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Fionn y el salmón del conocimiento

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La leyenda irlandesa de Fionn comienza con el nacimiento del niño Demné, cuyo padre había muerto en una batalla. La madre, temiendo que los enemigos de su marido tomaran represalias contra su pequeño hijo, lo ocultó en el bosque de Sliabh Bloom, bajo la protección de dos druidesas que se encargarían de criarlo y educarlo en secreto. Y para que nadie pudiera reconocerlo, lo llamaron Fionn. El pequeño se convirtió enseguida en un hábil cazador, apuesto e inteligente. Incluso se cuenta que fue capaz de ganar siete partidas seguidas de ajedrez al mismísimo rey de Carbridge. Pero cuando este descubrió su identidad, le aconsejó que continuara escondido, pues ni él mismo podía protegerlo. El pequeño fugitivo estaba condenado por su desgraciado origen a un exilio perpetuo y, cuando cumplió los siete años, su madre decidió completar su educación llevándolo a aprender poesía a la casa del druida Finnéces, que vivía a orillas del río Boyne.

«Felices tiempos en que los jefes y los reyes del mundo pensaban todavía en aprender poesía», comentó el erudito Jean Markale al estudiar este pasaje de la epopeya.

Pues bien, el viejo Finnéces llevaba viviendo siete años junto a una poza de este río. Tanto al amanecer como al atardecer acechaba a un extraordinario salmón que vivía en aquellas aguas profundas y cristalinas. Según una antigua profecía, el primero que comiera su carne obtendría el conocimiento de todo lo que se puede saber y la inspiración poética. Se decía que estos salmones prodigiosos se alimentaban de los frutos de los nueve avellanos de la sabiduría y adquirían así sus maravillosas virtudes. Y ocurrió que, justo el día en que el pequeño Demné llegó a la casa de Finnéces, el anciano druida pescó por fin el salmón y, mientras iba a buscar un poco de leña, dejó a su aprendiz dando vueltas al pescado en el asador para que se cocinara a fuego lento. Antes de marchar le advirtió con severidad que no se le ocurriera probar ni siquiera una pizca del pescado. Pero el muchacho, en un momento de descuido, se quemó el pulgar e instintivamente se llevó el dedo a la boca para aliviar el dolor. En ese mismo instante adquirió los dones de la poesía y la sabiduría, y cuando Finnéces regresó con su atado de leña a la espalda, vio que los ojos de su pupilo resplandecían de pura inteligencia y le preguntó muy enfadado:


—¿Acaso te has atrevido a probarlo?

—No —contestó el muchacho azorado—, pero me quemé el pulgar y me lo he chupado sin querer.

—Ahora comprendo —repuso el druida—, sin duda este salmón te estaba destinado.

El pequeño comió entonces, por orden de su maestro, el resto del pescado y así fue como adquirió el conocimiento, aprendió el arte de la poesía y, con el tiempo, llegó a convertirse en una leyenda que traspasaría las fronteras de Irlanda. Pero esa es ya otra historia que dejaremos para cualquier ocasión en la que nos decidamos a relatar las leyendas de Fionn y sus Fianna, los legendarios guerreros nómadas que recorrían la verde isla defendiéndola con pasión y valentía de toda opresión e injusticia. Por el momento, nos contentaremos con transcribir algunos versos del poema que compuso Fionn, poco antes de abandonar la escuela de Finnéces, para mostrar el alcance de su arte poético:

Primero de mayo, es espléndido el color de los campos. El mirlo canta su estrofa completa, al filo del alba. Clama el cuco dando la bienvenida al verano. La amargura del mal tiempo pertenece ya al pasado. Las flores cubren el mundo y las abejas recogen su cosecha dorada. El arpa del bosque tañe su música…

Decía el poeta Robert Graves que esta metáfora del arpa del bosque equivale a la imagen clásica de la Musa cuchicheando al oído del poeta. Se trata de la inspiración por el sonido del viento en la copa de los árboles del soto, pues ante todo las Musas son espíritus o deidades de los árboles y el bosque. De esta manera, Fionn nos revela la fuente de su conocimiento, en una tradición en la que la naturaleza era al mismo tiempo el templo y la diosa, el aula y la maestra. La poesía era el lenguaje de la sabiduría, que nos permite conocer y sentir más allá de la razón. De ahí también el relato de la inspiración que obtuvo el dios Odín junto al árbol Yggdrasil, según cuentan los viejos libros de las Eddas:

Empecé así a germinar y a ser sabio y a crecer y a sentirme bien; una palabra dio otra, la palabra me llevaba, un acto llevó a otro, el acto me llevaba…

En el mismo sentido, Ryonen Gensô, la famosa poetisa japonesa, escribió poco antes de morir en 1711 lo que parece ser su testamento poético:

Sesenta y seis veces han contemplado estos ojos la belleza del otoño… La luz de la luna brilla sobre mi rostro. No preguntes más. Tan solo escucha con atención el rumor del viento que sopla en los pinos.

