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7. K. K. Splash Pro Alex
Оглавление—Vale, llevamos quince minutos aquí y ningún tío cachas ha venido a darte una paliza. ¿Podemos irnos?
Miro a mi hermana con mala cara, pero no me presta atención. Estamos frente al instituto, escondidos junto a las escaleras que conducen a la entrada. El sol me calienta la sudadera negra y la tela hace que me piquen los brazos, pero no me la quito. Con ella puesta me siento protegido y, honestamente, prefiero calcinarme a dejar que me asesinen.
Me asomo por encima del pasamanos. Si no estuviéramos haciendo tanto el ridículo, me sentiría como el protagonista de una película de espías. Ante mi silencio, Blake resopla. La tomo del brazo para que no se levante.
—No te muevas —le ordeno—. Harás que nos vean.
—¿Puedes dejar de ser tan dramático? Esto es una estupidez.
Pestañeo, escéptico.
—Perdona por preocuparme por el bienestar de mis extremidades, mi cara y mi dignidad. Es probable que hoy vuelva a casa con un váter en la cabeza o, aún peor, convertido en puré, pero sí, tienes razón, estoy siendo dramático. Desde luego, no sé cómo me aguantas.
Pone los ojos en blanco y sacude el brazo para que la suelte. Lo hago a regañadientes, no sin antes advertirle que no vuelva a intentar ponerse de pie.
—Eres insoportable cuando te pones sarcástico, ¿sabes? —gruñe. Acto seguido, como ya debería haber imaginado, ignora mis amenazas y se levanta. Esta vez no intento evitarlo, aunque sigo agachado—. Mueve el culo, Alex. No permitiré que te quedes aquí todo el día. Arruinarás mi reputación.
—¿Qué reputación? —la pincho y se desespera.
—¡Sal de ahí de una vez! —chilla, y me tira del brazo.
Me resisto.
—Ese chico, Gale, Bale, Nale o cómo diablos se llame, quiere aplastarme la cabeza. —Me recorre un escalofrío solo de pensarlo. Vuelvo a mirar a nuestro alrededor, por si acaso, y suspiro. Está despejado—. Owen es su novia y…, joder, sabes lo que parece esa foto. Ahora todo el mundo piensa que nos hemos enrollado y estará muy cabreado. Prefiero no correr el riesgo. Ya sabes lo bruto que puede llegar a ser. —Se me ocurren un par de ocasiones en las que ha arremetido contra algunos de mis compañeros, pero prefiero no pensar en ello—. Así que lo siento, pero no. No voy a moverme de aquí en todo el día.
—Bien. Me largo. —Estoy a punto de celebrarlo cuando Blake me mira y añade—: Por cierto, le diré a Barney que venga a hacerte compañía. Seguro que estará encantado de traer su fregona.
Después, rodea el pasamanos para subir las escaleras. Ahora mismo la odio bastante porque ha conseguido que me replantee mi decisión. La conozco y sé que no se marca un farol. ¿De verdad va a traer a Barney hasta aquí? Supongo que solo me queda decidir qué me da más miedo: el novio de Owen o el conserje.
Me sorprende tenerlo tan claro.
—Está bien. Voy contigo.
Si me matan, buscaré la forma de echarle la culpa a ella.
Entramos juntos. Mi hermana va a mi lado y, aunque no saluda a nadie, todos se giran para mirarla porque ese es el efecto que tiene en los demás. Cuando éramos pequeños, mamá decía que Blake era brillante y que deslumbraba a los que la rodeaban. Años después, todavía pienso que tenía razón.
Somos diferentes en ese sentido. A mí me gusta pasar desapercibido porque me trae menos problemas. Si mi hermana es como un diamante en bruto, yo me parezco más a un trozo de carbón. Nadie me presta atención porque hay muchas otras piedras preciosas a las que mirar y, hasta ahora, me ha ido bien así.
No obstante, parece que hoy el mundo está al revés. Noto miradas que me siguen mientras recorremos los pasillos. La gente susurra cuando nos ve pasar. Se oyen risas y hay quienes me señalan con disimulo. Escucho a unas chicas de primero hablar sobre el chico que estaba sentado con Holland Owen ayer en el comedor. Pero nadie sabe si soy el mismo que aparece en la fotografía.
Trago saliva. Las chicas se echan a reír y oigo cómo insultan a Owen. «Zorra». He escuchado esa palabra muchas veces desde lo ocurrido ayer. Y es una mierda.
Apuro el paso para permanecer cerca de Blake y susurro:
—Voy a convertirme en un batido de ser humano.
Sonríe, aunque también parece abrumada.
—Le pediré al cocinero que te meta en un vaso con pajita.
—Siempre solucionas todos mis problemas —murmuro con ironía.
