadas por el sujeto en su convivencia y las guardará como tales o modificadas para su uso futuro, generando un ciclo de recursividad en que la información vuelve sobre sí misma actualizada. Las respuestas-ejecuciones, que son acciones motrices, siguen un camino similar por el que son activadas o inhibidas. Forman parte de una compleja red: el sistema ejecutivo enlazado con el anterior. Las salidas ejecutivas son a su vez estímulos reentrantes para el mismo sujeto o para su entorno, con lo que podrá cotejar intenciones, deseos, objetivos para sí y en relación con los otros, juzgar su efecto como apropiado o inapropiado, esperado o inesperado y así seguir adelante, cambiar o parar.
Nuevamente el descubrimiento de las neuronas espejo y las neuronas canónicas revolucionan nuestro pensamiento. La parcelación compartimental entre sensorial y motor, no se da en estas neuronas conocidas como motoras que se activan ante estímulos sensoriales muy particulares y vitales como gestos, expresiones faciales, movimientos bucales, que llevan a algunos autores a pensar su existencia evolutiva como base en la génesis del lenguaje.
La mayor parte de estos procesamientos se automatiza y pasan a ser finalmente inconscientes como todos los aprendizajes. La automatización es eficiente en términos de utilización y disponibilidad de recursos, lo que se traduce en un breve tiempo de respuesta, dando la apariencia de inexistencia de procesamiento previo. Por ello creemos ser generadores voluntarios y ejecutores instantáneos de nuestras conductas. Todavía estamos lejos de conocer la intimidad de este fenómeno.
Guardamos esquemas de procesamiento de las sensopercepciones y de las acciones/ejecuciones disponibles para su utilización inmediata sin necesidad de pasar por todo el proceso con el cual se constituyeron previamente. La inteligencia puede verse como la capacidad para activar estos dispositivos disponibles en forma ajustada a las circunstancias. La creatividad sería la capacidad de seleccionar y generar recursos ante estímulos nuevos o circunstancias no previstas, provenientes tanto del exterior como del interior del sujeto y de generar a partir de ellos, algún esquema nuevo y satisfactorio en primer lugar para sí mismo y adicionalmente para la comunidad.
La valoración de los estímulos tiene siempre como norte primario la supervivencia del sujeto y a veces la del grupo cercano, la sociedad y la especie. Esto es así porque apetencias y rechazos, placer y displacer, mantenimiento de la homeostasis, miedo, ira y todo aquello que denominamos rasgos del carácter, dependen y se originan en estructuras cerebrales compartidas con numerosas especies y que apuntan a la supervivencia. Estas estructuras se vinculan a su vez con otras que se asocian para lograr más complejidad, ajuste y flexibilidad. Un ejemplo de ello es el sistema límbico. En su conjunto constituyen la “esfera vital” en el modelo goldariano y representan también lo que Antonio Damasio describe como “el marcador somático” donde cada sensación se acompaña de las variables biológicas concomitantes y presentes cuando se efectúa el aprendizaje de esas sensaciones y su pasaje a percepciones por primera vez. El autor lo resume en el título de su libro Sentir lo que sucede. Al igual que en el mundo exterior, lo que le sucede al sujeto en su mundo interior también es fuente de sensaciones y de expresiones somáticas. Pueden ser originariamente inconscientes o conscientes. De allí que a veces estamos agitados, acalorados, excitados o decaídos sin poder dar cuenta del porqué buscando en nuestro entorno o inclusive dentro de nosotros mismos.
En el modelo goldariano la esfera vital es determinante de la vida. Su influencia es condicionada por la esfera valorativa que requiere de un aprendizaje en términos de “me sirve o no” al interactuar con la esfera intelectual por la que nos llega la percepción del mundo. Nuestras conductas dependerán de nuestra construcción de un mundo intelectualmente percibido y valorado según las necesidades vitales.
