Читать книгу El eco de las mentiras - Ian Rankin - Страница 16
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ОглавлениеSir Adrian Brand dirigía su imperio desde una gran casa victoriana situada en Kinellan Road, en Murrayfield. Los jardines que rodeaban la propiedad habrían pasado por un parque en zonas menos atractivas de la ciudad. Protegidos en un garaje, había un Bentley y un Tesla, este último conectado a su cable de carga. Cuando Clarke y Crowther llamaron al timbre, abrió la puerta Glenn Hazard.
—Me alegro de verle otra vez —dijo Clarke, cuyo tono desmentía el contenido de sus palabras.
—Sir Adrian está en el invernadero —respondió Hazard—. Aunque, al igual que yo, no entiende por qué le hacen perder el tiempo.
—¿Porque nos chifla?
Hazard emitió un chasquido de exasperación y las condujo a lo largo del pasillo, con su lámpara de araña y su suelo de parqué pulido, hasta alcanzar la puerta de un salón que había junto a lo que parecía un comedor adyacente. Luego llegaron a unas puertas de cristal que daban a un espacioso invernadero lleno de plantas y muebles de mimbre. Brand estaba allí sentado fingiendo que leía el Financial Times. Lucía unas gafas sin montura y tenía cara de búho. El pelo que le quedaba lo llevaba peinado hacia atrás. La camisa amarillo pálido con los dos primeros botones desabrochados dejaba a la vista unos mechones de vello grisáceo en el pecho. A diferencia del Rolex de Jackie Ness, el modelo dorado que colgaba de la gruesa muñeca de Brand parecía auténtico.
Brand cerró y dobló el periódico con aparatosidad. Su relaciones públicas se había sentado en la silla ubicada a su derecha, de modo que solo quedaba disponible un estrecho sofá para Clarke y Crowther, que se hicieron hueco en él. Sobre la mesita de cristal que mediaba entre ellas y Brand había una copa con restos de zumo de naranja natural, un pequeño montón de revistas de actualidad y un iPod en el que un canal sin volumen retransmitía imágenes de la serie televisiva Mammon.
—Gracias por recibirnos habiéndolo avisado con tan poco margen —dijo Clarke.
Brand la miró por primera vez.
—Lo dice como si hubiera tenido alguna posibilidad de elección en el asunto.
—Imagino que no debe de resultar nada fácil obligarlo a hacer algo que no desea, sir Adrian.
La sonrisa de Brand era tan delgada como la cadena de platino que llevaba colgada del cuello.
—Supongo que sentía curiosidad. No aparece cada día un cadáver en mitad de unas tierras de tu propiedad.
—Especialmente si se trata del cadáver de alguien que usted conocía.
—Sir Adrian no conocía a Stuart Bloom —terció Hazard.
Clarke no apartó la mirada de Brand.
—Pero ¿sabía, al menos, quién era, el tipo de trabajo que hacía para Jackie Ness?
—Esto ya se habló en su momento, inspectora. —Brand aleteó una mano en el aire—. Me enteré de que Ness había contratado a una especie de detective. Mi gente estaba al corriente de que alguien había intentado acceder a mi ordenador.
—¿Y no pudieron demostrar quién era?
—Yo sabía que Ness andaba detrás, de modo que pedí a mis abogados que enviaran una carta de cese y desistimiento.
—¿No acudió a la policía?
—Siempre que puedo, intento resolver mis asuntos yo mismo. Y, como usted ha dicho, no tenía pruebas de la participación de Ness.
—¿No se planteó hablar directamente con Stuart Bloom?
—No.
—¿Ni enviar a un emisario que lo hiciera por usted?
Brand cambió un poco de postura.
—De nuevo, no.
—Como parte de nuestra investigación sobre el asesinato del señor Bloom, revisaremos las declaraciones e interrogatorios originales. ¿Dijo algo entonces que quiera modificar?
—Dije la verdad, inspectora, al igual que estoy haciendo ahora.
—Como usted acaba de mencionar, el cuerpo fue hallado en unas tierras de su propiedad. ¿Qué opina al respecto?
—Adquirí Poretoun Woods recientemente.
—Aun así...
Brand se encogió de hombros y el cuello de la camisa se le subió hasta las orejas.
—Lo lamento por su familia, desde luego, aunque en el pasado dijeran cosas terribles sobre mí.
—Difamaciones —precisó Hazard—, ante las cuales el señor Adrian no tomó siquiera medidas.
—Eso es algo inusual, ¿no? —Ambos se quedaron mirando a Clarke—. Bueno, me refiero a que usted nunca ha rehuido el trato de abogados y pleitos.
—Un hombre necesita un hobby, inspectora.
La sonrisa de Brand dejó a la vista una dentadura perfecta.
—La familia Bloom creía que contaba usted con protección policial por tratarse de quien era.
—Lanzaron toda clase de acusaciones absurdas: que esto era un complot de los francmasones, que estaba sobornando al comisario... Un despropósito absoluto.
—¿Sigue teniendo chófer, señor?
El cambio de tema no desconcertó a Brand.
—No como tal.
—¿Y guardaespaldas?
—Yo suelo acompañar a sir Adrian —intervino Hazard, y Brand se volvió hacia él.
—Se refiere a un guardaespaldas propiamente dicho, Glenn. A un exmilitar formado en kravmagá. —Después, se dirigió a Clarke—: En ocasiones, he recurrido a los servicios de una agencia, sobre todo en relación con los viajes al extranjero.