Entramos en el pasillo en el que están las aulas de ciencias. Está bastante más vacío que el principal –como máximo, habrá unas diez personas–. Me tranquiliza que no me presten atención. De todas formas, acepto cuando Blake se ofrece a acompañarme a clase porque no me siento seguro entre estas paredes.
Como si hubiera tentado a mi suerte, de pronto las cosas se complican. Oímos unas voces masculinas y unos chicos de último año entran en el pasillo. Caminan hacia nosotros y me basta con ver sus uniformes y el ancho de sus músculos para comprender que son jugadores del equipo de fútbol. En otras palabras: los posibles causantes de mi inaplazable muerte.
Blake retrocede y chocamos. Me he quedado inmóvil.
—Alex —susurra, y traga saliva—, ¿preparado para conocer al novio de tu chica?
—¡Eh, Blake!
Me sobresalto cuando alguien grita su nombre. Por instinto, la empujo con suavidad para que dé la cara por mí. Podré parecer un cobarde, pero ahora mismo no me importa mi reputación. Mi única prioridad es sobrevivir.
Aunque parece molesta, Blake no se aparta. La voz pertenece a un chico fornido de piel tostada y pelo oscuro que se separa del grupo de jugadores para acercarse a nosotros. Es sorprendentemente rápido y, para mi desgracia, se detiene junto a mi hermana antes de que haya ideado un plan de escape.
Entonces, sonríe y sus ojos se iluminan.
—Bueno, no has salido corriendo. Creo que debería tomarme eso como una victoria —comenta. Mira a mi hermana con tanta intensidad que creo que no se ha dado cuenta de que estoy aquí—. Estuviste una hora entera hablando con mi primo y conmigo, y Finn es un experto en espantar a las chicas. Me alegro de que no nos evites. Lo harás tarde o temprano, por supuesto, pero está bien que de momento pienses que somos normales.
Lo siguiente que escucho es la risa de Blake. Resopla y empuja al desconocido, que amplía su sonrisa. Pestañeo. ¿Son amigos? ¿Qué me he perdido? Que yo sepa, mi hermana no soporta a los deportistas de este instituto. Los ha criticado desde que nos matriculamos.
—Muy gracioso —responde Blake y se pone de puntillas—. ¿Dónde está Finn?
Al oírla, ese individuo autóctono de un gimnasio se vuelve y silba para llamar la atención de sus amigos. De pronto, todos nos miran y creo que el corazón se me va a salir del pecho. Habrá al menos diez y todos tienen unos brazos musculosos que son el triple de anchos que los míos. Es un hecho: mi hermana acaba de firmar mi sentencia de muerte.
Retrocedo con disimulo. Si Gale está entre ellos, me vendrá bien tener ventaja a la hora de escapar. Por suerte, no es él quien se acerca. Ni por asomo.
—¡No te lo vas a creer!
Un chico bastante peculiar corre hacia nosotros. De primeras, mi cerebro lo cataloga como una no amenaza. Es un adolescente casi tan alto como yo, aunque le saco unos centímetros de altura, se nota que está bastante delgado incluso debajo de la ropa holgada que lleva puesta. Tiene acné y el flequillo se le pega a la frente. Se detiene a nuestro lado, sonriendo, como si trajera buenas noticias.
—¡Adivina lo que he conseguido! —exclama y le toca el hombro a mi hermana como diez veces seguidas. Ella frunce el ceño.
—Hola a ti también, Finn.
—¡Vas a alucinar! Mira esto.
Saca el móvil, lo desbloquea y le muestra la pantalla. No se ha molestado en comprobar que no haya profesores cerca.
—¡Así es, querida! —continúa ese tal Finn, emocionado—. ¡Por fin he conseguido pasarme el nivel número doce del K. K. Splash Pro! Tardé tres horas y ocho minutos en lograr que este señor superara el laberinto, saltara cada obstáculo y venciera a todos los enemigos que se interponían entre su preciado váter y él, pero mereció la pena. El problema es que ahora estoy atascado en el nivel trece. Es superemocionante, ¿eh? Me pregunto si seré el único jugador que ha notado el grave problema que tiene el héroe con los apretones. ¿Comerá muchos kiwis? La gente dice que son buenos para el estreñimiento… —Me mira y me sonríe—. ¡Oh, hola! ¿Juegas al K. K. Splash Pro?
Me cuesta un segundo entender que habla conmigo. No sé en qué momento ha notado mi presencia, pero por su culpa ahora Mason, miembro vip del gimnasio, también me mira con el ceño fruncido. Trago saliva. Tengo la garganta seca.
—¿Y bien? —insiste Finn.
No me salen las palabras. Blake me dedica una sonrisa nerviosa.
—Me llamo Alex —digo al fin. Sin embargo, Finn le resta importancia con un gesto.