Este es un concepto fundamental ya que reconoce la necesidad dominante de mantenernos vivos y procrear para mantener viva la especie. Alimentación y sexo son instintos fundacionales y primarios e inescapables a riesgo de la desaparición individual o la extinción de la especie. Por otro lado la procreación no solo mantiene nuestra especie, sino que es condición también de supervivencia ya que la manada-sociedad ofrece mucho mejores condiciones de supervivencia.
Partiremos entonces ubicando al hombre entre los seres vivos y a su vez dentro del mundo animal. Consecuentemente está condicionado a cumplir con las leyes de la naturaleza/biología. Tan pronto existe como ser vivo se instaura la flecha del tiempo con el devenir del nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte al mismo tiempo que una peculiar memoria le permite recordarlas y predecir su final. La parte inicial de este devenir: fecundación, desarrollo embrionario, nacimiento y la siguiente del crecimiento, son fuertemente dependientes de los procreadores y del medio. El niño-cachorro es así un producto determinado por la genética y por su entorno. Es lo que solemos ver expresado como naturaleza/cultura (nature-nurture) o congénito/adquirido.
Tenemos las bases biológicas para ello. Se dan en el cerebro genéticamente estructurado, pero plásticamente configurado por su interacción con el medio. Esta configuración cambiante y evolutiva es lo que podemos llamar aprendizaje en un sentido amplio y fundacional.
Esta relación formula una de las “grandes preguntas” con respecto a las conductas humanas: ¿qué las determina? No tenemos una respuesta única y absoluta. Lo mejor que podemos decir es que la resultante final como conducta observable es una combinación variable e individual del bagaje genético y de las experiencias adquiridas en el devenir de un sujeto dado.
Este punto de vista es un buen punto de partida para poder analizar razonablemente cualquier conducta humana. Entre ellas, una en particular nos convoca y es a la que se dirige este libro: los aprendizajes escolares o, como los definía, Juan E. Azcoaga: “pedagógicos”. No son compartimentos cerrados y aún la distinción puede ser cuestionada ya que los aprendizajes en la escuela van montados y son acompañados por los aprendizajes en el medio del cual el niño es un emergente.
Un error habitual y muy frecuente es querer atribuir una falencia a uno solo de los extremos de esta díada congénito/adquirido, formulando frecuentemente el diagnóstico de organicidad poniendo lo biológico como causal exclusivo o determinante. Esta determinación está basada en un concepto erróneo y reduccionista. La existencia de compromiso evidente en un aspecto no debe excluir al otro. Lo prudente es pensar en términos de grados de compromiso en cada sector o dicho de otra manera: porcentaje, preeminencia, prevalencia, significancia e interacción. El vínculo entre sectores y sus fallas suele tener mayor relevancia que las características de cada uno por separado.
Nos será de utilidad considerar algunas generalidades hoy aceptadas del funcionamiento cerebral humano. En primer lugar, el enorme interés o tendencia constitutiva por vincularse con el medio y consigo mismo, lo que tentativamente llamamos motivación y gracias a la cual se desarrolla y configura. Le precede la atención y cabe preguntarse si ésta a su vez no depende de la “curiosidad”, que no sería otra cosa que esa tendencia constitutiva de búsqueda de completamiento, complementariedad o equilibrio oscilante. Las “series complementarias” de Freud y también –tal como las reconsidera Ricardo Rodulfo– “las series suplementarias” pueden ser vistas como una formulación integradora con cierta semejanza.
En el lenguaje coloquial hablamos de voluntad a esta tendencia innata para “dirigirse a”, “el yo moviente”, cuya indagación se revelará sumamente compleja y controversial por vinculársela con el libre albedrío, la creatividad y la ética. Es interesante pensar que estamos siempre en un equilibrio meta estable en busca de balance y que por lo tanto oscilamos entre polos variables y opuestos que funcionan como atractores. Cuando estamos en un punto, es manifiesta la carencia, lejanía o faltante del otro, en pos del cual iremos: excitación/inhibición. Esta interacción tiene intencionalidad estando estrechamente vinculada con los afectos y produciendo modificaciones variables que retornarán como reacomodamientos-aprendizajes en los esquemas preexistentes: la búsqueda oscilante de equilibrio aludida anteriormente.