El árbol y el bosque han inspirado algunas de las páginas más relevantes de la literatura universal. En estas páginas hemos querido hacer un homenaje a algunos de los árboles y los poetas que mejor han sabido cantarlos; sin ir más lejos, los versos de Octavio Paz están poblados por bosques y jardines, e incluso los humanos, por el sortilegio de la poesía, podemos convertirnos en árboles: «Árbol de sangre, el hombre siente, piensa, florece / y da frutos insólitos: palabras…», dirá en uno de sus más hermosos poemas.

Todo el mundo puede ser poeta, nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde, tengamos nueve o noventa y nueve años. De hecho, todos llevamos un poeta dentro que, en el momento menos pensado, germina. Y quizás un buen día la poesía se convierta incluso en un motor de nuestra existencia. Cuando empezamos a escribir nuestros primeros versos, comprendemos que entramos en un espacio libre, sin pruebas ni exámenes, sin otras condiciones que las que queramos aceptar. Cuando preguntaron a Nicanor Parra en una entrevista cuál era la diferencia entre la prosa y la poesía, contestó lo siguiente: «Ninguna, el prosista escribe de lado y el poeta hacia abajo».

Es por ello quizá por lo que hemos decidido comenzar por la poesía como primer territorio para abordar este acercamiento a los bosques. La poesía se estudia en los libros de literatura, pero ante todo se compone y se lee, se declama y cultiva, y, como se irá viendo, en todas las culturas el bosque y el árbol son los grandes inspiradores, la residencia de divinidades y Musas cuya compañía el poeta busca por encima de cualquier otra. Seguramente nos falta comprender la importancia de la ética y la estética como contrapunto a los excesos de la ambición humana, de los afanes de consumo, conquista y supremacía. La literatura y los árboles pueden transformar el mundo de manera discreta, profunda y duradera.

El reino perdido

En el país de los árboles, el Roble es la leyenda, que danza y trenza la madreselva. En el país de los árboles, el Roble era un rey magnánimo y sabio. En el país de los árboles cuenta la yedra a quien escucha: Por un sortilegio el idioma del bosque cayó en el olvido y del rey caído el hombre hizo leña.

Nuestra propuesta es que busques tu inspiración poética en el bosque o en un lugar apartado, que entres en silencio, que silencies el móvil y todo aquello que pueda distraerte y perturbar la paz del lugar. Deja que los árboles te empapen con su luz y sus sombras…, a partir de ahí es cosa tuya encontrar el modo en que las palabras empiecen a brotar dentro de ti. Si nunca lo has hecho antes, hoy es el momento propicio para empezar a poemar. El siguiente paso puede ser compartir, leer en público tus propios versos o los de otros poetas. Descubrirás el goce supremo de los rapsodas y también la gran dificultad de recitar bien un poema. Es preciso contagiarse, entrar en el ritmo y el sentimiento y expresarlo con la fluidez y el tempo adecuados.

Como muestra hemos recogido aquí para tu disfrute un cesto de los preciosos frutos de algunos de los poetas más frondosos de nuestros bosques:

El álamo de Karlsplatz

Un álamo se yergue en Karlsplatz en medio de las ruinas de Berlín. La gente que pasa por la plaza contempla su verde follaje.

En el invierno del cuarenta y seis hacía frío y la leña escaseaba. Muchos árboles fueron talados, este fue su último año de vida.

Pero el álamo de Karlsplatz sigue mostrando su verde follaje. Gracias a los vecinos de la plaza que supieron conservarlo.

Bertolt Brecht

(Alemania, 1898-1956)

Puede ser sin título (fragmento)

Ocurre que estoy sentada bajo un árbol, a la orilla del río, en una mañana soleada. Es un suceso banal que no pasará a la historia. No son batallas ni pactos cuyas causas se investigan, ni ningún tiranicidio digno de ser recordado.

Y sin embargo estoy sentada junto al río, es un hecho. Y puesto que estoy aquí, tengo que haber venido de algún lado y antes haber estado en muchos otros sitios, exactamente igual que los descubridores antes de subir a cubierta.

El instante más fugaz también tiene su pasado, su viernes antes del sábado, su mayo antes de junio. Y son tan reales sus horizontes como los de los prismáticos de los estrategas.

El árbol es un álamo que hace mucho echó raíces. El río es el Raba, que fluye desde hace siglos. No fue ayer cuando el sendero se formó entre los arbustos. El viento, para disipar las nubes, antes tuvo que traerlas. […] Por alguna causa yo estoy aquí y miro. Sobre mi cabeza una mariposa blanca aletea en el aire con unas alas que son solamente suyas, y una sombra sobrevuela mis manos, no otra, no la de cualquiera, sino su propia sombra.

