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Basajaun y el secreto de la hoja de castaño

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Cuentan las leyendas vascas que en las antiguas selvas que poblaban inmensos territorios, desde las montañas hasta la misma orilla del mar, vivieron unos extraños personajes de apariencia humana pero con rasgos animales y atributos casi divinos. Eran los Basajaun, los Señores del Bosque; poseían una fuerza formidable y un cuerpo enteramente cubierto de pelo. Eran ágiles como ciervos y protegían a los árboles y la naturaleza e incluso, se dice, ayudaban de vez en cuando a los humanos que anduvieran en apuros, si bien no toleraban de ningún modo en sus dominios a los leñadores y a los cazadores. Desde el principio de los tiempos, los Basajaun guardaron con celo los secretos de la agricultura y la molinería, del trabajo del hierro y los oficios que habrían de facilitar la llegada de la civilización. Los humanos no tenían estos conocimientos y vivían, por tanto, de un modo casi salvaje hasta que un hombre, Martintxiki, fue robándoles uno a uno, por medio de ardides y engaños, aquellos secretos a los Basajaun.

Se cuenta que el Basajaun fabricaba la sierra, pero Martintxiki no sabía hacerla porque no tenía el modelo. Ideó entonces una treta. Mandó a su criado a anunciar por todas partes a voz en grito que por fin había construido una sierra. Al oír esto el Basajaun, muy disgustado, le preguntó:

—¿Es que tu amo ha visto la hoja del castaño?

—No la ha visto, pero la verá —contestó el criado.

El criado contó después a Martintxiki lo sucedido y este, mirando los bordes en forma de sierra de la hoja del castaño, no tardó en comprender cómo se hacía. Fabricó así la sierra en su forja y muy contento se fue a casa a dormir.


Aquella misma noche, Basajaun bajó al taller de Martintxiki para comprobar si realmente el humano poseía al fin aquella herramienta tan peligrosa para los árboles y, cuando la vio, empezó a torcer los dientes de la sierra a mordiscos, uno a un lado y otro al otro, esperando inutilizarla. Pero sin saberlo, acababa de inventar el triscado de la sierra, que permite a esta herramienta cortar sin quedar trabada en la ranura y de este modo regaló también a la humanidad el truco del afilado. Así se propagó por el mundo el secreto de la fabricación de la sierra y desde aquel día ni siquiera los Basajaun han podido detener la aniquilación de su hogar, el bosque.

Se cuenta también que los Basajaun cultivaban la tierra, mientras que los humanos carecían de las semillas y los conocimientos precisos. Un día, Martintxiki se calzó unas botas muy altas y se acercó al lugar en el que los Basajaun guardaban sus montones de trigo. Eran más altos que el propio Martintxiki y estaban siempre bien custodiados, pero el hombrecillo se las arregló para entablar conversación con uno de aquellos gigantes peludos y apostó que sería capaz de saltar por encima de uno de aquellos montones. El Basajaun, divertido por el atrevimiento del humano, superó de un brinco el más alto de los montones sin apenas esfuerzo. Martintxiki dio un salto, pero cayó en mitad del montón para regocijo de su oponente. Pero ya había conseguido lo que pretendía, dentro de sus botas se habían metido unos buenos puñados de grano con los que habría de dar comienzo la agricultura.

Quedaba un problema por resolver. Nadie sabía en qué época sembrar. Entonces, Martintxiki comenzó a espiar a los Basajaun, hasta que un buen día escuchó a uno que canturreaba:

—Al nacer la hoja se siembra el maíz, al caer la hoja se siembra el trigo, por san Lorenzo, se siembra el nabo.

A partir de aquel día, la agricultura y la civilización se extendieron por todo el mundo.

Todas estas historias eran relatadas por nuestros bisabuelos, muchos de los cuales creían a pies juntillas en la existencia de estos genios peludos. José María Satrústegui recogió algunos testimonios en Valcarlos y Ondarrola, como el de un anciano que le dijo:

—No me importa decirlo, estoy convencido de que existían, ahora se han alejado, no sé por qué.

Regreso a los bosques

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