—¿Juegas o no al K. K. Splash Pro?
Niego y él resopla, como si le pareciera una deshonra que no me guste ese videojuego tanto como a él. La situación me hace gracia, pero no me río porque no soy capaz. La mirada de Mason me taladra el cráneo y, a juzgar por su expresión, no parezco caerle demasiado bien.
—¿Es amigo tuyo? —le pregunta a Blake, y me señala con la cabeza.
¿Conocerá a Gale? Es posible que se lleven bien. A fin de cuentas, están en el equipo, ¿no? A lo mejor se ha dado cuenta de que soy yo quien estuvo con Owen ayer en el cuarto del conserje y está a punto de ir a contárselo a su novio. Me entran escalofríos al pensarlo. Solo llevamos dos días de clase y ya tengo enemigos. ¿Quién había dicho nada de tener un año tranquilo?
Ojalá Barney hubiera abierto la puerta.
—Somos hermanos. —La voz de Blake me trae de vuelta a la realidad—. Chicos, este es Alex. Alex, estos son Mason y Finn, los ejemplares de seres humanos más raros que conocerás jamás. Vamos juntos a Educación Física. Solo los soporto porque no se enfadaron como los demás cuando les pateé el culo jugando al tira y afloja.
—En realidad hizo trampas —me explica Finn, que me estrecha la mano. Tiene los dedos tan finos que parecen espaguetis—. Nos dio una paliza a todos y después descubrimos que había atado la cuerda a la espaldera. Aunque eso no le quita mérito, ¿verdad? La inteligencia siempre gana a la fuerza. Si no, que se lo digan a Mason. Está en el equipo solo porque saca buenas notas. Ambos sabemos que no podría marcar un gol sin caerse de culo —susurra, y lo señala. Mason gruñe e intenta darle una colleja, pero Finn lo esquiva, entre risas, y añade—: Tampoco lo aceptaron por su cara bonita, porque es evidente que no es el primo guapo.
De pronto, me estoy riendo. Sin embargo, mis carcajadas cesan rápido porque Mason me mira con desdén. Espero que no se le crucen los cables y me dé una patada en la cara. Bueno, vale, en la cara no porque tendría que subirse a una silla para que su pie alcanzara mi nariz, pero nos entendemos.
Por suerte, se limita a resoplar y asentir en mi dirección.
—Si eres el hermano de Blake, nos llevaremos bien.
Ya. Fuerzo una sonrisa, aunque no termino de fiarme. De todas formas, me quedo más tranquilo. En una situación como esta, necesito tantos aliados como sea posible. Mientras Finn revolotea a nuestro alrededor, Mason se mete las manos en los bolsillos y mira a Blake.
—Los chicos quieren conocerte —le dice, y hace un gesto hacia sus amigos—. Tu hermano también puede venir.
Las alarmas en mi cabeza se encienden. Mi hermana me lanza una mirada furtiva porque no sabe qué contestar. Pero la respuesta es no. No puedo arriesgarme a que me reconozcan y me aplasten la cabeza. ¡Son los amigos de Gale! Y ahora todo el instituto piensa que me he enrollado con su novia. Además, ¿quién me asegura que él no esté allí?
Necesito irme de aquí. Intento parecer tranquilo y niego con la cabeza, pero Blake habla antes que yo:
—No podemos —responde.
Mason frunce el ceño.
—¿No podéis?
—Los chicos son imbéciles, pero también son majos. Os caerán bien —nos dice Finn—. Bueno, al menos creo que no os caerán mal. Dejémoslo en que os caerán neutrales.
Me habría reído si no temiera por mi vida. Blake duda y, como sé que no puedo dejarlo todo en sus manos, me aclaro la garganta e intervengo:
—Tengo una prueba de Francés. Quiero entrar en la clase de nivel avanzado. No debería llegar tarde si no quiero suspender. —Las palabras salen vagamente de mi boca. Señalo el pasillo a mis espaldas—. Creo que voy a… —Dejo la frase en el aire y miro a Blake—. Tú puedes quedarte, si quieres.
Asiente y me sonríe con nerviosismo. Por suerte, nadie tiene demasiado interés en que los acompañe y no insisten. Finn me apunta con un dedo antes de dejar que me vaya:
—Tienes que probar el K. K. Splash Pro.
Sonrío, aunque no me ve porque ya se alejan. Decido ser precavido y, para no levantar sospechas, espero a que salgan del pasillo junto al resto de jugadores para echar a correr en dirección contraria. No he mentido respecto a lo de Francés; se me dan bien los idiomas y necesito entrar en la clase avanzada si no quiero aburrirme durante el resto del curso. Sin embargo, ahora tengo otras cosas en las que pensar.
