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Ragnarok, el Fin de los Tiempos

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Las leyendas de los países nórdicos que Snorri recogió en la famosa saga de las Eddas hablan de un tiempo en el que los dioses paseaban sobre la Tierra y todos los seres se entendían entre sí. Había entonces un dios, Baldur, querido y admirado por todos por su sabiduría, su hermosura y su bondad. Pero un mal día, Freya, la madre de Baldur, se dirigió a sus iguales, los Ases, para hablarles de unos terribles sueños que presagiaban la muerte de su hijo. Reunido el consejo de los Ases en una grave asamblea en el Asgard, decidieron proteger a Baldur contra todo daño y encargaron a su madre que tomara juramento a todas las cosas y criaturas del mundo de que respetarían para siempre al dios. El fuego, el agua y el hierro, los metales y las piedras, los animales y los árboles, las enfermedades y los venenos dieron uno a uno su palabra. Pero el maligno Loki se acercó a Freya y le preguntó con disimulo si realmente había tomado juramento a todas las criaturas. La diosa confesó que tan solo una pequeña rama no había prestado juramento.

—Era tan joven y tierna que me pareció innecesario —confesó la diosa.

Se trataba del muérdago que crece sobre los árboles, sin tocar nunca el suelo, y Loki buscó un ramo tan grande como para hacer una lanza. Así que un día en que los Ases se divertían lanzando sus armas al invulnerable Baldur, Loki se acercó a Höðr, el dios ciego, y le ayudó a lanzar el venablo, que atravesó a Baldur matándolo al instante. La desolación y el llanto se apoderaron entonces del Asgard, el reino de los Ases, y Freya preguntó quién sería tan valiente como para bajar a los infiernos y rogar a Hel que permitiera regresar a su amado hijo. Hermód, el vigoroso hermano del difunto, se ofreció al instante y emprendió el camino a lomos de Sleipnir, el corcel de Odín, que con sus ocho patas vuela raudo como el viento. Hermód cabalgó durante nueve noches, descendiendo siempre hacia el norte, por valles tan profundos y oscuros que no podía verse nada. Al fin llegó a un puente cubierto de oro y Módgud, la doncella que vigilaba el paso, le dijo que el día anterior habían cruzado cinco huestes de difuntos.

—Pero —añadió— el puente no cruje bajo tus pies y no tienes aspecto de estar muerto. ¿Por qué cabalgas por los caminos de los infiernos?

Hermód le reveló entonces su misión y la guardiana, apiadada, le dejó pasar, de modo que el jinete continuó galopando por las tinieblas hasta llegar a las puertas del infierno. Allí suplicó a Hel que permitiera el regreso de su hermano, explicándole que había un gran duelo entre los Ases y todos los seres que habitan la tierra. La diosa Hel decretó entonces que, si verdaderamente Baldur era tan amado, le permitiría volver.

—Si todas las cosas, vivas y muertas, lo lloran, Baldur regresará con los Ases, pero permanecerá para siempre conmigo mientras haya una sola criatura que se niegue a derramar siquiera una lágrima.

Cuando Hermód volvió, los Ases se alegraron mucho ante esta nueva esperanza y enviaron inmediatamente sus heraldos en todas las direcciones para que imploraran lágrimas por Baldur. Todos se afligían por el dios bienamado: hombres y animales, tierra y piedras, árboles y metales…, desde aquel día aún puede verse cómo lloran cuando después de las heladas llega el calor.

Ya los mensajeros regresaban creyendo haber cumplido su misión, cuando encontraron en una cueva a una giganta llamada Thöck. Al pedirle las lágrimas por Baldur, ella contestó airada:

—Thöck llorará lágrimas secas por la pira de Baldur: ni vivo ni muerto me sirvió el hijo del hombre, que guarde Hel lo que es suyo.

Más tarde, los Ases descubrieron que el malvado Loki, instigador de la muerte de Baldur, había adoptado la forma de la giganta. Recibiría por ello su castigo, pero el mal ya se había hecho y el infierno quedó sellado hasta el Ragnarok, el fin de los días que vaticina la Vidente.


Muérdago con frutos.

Regreso a los bosques

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