Este es un proceso en busca de estabilidad y coherencia autogenerado o impulsado desde el exterior. No termina nunca mientras haya vida. El cerebro está siempre atento y en permanente “búsqueda”, haciéndolo de diferentes maneras y con diferentes objetivos, uno de los cuales es desambiguar. La incertidumbre lo mantiene inestable, se suele decir que “no la tolera”, a punto tal que si no tiene respuestas, las crea, a veces alucinatoriamente y con ayuda del lenguaje, cesando solo en patologías graves o con la muerte. Algunos de estos procesos están o pasan por el plano de la consciencia, o están listos para ingresar en ella: lo preconsciente y otros permanecen ajenos a ella sin que podamos dar cuenta de su existencia: el inconsciente. En este último grupo existen procesos e información que en determinadas condiciones pueden hacer su pasaje al plano consciente junto con otros a los que será imposible acceder y que tentativamente llamaré el inconsciente absoluto. Por ejemplo, los procesos biológicos que suceden en las neuronas, en sus conexiones y de alguna manera lo que sucede y se procesa allí. Sería abrumador e inútil tener conciencia de ellos. Seríamos una especie de Funes el memorioso pero a un nivel más radical.
El “descubrimiento” freudiano del inconsciente planteó un problema mayúsculo por el reconocimiento que la mayor parte de nuestras acciones o conductas son influenciadas y/o determinadas inconscientemente y en la mayoría de los casos no llegan a nuestra conciencia o lo hacen modificadas y a posteriori. Esto genera cierto rechazo que aún subsiste, expresado como el temor a la psicología o “psicofobia” y al psicoanálisis en particular. Freud produjo una herida narcisista; el hombre ya no sólo no habita una tierra considerada centro del universo por su propia presencia y semejanza con un dios –herida copernicana– sino que además se pone en duda su poder, voluntad y libertad de determinar sus conductas y su destino. Lo expresa duramente al señalar que “el hombre no es amo en su casa”. ¿Seremos autómatas predeterminados a actuar de la forma en que lo hacemos? Tanto la pregunta como las posibles respuestas no muy tranquilizadoras son intolerables e inquietantes para nuestro narcisismo o lo que de él queda. Este temor subyace en las discusiones entre los partidarios y los detractores de la inteligencia artificial, la robótica, los mundos virtuales y el avance de la tecnología, involucrando a pensadores y científicos provenientes de los más variados senderos como Yuval Noah Harari, Jean Baudrillard, Zygmunt Bauman entre muchos otros.
Si miramos un poco más, podremos advertir que este funcionamiento de búsqueda no se da simplemente al azar del encuentro fortuito del hombre y su entorno, ya que de ser así andaríamos erráticamente repitiendo experiencias innecesarias. Sería una forma de presente consciente constante, sin pasado ni futuro y por ende carente de aprendizajes. La construcción de los mismos depende de la memoria fraguada al calor de los afectos que les otorgan el valor apropiado. Como dice Damasio, los afectos son la sumatoria interactiva de impulsos, motivaciones y sentimientos y estos son “el cimiento de nuestra mente”. Su tremenda importancia constitutiva obliga a estimar su presencia y calidad en cada circunstancia que requiera conocer y evaluar conductas humanas.
Surgen otras preguntas de difícil respuesta, como qué es la voluntad, el libre albedrío, la responsabilidad, la génesis del pensamiento moral y la ética, como fue advertido en un párrafo anterior. Tela abundante para cortar por filósofos, sociólogos, antropólogos, psicólogos, médicos y lingüistas. Lleva una vez más al planteo de las dos grandes preguntas: el problema mente-materia y el problema naturaleza-cultura o congénito-adquirido.