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Lucía

Como todas las mañanas, Lucía daba vueltas en la cama, le gustaba disfrutar ese momento, un coqueteo con las sábanas, unos pocos minutos, suficientes para despejar su mente y juntar fuerzas para levantarse. Por la ventana de su cuarto, ya se veían los rayos del sol, anunciando el nuevo día, le gustaba mirar un árbol añoso, de verde follaje, que hacía las veces de santuario de gran cantidad de aves, un coro matutino, que la tenía como espectadora. Había que comenzar, antes de bañarse pasó frente al espejo, una confidencia, creo que uno de los mayores secretos interesantes de develar, de lo tantos encantos y misterios de la mujer, es contemplar su despertar, natural, con el cabello revuelto, sin maquillaje o prendas ajustadas, tal cual es, por cierto el privilegio de quien duerma con ellas, bueno, volviendo al relato, su imagen en pijama corto, dejaba ver en parte su cuerpo, acorde a su edad, ni demasiado joven, ni demasiado mayor, la justa, donde la mujer se siente más plena, más segura y por cierto, pensó, me veo bien, quizás un poco más de ejercicio no me vendría mal. Amaba su pueblo, casas bajas, bellos árboles, gente amable, pero no estaba conforme, su empleo en la librería, le permitía vivir y pagar sus gastos, pero necesitaba más, la monotonía, la rutina le pesaban, la sed de aventuras, emociones, algo que le diera una cuota de peligro, de audacia, la emocionaban hasta el punto de hacerla temblar. Mientras estaba bajo la ducha, solía quedarse largo rato, le gustaba sentir el agua caliente en su piel, como una caricia que recorría todo su cuerpo, cerrar los ojos, como si se transportara y estuviera en una selva, bajo una cascada, rodeada de palmeras, con grandes pájaros de colores volando en el cielo y gritando alborotados, un mar de aguas verdes, una playa virgen y el esplendor de la naturaleza frente a sus ojos, el sonido de las olas al romper, era como si escuchara una melodía que le daba calma, el sol abrazándola como un fuego sensual, quemando su piel y el roce suave y cálido de sus pies con la arena blanca, a lo lejos la visión de pescadores con sus redes, botes y veleros, mecidos por el viento, en una danza con cadencia sobre las aguas, caminar, recoger caracoles, chapotear con los pies, en esa espuma blanca que deja el mar cuando besa la orilla y encontrarse con él. Lo veía alto, robusto, con la barba a medio crecer y el mentón firme y partido, ese rasgo masculino que a ella le encantaba, que le daba personalidad, la piel curtida por la sal y el sol, marinero, ella lo imaginaba pirata y surcar los mares en su barco y en esos momentos, era feliz, pensaba que le hacía el amor en la playa y su mente febril, latía y su cuerpo se estremecía, en una mezcla de goce y alta dosis de una adrenalina, que, para ella, era tan necesaria como el oxígeno. Pero ya era tarde, Lucía, cerró el grifo de la ducha, se cambió, desayunó y salió presta a abrir su negocio, sus clientes la esperaban, su clásica sonrisa y amabilidad y la rutina de todos los días, posiblemente esa sería su vida para siempre, nadie jamás podría adivinar que ella vivía en dos mundos, la librería y el de sus aventuras, de sus viajes con él, de sus fantasías, de sus sueños despierta, un secreto bien guardado, rodeada de libros, buscaría un nuevo lugar, una travesía, quizás un país lejano o una etapa de tiempo diferente en la historia, así alimentar los personajes, la puesta en escena, una profesional de la fantasía, siempre volver a ser protagonista, para después recordar el sabor en su boca, el calor en su piel, el temblor en su cuerpo, la ansiedad y el placer de escapar de su mundo gris.

Prosas y poemas a mi estilo

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