Ante una visión así, siempre me abandona la certeza de que lo importante es más importante que lo insignificante.

Wisława Szymborska

(Polonia, 1923-2012)

Un árbol (fragmento)

Un árbol sobre mis huesos. Nada más. No. Nada más. Silencio… […] Si me muero —que me muero— no me llevéis, no, al cementerio con los muertos. ¿Sabéis? Odio las manos cansadas de los sepultureros. Que me entierren cuatro niños cantando un romance viejo. Sí, en aquel cerro, ¿lo veis tras de mi ventana? Todos mis sueños, pájaros en vuelo sobre los pinos futuros y ciertos de tus bosques del mañana, mi Almería. Si mi muerte te da un árbol, muero. ¡Qué dulce la muerte mía sobre tus desnudos cerros!

Celia Viñas

(Lérida, 1915-1954)

Los árboles

Hablan poco los árboles, se sabe. Pasan la vida entera meditando y moviendo sus ramas. Basta mirarlos en otoño cuando se juntan en los parques: solo conversan los más viejos, los que reparten las nubes y los pájaros, pero su voz se pierde entre las hojas y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro con pensamiento de árboles. Todo en ellos es vago, fragmentario. Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito de un tordo negro, ya en camino a casa, grito final de quien no aguarda otro verano, comprendí que en su voz hablaba un árbol, uno de tantos, pero no sé qué hacer con ese grito, no sé cómo anotarlo.

Eugenio Montejo

(Venezuela, 1938-2008)

Cuando la puerta recuerda

Cuando la puerta recuerda cuando la mesa recuerda cuando la silla el armario el aparador la ventana recuerdan. Cuando recuerdan intensamente sus raíces sus savias sus hojas sus ramas todo lo que en ellos habitaba los nidos y las canciones las ardillas y los monos la nieve y el viento ― un escalofrío recorre la casa que vuelve a ser bosque entonces sólo oigo el manantial que fluye y un fuego arde en torno a mí para calentar mi noche helada de viajero perdido.

Hamid Tibouchi

(Argelia/Francia, 1951)

Y… como la ignorancia es muy atrevida, me atrevo a terminar con un pequeño poemario en forma de calendario, un ramillete de versos de cosecha propia:

ENERO

Por los campos desolados vienen y van cavilando. Hábito verde, botones morados. ¿Vienen o van los enebros bajo la luna de enero?

FEBRERO

El Loro es un laurel discreto. Como el guardián de un tesoro, oculta el hondo secreto, de la juventud eterna y de la pasión perpetua.

MARZO

Cabellos de verde y plata… que peina el agua… El Sauce, distraído… se mira en el río…

PRIMAVERA

Perdida en la niebla, la asamblea de los tejos discurre lenta e imperturbable como el curso de las constelaciones. ¡El día del acuerdo se acerca!

ABRIL

El Roble es el Señor del Bosque. Corcel del Viento, manjar del Fuego. Madre y nodriza del Agua. Para la Tierra sostén y sustento.

MAYO

Letanía del Fresno en el mes de mayo: que el buen viento te acompañe, que los senderos te traigan a mí, que la paz anide en tus ramas. Que nunca te olvides de ser feliz.

JUNIO

Canta el Cerezo la canción de junio por boca del mirlo. El árbol entiende todos los lenguajes del universo.

VERANO

Junto al camino, quieto y callado, un Pino, mira a la gente pasar.

JULIO

Rebaños de alcornoques recién esquilados, pacen los campos. Duele a la vista su herida abierta y en carne viva.

AGOSTO

Bajo el sol de agosto, la Tierra, vieja y presumida, abre una verde sombrilla. En la copa de la Encina, una cigarra se ha empecinado.

SEPTIEMBRE

Por las riberas del Arlanzón bajan los chopos en procesión. ―Ven con nosotros ―parecen decir―, ¡volarás alto si echas raíz!

OTOÑO

Llega otoño y cada año devuelve al suelo el Castaño lo que el suelo le prestó.

OCTUBRE

Risas, cuchicheos. Bandadas de niños reparten el botín de octubre. La nuez más sabrosa crece en el Nogal ajeno.

NOVIEMBRE

Por el Abedul, blanco y ligero, quisiera la Tierra tocar el Cielo. Con la nieve de noviembre, duerme, vela y sueña el abedular. Entonces el Cielo quisiera arraigar.

DICIEMBRE

La Olma nos trajo a su sombra, durante un verano eterno. Y cuando llegue el invierno, vendremos a tomar el sol, al amparo de la Olma.

INVIERNO

Cae el invierno pardo y frío. El espíritu del bosque, aterido, viene a refugiarse al Acebo, de verde y rojo vestido. Brillante, despierto y vivo.

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