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Los modelos

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¿Seremos autómatas computacionales? ¿Estamos predeterminados? ¿Por quién, por y para qué?

Los modelos de inteligencia artificial, el conductismo y el cognitivismo ingenuo se han aproximado bastante a estas posibilidades y han aportado elementos interesantes y valiosos para avanzar en nuestro conocimiento del hombre y sus conductas. No obstante ninguno de ellos logra dar una explicación final, amplia y satisfactoria. Incurren en reduccionismos de grado variable, dejando de lado aspectos sustanciales de las características de los hombres y sus conductas. Dicho de otro modo: quedan demasiado anclados al polo animal sin dar buena cuenta de algo tan esencial como lo mental y sus características.

K. Evers propone que la mejor opción explicativa actual es la del materialismo ilustrado, que a mi criterio no difiere demasiado del materialismo emergentista. Ambos dan la posibilidad de cambios por autogestión, concepto semejante al de autopoyesis propuesto por Humberto Maturana. Parten de reconocer que nuestros cerebros cambian y evolucionan incesantemente construyendo la realidad e inclusive las concepciones que tenemos de nosotros mismos, por ello somos seres capaces de influir en dicha realidad y crear sentido. Nuestro cerebro es el constructor y como tal nos da un cierto poder sobre sus propias construcciones. “Ni los dioses imaginados ni la concepción estática de la naturaleza y las leyes pueden darnos igual poder”. Creo que a esta idea apunta Yuval Noah Harari cuando habla del “Homo Deus”.

“No somos máquinas biológicas encadenadas que operan de manera automática”, o como expresara quejumbrosamente un psiquiatra americano: “me resisto a pensar en mis pacientes como conjuntos de neurotransmisores desordenados”. Puede pensarse –como lo hace Maturana– en nuestros cerebros como sistemas cerrados pero vinculables, radicando en el vínculo las posibilidades de modificación.

Otro aspecto destacable y a tener en cuenta es que aquello que llamamos mundos (exterior-interior) son construcciones del cerebro, más aún, de cada cerebro a partir de su propia experiencia. Seleccionamos estímulos y los organizaremos de una manera individual según la estructura y organización de nuestro cerebro donde de acuerdo a nuestra experiencia previa, sea ella exitosa, placentera, deseada o no, fundarán nuestros afectos y valores. Creamos y construimos un mundo que finalmente es imaginado. La corrección de este proceso tendrá que ver con cuán ajustada, correcta y útil es esa imagen en relación con lo que definimos como realidad. Las dificultades para definir esta última son de larga data y aún subsisten. Ese terreno ha sido extensamente transitado por los filósofos con debates sobre el sujeto, el objeto, la cosa en sí, la existencia real de un mundo fuera de la sensopercepción de un observador, el valor del lenguaje como dador de existencia y mucho más. Recordar la expresión “en el comienzo fue el verbo” o en El diario de Adán y Eva de Mark Twain, cuando Adán le dice a Eva que debe ir a ponerle nombres a los pájaros. Si bien estos ya existían, carecían de existencia real para los humanos hasta que se los pudiera nombrar y referirse a ellos en su ausencia. Eso significa introducirlos en el lenguaje con las infinitas posibilidades de la semántica, la sintaxis y las interacciones en el “lenguajear”, como dice Maturana.

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