Читать книгу Regreso a los bosques - Ignacio Abella - Страница 14
La memoria de Fintan
ОглавлениеCuentan los antiguos códices irlandeses que hubo un tiempo en que Irlanda estaba dividida en cuatro provincias y había un rey supremo que gobernaba toda la hermosa y verde isla desde su mismo centro, el ombligo de Tara. Un día la tribu de los Ui Nelly acudió a la corte pidiendo que se restablecieran sus territorios; alegaban que en los últimos tiempos el dominio real de Tara se había extendido a su costa.
Gobernaba a la sazón el rey Diarmat y, después de escuchar las quejas de los Ui Nelly con atención, no quiso pronunciarse sin escuchar antes el consejo de otros más ancianos y sabios. Convocó así a Fiachra, el viejo patriarca, el cual, después de escuchar las quejas de los Ui Nelly con atención, no quiso pronunciarse sin escuchar antes el consejo de otros más sabios y ancianos. Llamó a Cennfaelad, por aquella época arzobispo de Irlanda, el cual, después de escuchar las quejas de los Ui Nelly con atención, no quiso pronunciarse sin escuchar antes el consejo de otros más sabios y ancianos. Reclamó así la presencia de los cinco decanos de Irlanda, que, reunidos en grave consejo, evitaron a su vez pronunciarse sin escuchar antes el consejo del druida Fintan.
Se decía que el anciano Fintan era el único superviviente del diluvio universal, y acudió a la llamada del rey rodeado por un enorme cortejo. Eran todas las generaciones de sus descendientes, que ocuparon sus lugares en aquella magna asamblea a la que asistían todos los habitantes de Irlanda. El rey se puso en pie y le dio la bienvenida pidiéndole que tomara el asiento del juez. Sin embargo, viéndolo tan anciano, rogó al venerable druida que demostrara de algún modo que conservaba intactas su memoria y sabiduría. Se hizo un silencio tan clamoroso que hasta los pájaros y el viento parecieron detenerse a escuchar, y la voz profunda de Fintan comenzó a relatar su propia historia:
—Un día, caminaba por un bosque al oeste del Munster y recogí una baya roja de tejo que sembré en el jardín de mi casa. Allí germinó y creció hasta que se hizo tan alto como yo. Entonces lo trasplanté al prado cercano y creció tanto que cien guerreros podían refugiarse bajo su copa del viento y de la lluvia, del frío y del calor. Vivimos juntos durante incontables años, hasta que un día el árbol, de puro viejo, murió. Lo corté y con su madera hice: siete toneles, siete barricas, siete barriles, siete barreños, siete herradas, siete jarros y siete tazas. Usé mucho, mucho tiempo aquellos recipientes de tejo, hasta que, de puro viejos se deshicieron. Cuando quise rehacerlos solo pude construir una barrica de los toneles, un barril de las barricas, un barreño de los barriles, una herrada de los barreños, un jarro de las herradas, una taza de los jarros, y un dedal de las tazas. Pero ha pasado tanto tiempo que hoy no debe de quedar de todos ellos más que el polvo y ¡quién sabe dónde habrá ido a parar!
A continuación, Fintan resolvió el litigio contando cómo se habían establecido en una remota época las fronteras del reino, hasta dónde llegaban y cómo debían administrarse. Pero esa es ya otra historia que seguramente contaremos algún día en alguna otra hoguera.