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Las series televisivas convencían a la gente de que los policías se reunían habitualmente con los forenses en el depósito, frente a un cadáver. En realidad eso pasaba raramente. Loren estaba encantada de que fuera así. No era remilgada ni nada de eso, pero prefería que la muerte siguiera siendo impactante. No hacía bromas en un escenario. No intentaba bloquearse o utilizar otros mecanismos de defensa para evadirse. Para Loren un depósito era un ambiente demasiado práctico, demasiado informal, demasiado mundano con el asesinato.

Estaba a punto de abrir la puerta del despacho de Eldon cuando salió Trevor Wine, un investigador de homicidios como ella. Trevor estaba gordo y era de la vieja escuela. Toleraba a Loren como a una simpática mascota que a veces se mea en la alfombra buena.

—Hola, Tapón —dijo.

—¿Tienes un homicidio?

—Sí. —Trevor Wine se subió el cinturón. Tenía el tipo de gordura donde la cintura nunca está en el mismo sitio—. Víctima de arma de fuego. Dos tiros en la cabeza a quemarropa.

—¿Robo, banda, qué?

—Puede que haya sido robo, pero seguro que nada de bandas. La víctima era un blanco jubilado.

—¿Dónde han encontrado el cadáver?

—Cerca del cementerio judío de Fourteenth Avenue. Creemos que es un turista.

—¿Un turista en ese barrio? —Loren hizo una mueca—. ¿Qué hay para ver?

Trevor simuló una risotada y le puso la mano carnosa en el hombro.

—Te lo diré cuando me entere. —No añadió «nena», pero fue como si lo hubiera hecho—. Hasta luego, Tapón.

—Sí, hasta luego.

Se fue y Loren abrió la puerta.

Eldon estaba sentado a su mesa. Llevaba una camisa y unos pantalones de médico nuevos. Eldon siempre iba vestido así. Su despacho no tenía personalidad ni color. Al aceptar el puesto, Eldon tenía pensado cambiarlo, pero cuando alguien entraba en esa habitación para oír detalles de la muerte, no quería nada que estimulara sus sentidos. Así que se conformó con una decoración neutra.

—Toma —dijo Eldon—, cógela.

Le lanzó algo. Instintivamente Loren lo cogió. Era una bolsa de plástico, transparente y amarilla. Dentro había una especie de gel. Eldon tenía una bolsa igual en la mano.

—¿Esto es...?

Eldon asintió.

—Un implante de mama muy usado y por lo tanto muy sucio.

—¿Se me permite decir «puaf»?

—Adelante.

Loren sostuvo la bolsa contra la luz y frunció el ceño.

—Creía que los implantes eran transparentes.

—Empiezan siéndolo, al menos los salinos.

—¿Éstos no son salinos?

—No. De silicona. Y se han estado macerando en tetas desde hace más de una década.

Loren intentó no poner cara de asco. Dentro había una especie de gel. Eldon arqueó una ceja y empezó a amasar el implante.

—Para ya.

Se encogió de hombros.

—En fin, éstos pertenecen a tu hermana de los Melones Inmaculados.

—¿Y me los enseñas por...?

—Porque nos dan pistas.

—Soy toda oídos.

—Primero, son de silicona.

—Eso me has dicho.

—¿Recuerdas hace cinco o diez años cuando hubo aquel gran pánico del cáncer?

—Los implantes perdían.

—Eso. Así que las empresas se vieron obligadas a pasarse al salino.

—¿No están volviendo ahora a la silicona?

—Sí, pero el caso sigue siendo que éstos son viejos. Muy viejos. Tienen más de una década.

Loren asintió.

—Bien, de acuerdo, es un comienzo.

—Hay más. —Eldon sacó una lupa. Volvió a jugar con uno de los implantes—. ¿Ves esto?

Loren cogió la lupa.

—Es una etiqueta.

—¿Ves el número del fondo?

—Sí.

—Es el número de serie. Está en casi todos los implantes quirúrgicos: rodillas, caderas, mamas, marcapasos, todo. El aparato tiene que llevar un número de serie.

Loren asintió.

—Y el fabricante guarda los registros.

—Exactamente.

—Así que, si llamamos al fabricante y le damos el número de serie...

—Sabremos el nombre real de la madre con los superiores grandes.

Loren levantó la cabeza.

—Gracias.

—Hay un problema. Loren se apoyó en su silla.

—La empresa que fabricó los implantes se llamaba SurgiCo. Quebró hace ocho años.

—¿Y sus archivos?

Eldon se encogió de hombros.

—Lo estamos investigando. Mira, es tarde. Hoy no encontraremos nada. Espero descubrir adónde han ido los archivos mañana.

—De acuerdo. ¿Algo más?

—Me preguntaste por qué no había fibras debajo de las uñas.

—Sí.

—Le estamos haciendo un análisis completo de toxicidad. Podría ser que estuviera drogada, pero yo no lo creo.