Quiero estar tan lejos de Gale y de sus amigos como sea posible. He intentado convencerme de que todo saldrá bien, pero ya no puedo engañarme más. Ese chico estudia aquí. No podré evitarlo eternamente. Quedan nueve meses de curso. Cualquier día aparecerá sin más frente a mí y me desfigurará la cara de un puñetazo. Como mínimo. Todo es un desastre. Un auténtico desastre.
El corazón ya me late rápido, pero se acelera cuando llego al cuarto del conserje. Es curioso que haya acabado justo donde empezaron mis problemas. Este lugar ha sido mi refugio durante años y no estoy preparado para despedirme de él todavía. Además, ahora necesito esconderme del mundo que me rodea, así que entro y cierro la puerta.
No me preocupo en comprobar que no haya nadie cerca porque a esta hora todos están en clase. La soledad me acoge como una vieja amiga y hace que me sienta un poco mejor. Tomo aire. Después, tanteo la pared a oscuras hasta dar con mi escondite: ese hueco tan poco acogedor que hay tras las estanterías. Me siento y escondo la cabeza entre los brazos.
Quiero estar bien, de verdad que sí, pero no puedo. La ansiedad hace que se me forme un nudo en el estómago que es cada vez más intenso. Me lo he guardado durante demasiado tiempo y ya no lo soporto más. Tengo que encontrar una solución. Odio ser tan débil. Odio no poder resistirme.
Porque ya no hablo sobre Gale, Owen y la fotografía.
Sino sobre la propuesta que me ha hecho Bill esta mañana.
Me muerdo el labio con fuerza y no me detengo hasta que noto un sabor metálico en el paladar. Debería llamarlo ahora mismo para decirle que no, que lo siento, que no pienso ir. Que es inútil que me presente a esa audición porque no quiero ser pianista. Mucho menos formar una banda. Que, en realidad, mi sueño es quedarme aquí, en esta ciudad gris y agobiante, graduarme y encontrar un trabajo que me dé dinero y mantenga a mi familia.
Quiero llamarlo para explicarle todo esto y pedirle que no me anime a luchar por un sueño que se hizo pedazos hace mucho. Porque me duele.
Me duele saber que no podré conseguirlo. Que estoy atado a este lugar.
—Mierda, Alex —susurro, y me seco las lágrimas con el brazo—. Deja de portarte como un crío.
«Madura de una vez. Eres patético».
Cierro los ojos e intento retener un sollozo. Llorar no sirve para nada porque no solucionará mis problemas. A todos nos llega la hora de asumir nuestra propia realidad aunque sea una mierda tremenda, no nos queda otra alternativa. Al menos, no si eres como yo.
Debería dejar de lamentarme y volver a clase. No obstante, justo cuando voy a hacerlo, escucho pasos y la puerta se abre. Doy un brinco y me agazapo contra las cajas con el corazón en un puño. No sé quién acaba de entrar, pero, a diferencia de ayer, hoy deseo con todas mis fuerzas que sean Barney y su fregona.
Pero me equivoco.
—Gale, eres maravilloso. Joder.
Se oyen suspiros y me quedo paralizado. Mis pulmones se congelan y tengo que agarrarme a la estantería para no perder el equilibrio. Mierda. ¿Es una broma? Sabía que no debía confiar en Owen. Era evidente que no pensaba respetar nuestro tratado. Lo ponía en el primer punto: los miércoles, de once a doce, este lugar me pertenece. Parece que no se enteró bien, porque ahora está aquí y, para colmo, no ha venido sola.
Menudo día de mierda. Cierro los ojos con fuerza para no presenciar la escena. No me interesan los detalles. Permanezco tan quieto como una estatua e imagino que estoy solo y que ellos no existen, pero es imposible ignorar lo rápido que me late el corazón. Estoy muerto de miedo. Aun así, no hago nada por interrumpir su reconciliación. Con suerte, Owen le demostrará lo mucho que lo quiere y a Gale se le pasarán las ganas de asesinarme y me dejará en paz.
Por suerte, esta vez dura menos que la anterior. De pronto, el timbre suena por todo el instituto y, en silencio, suelto el aire que contenía en los pulmones. Luego, por fin abro los ojos para contemplar la escena. Igual que ayer, la oscuridad no me deja ver nada más allá de sus siluetas. Gale y Owen se besan hasta que él se aparta. Juntan sus frentes y el chico suelta un silbido.
—Tú sí que eres maravillosa —susurra, y ella se ríe—. Tengo que irme, preciosa. Mi novia me está esperando.
¿Qué?
Frunzo el ceño y me pego a la estantería para verlos mejor. Se dirigen hacia la puerta tomados de la mano y, cuando la habitación se ilumina, distingo la figura de Gale junto a otra bastante más pequeña. Me da un vuelco el corazón.
Esa chica no es Owen.