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La evolución

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Es en el cerebro donde se dan, registran, guardan y utilizan tres evoluciones: biológica, personal y cultural. Lo biológico precede a la conducta social y esta a su vez es la productora y transmisora de cultura, pero atención: el camino es bidireccional.

Habiendo digerido el impacto de la revolución copernicana y aun masticando el de la freudiana, el paso siguiente será considerar otra revolución igualmente indigesta, la darwiniana, también gestora de trastornos en el narcisismo del hombre y temporalmente cercana a la anterior.

Copérnico obligó a no considerar la tierra como el centro del universo. Dolorosa comprobación para el hombre que se creía dependiente de una divinidad creadora que lo había hecho a su imagen y semejanza ocupando un lugar privilegiado en el centro del mismo. En lugar de eso, es el habitante de uno más entre muchos planetas y no necesariamente el central. Hoy en día mediante el telescopio Hubble y zondas espaciales sabemos que hay muchos universos similares, incluyendo la posibilidad de vida en algunos de ellos.

Darwin da otro fuerte golpe al narcisismo humano. No hay creador del hombre, peor aún, no hay creación. Somos una especie más, una variante devenida de otras. Contrariamente a como suele decirse, no descendemos del mono, sino que somos un mono distinto. El impacto se agrava al tener que aceptar que si bien ocupamos una posición privilegiada, no somos el eslabón evolutivo final e insuperable. Esta postura sumada a la aleatoriedad del proceso evolutivo es aún hoy día motivo de debate. Deterministas que intentan posicionar a los genes como inmutables y una causalidad lineal, cercana pero diferente del creacionismo religioso con su variante moderna: el diseño inteligente. En una posición distinta están por ejemplo Stephen Jay Gould y Steven Pinker, entre otros, que si bien reconocen el peso determinante de los genes, reconocen y señalan los cambios evolutivos preguntándose por sus causas. La evolución sigue abierta y será cuestión de tiempo ver qué surge. El problema es que la percepción de la escala temporal de la vida humana es muy diferente de la escala temporal evolutiva y de la escala temporal cósmica. Las dos primeras parecen ir acelerándose progresivamente a punto tal que tendemos a ubicarnos en un demandante presente casi permanente ya que el futuro se inmediatiza y no hay tiempo para aguardar y bucear en el pasado. Resultante de esto es que seamos “ciegos” a muchos cambios. Algunos nos parecen instantáneos por lo breves y otros inexistentes por lo lentos. Lo señalo como el problema de las escalas y medidas. Las montañas nos parecen eternas e inmodificables y una idea es “instantánea” cuando aparece en nuestra conciencia. Ambas no son verdades absolutas. Surge el problema del tiempo y sus teorías sin respuestas universalmente aceptadas a menos que consideremos varios tiempos, según el observador, su percepción, sus sensaciones y emociones y algunas de sus ideas sobre el cosmos. El tiempo cronológico, el tiempo pático, el tiempo efectivamente vivido, el tiempo soñado, son algunas de las variantes con que vivimos o con-vivimos.

Esto es en definitiva la evolución: una adaptación exitosa precisamente para sobrevivir y perpetuarnos. En el caso particular del hombre y de los homínidos o primates superiores y algunos mamíferos, es el cerebro el que ha evolucionado exitosamente y hace que no solo sobrevivamos adaptándonos al entorno, sino que modifiquemos el entorno ventajosamente, aunque no siempre. Vamos encaminados a una organización social cada vez más compleja, creando culturas con tecnologías sorprendentes para nuestra vida: el anticonceptivo, la fertilización in vitro, los transgénicos, las nanotecnologías, la preservación de alimentos, la producción masiva de alimentos, los medicamentos, la medicina moderna, la informática y las comunicaciones y el transporte, entre tantas otras. El futuro está abierto y cada uno puede aventurar un pronóstico según sus conocimientos y postura ideológica.

El niño problema

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