—Tienes otra teoría.

—La tengo.

—¿Cuál?

Eldon se echó hacia atrás y cruzó las piernas. Se volvió a un lado y miró la pared.

—Tenía unas pequeñas laceraciones en la parte interior de los bíceps.

Loren entornó los ojos.

—No te sigo.

—Si un hombre fuera muy fuerte y, no sé, entendido, podría agredir fácilmente a una mujer dormida —empezó, con un deje en la voz, como si hablara con un niño—. La colocaría boca arriba, o tal vez ya durmiera en esa posición, se sentaría sobre su pecho, le bloquearía los brazos con las rodillas, y eso, siendo cuidadoso y profesional, se haría sin dejar marcas, hasta asfixiarla con la almohada.

La temperatura de la habitación bajó diez grados. La voz de Loren fue apenas un suspiro.

—¿Crees que fue lo que pasó?

—Tendremos que esperar a los resultados de los análisis —dijo Eldon, apartando la mirada de la pared y volviéndose hacia ella—. Pero sí. Sí, creo que fue lo que sucedió.

Ella no dijo nada.

—Hay una cosa más que respalda mi teoría. Podría ayudarnos. —Eldon puso una fotografía sobre la mesa. Una instantánea de la monja. Tenía los ojos cerrados como si fueran a hacerle un masaje. Tenía sesenta y pocos años, pero la muerte había borrado las arrugas—. ¿Sabes algo de huellas dactilares en la piel?

—Sólo que son difíciles de sacar.

—Casi imposible, si no encuentras el cadáver inmediatamente. La mayor parte de los estudios nos dicen que intentemos sacar huellas en el escenario si es posible. Como mínimo los del laboratorio deberían asegurarse de que el cadáver se rocía con cola inmediatamente para conservar las huellas antes de que se lleven a la víctima.

Los detalles forenses no eran el punto fuerte de Loren.

—Ajá.

—Bueno, ya era demasiado tarde para nuestra monja cadáver. —La miró—. ¿Lo pillas? Monja cadáver en lugar de novia cadáver.

—Como si las tuviera delante ahora mismo. Sigue.

—Bien, he intentado algo experimental. Por suerte el cadáver no fue refrigerado. La condensación que se concentra en la piel se lo carga todo. En fin, pensé en utilizar el papel semirrígido de tereftalato de polietileno. Ése es el que usamos basándonos en la electricidad estática que atrae las partículas de polvo...

—Alto. —Loren levantó la palma de la mano en la clásica señal de «stop»—. Saltémonos el casting de CSI. ¿Has sacado huellas del cuerpo?

—Sí y no. Encontré manchas en ambas sienes. Una parece un pulgar, la otra podría ser un dedo anular.

—En las sienes.

Eldon asintió. Se sacó las gafas, las limpió, volvió a colocárselas sobre la nariz y las adaptó.

—Creo que el asesino le cogió la cara con una mano. Con la palma, como un jugador de baloncesto, apretándole la nariz con la parte baja.

—Por Dios.

—Sí. Entonces le empujó la cabeza hacia abajo mientras se colocaba encima.

—Pero ¿las huellas, qué? ¿Puedes identificar algo con ellas?

—Lo dudo. Huellas parciales como mucho. No sería suficiente en un juzgado, pero hay un nuevo programario que puede ser útil, no sé, para llenar vacíos, como quien dice. Si tienes a alguien, sería suficiente para confirmarlo o eliminarlo.

—Podría ayudarnos.

Eldon se puso de pie.

—Voy a ponerme manos a la obra. Tardaré un día seguramente, quizá dos. Te avisaré cuando tenga algo.

—De acuerdo —dijo Loren—. ¿Algo más?

Fue como si una sombra le cruzara la cara.

—Eldon.

—Sí —dijo—. Hay algo más.

—No me gusta cómo lo has dicho.

—A mí tampoco me gusta decirlo, créeme. Pero creo que quien la mató no se limitó a asfixiarla.

—¿A qué te refieres?

—¿Sabes algo de armas reductoras?

—Algo.

—Creo que utilizaron una. —Tragó saliva—. Dentro del cuerpo.

—Cuando dices «dentro del cuerpo», te refieres a...

—Me refiero a lo que estás pensando —dijo él, interrumpiéndola—. Oye, soy producto de una escuela católica, ¿vale?

—¿Hay señales de quemaduras?

—Vagamente. Pero si sabía lo que hacía, sobre todo en una zona tan sensible, no las dejaría necesariamente. Además era un reductor de una sola punta, si eso te sirve de algo. En general, por ejemplo los que usa la policía, tienen dos puntas. Todavía estoy haciendo pruebas, pero creo que sufrió mucho antes de morir.

Loren cerró los ojos.

—Eh, Tapón.

—¿Qué?

—Hazme un favor. Atrapa a ese cabrón.

El inocente

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