Clarke asintió lentamente, fingiendo digerir la respuesta.
—¿Sigue tratando con Brian Steele y Grant Edwards?
Brand frunció el ceño.
—¿Deberían sonarme esos nombres?
—Trabajaban para usted cuando desapareció Stuart Bloom. Solo lo hacían en su tiempo libre. En su trabajo diario, eran agentes de policía.
—Ha trabajado mucha gente para mí, inspectora.
—Solían hacer de chóferes y guardaespaldas. Estoy convencida de que, con un poco de esfuerzo, conseguirá recordarlos.
Brand acabó asintiendo.
—Steele y Edwards, sí. Estuvieron poco tiempo conmigo.
—Incluso fueron uno de los motivos de queja de la familia Bloom.
—¡Ah!, ¿sí?
—Teniendo en cuenta que ambos participaban en la investigación por desaparición... Según Catherine Bloom, había un posible conflicto de intereses.
—Vino por aquí. Más de una vez, de hecho. La puerta estaba cerrada, pero le gritaba a mi mujer por el interfono.
—¿Y tampoco contactó con nosotros?
—Al final, dejó de hacerlo. Aunque nunca haya tenido hijos y no sepa lo que es perder uno, me daba lástima.
—¿Su mujer no está en casa?
—No tendría nada que añadir. A Cordelia nunca le ha interesado mi negocio.
Hazard se inclinó hacia delante con los codos apoyados en las rodillas y los puños cerrados.
—Imagino que también le harán preguntas a Jackie Ness para que haya paridad, ¿no?
—Acabamos de hablar con el señor Ness —dijo Clarke mirando fijamente a Brand, que estaba pendiente de las cotizaciones en bolsa que emitía un canal de la televisión—. ¿Ha habido hostilidades recientes entre ustedes dos?
—Jackie Ness vive de glorias pasadas, las que fuese que un día tuvo —respondió Brand sin levantar la cabeza—. Me han dicho que está a un paso de la bancarrota, y no es la primera vez.
—¿Está diciendo que ya no es un rival?
—Ese capullo no es lo bastante importante —murmuró Glenn Hazard.
Brand apartó la vista de la pantalla y miró fijamente a Clarke.
—Jackie Ness es historia —dijo.
—¿Por qué compró Poretoun House, señor Adrian?
—Como inversión.
—¿Y en qué incrementa su valor dejar que se pudra?
Los ojos de Brand casi resplandecían.
—Le molestó, ¿verdad? ¿Se lo contó? Sabía que lo haría.
—Lo hizo por eso, ¿no?
—Era una ganga. —Brand pareció ver a Crowther por primera vez—. ¿Usted habla o solo está de adorno?
—Hablo cuando tengo algo que decir —contestó Crowther—. Y resulta que ahora sí lo tengo.
—¿En serio?
Crowther señaló las plantas.
—Tiene pulgones. Y bastantes, por cierto.
Cuando llegó el momento de irse, Hazard se quedó en el umbral, observando a Clarke abrir el Astra y sentarse al volante mientras Crowther se montaba en el sitio del acompañante. Una vez que cerraron las puertas y el coche estuvo en marcha, Clarke preguntó a Crowther qué opinaba.
—Miente. Tú también te has dado cuenta.
Clarke asintió.
—En lo de enviar a alguien para hablar con Stuart Bloom. Me pregunto quién fue su relaciones públicas por aquel entonces.
—¿Un abogado no sería la opción más lógica?
—Es posible.
—Estás pensando en aquellos dos policías, ¿verdad? Steele y Edwards.
—Jackie Ness ya nos ha dicho que lo acosaban. A Brand no le habría resultado difícil pedirles que incordiaran a Stuart Bloom.
—Bloom conocía la relación que mantenían con Brand. Fue él quien advirtió a Ness.
Clarke asintió lentamente.
—Quizá Fox encuentre algo en los archivos.
—¿Algo que pueda intercambiar por un trago?
Clarke se la quedó mirando.
—¿Qué insinúas?
—Solo por cómo hablas de él, es obvio que estuvisteis unidos en el pasado.
—No tanto. —Clarke hizo una pausa—. ¿Y cuándo he hablado yo de él? —Entonces lo recordó—. ¿Es por el resumen que le hice a Tess?
—¿Puedo decírselo, entonces?
—¿Decirle qué?
Crowther ondeó su teléfono de un lado a otro.
—Tess me ha mandado un mensaje desde Poretoun Woods. Está allí con Fox y tengo la sensación de que le gusta.
—Es libre de abalanzarse sobre él cuando quiera. —Clarke vio que Crowther había empezado a escribir un mensaje—. Mejor díselo de una manera más diplomática, ¿vale? —Quitó el freno de mano y vio cómo se empequeñecía la figura de Hazard en el retrovisor—. Lo de los pulgones, por cierto, ha tenido gracia. ¿Te gusta la jardinería?
—¿Estás cambiando de tema?
—En absoluto. Es mera curiosidad.
—El caso es que probablemente no reconocería un pulgón ni aunque lo tuviera delante de las narices, pero creo que he sembrado unas cuantas dudas en él.
—Dudas y puede que incluso preocupación —coincidió Clarke.
Las dos policías se estaban riendo cuando se abrieron las puertas automáticas de enfrente.