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2. Conociendo a Holland Owen Holland

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«Si pudieras desaparecer para renacer siendo otra persona, ¿a quién elegirías?».

No voy mucho a la biblioteca del instituto. Es un espacio vetado para cualquiera que busque tener una buena reputación. Sin embargo, que papá trabaje aquí tiene sus ventajas. Es el jefe de estudios; a veces se queda hasta tarde y por las noches la biblioteca siempre está vacía. Susan, nuestra bibliotecaria, siempre cierra la puerta cuando acaba su turno.

Por suerte, sé donde guarda las llaves.

Desaparecer. Ser otra persona. Alguien diferente. Con otro nombre y apellido. ¿Quién me diría que encontraría mi primera pregunta sin respuesta en uno de los viejos libros de la biblioteca? Ojalá hubiera prestado más atención porque no recuerdo ni el título ni el nombre del autor y creo que, si me hiciera con el libro, por fin averiguaría cómo contestar.

—¿Sabes que Mason acaba de dejarlo con Rebecca?

La voz de Stacey me saca de mis pensamientos. Pestañeo y me miro en el espejo del baño. Desde allí, Holland Owen me devuelve la mirada. La gente dice que es una chica guapa, pero yo no estoy del todo de acuerdo. Es demasiado pálida para mi gusto y tiene el pelo rojizo lleno de ondas desordenadas. Aunque sé que es inteligente y que saca las notas más altas de su clase. También he oído que es una creída, que mira a todo el mundo por encima del hombro y que Gale, su novio, y sus amigas son los únicos que la soportan.

No sé quién sería en una realidad paralela, pero sí que sé quién soy ahora.

Al menos, eso creo.

—¿Mason Brodie? —inquiero. Mi voz suena fría y distante, y hace eco en el baño—. ¿Por qué no me sorprende? Ahora que es subcapitán del equipo cree que tiene el mundo entero a sus pies. Me alegro de que Rebecca se haya dado cuenta de que se merece a alguien mejor.

En realidad, no conozco a Mason Brodie. Podría ser el chico más humilde del mundo, pero, de igual forma, lo criticaría y diría que es un engreído y que se ha buscado que su novia lo mande a paseo. Durante un instante, pienso en retractarme y decirle a Stacey que no deberíamos opinar sin saber, pero al final decido guardar silencio.

—¿Sabes que está intentando que lo nombren capitán?

Asiento. Gale me ha hablado de eso desde que terminó el verano. Al parecer, Mason entró con fuerza el año pasado y se convirtió en subcapitán cuando solo llevábamos unos meses de clase. A este paso, es evidente que está cada vez más cerca de liderar el equipo.

Y eso a mi novio, como es comprensible, no le hace ninguna gracia.

—No lo conseguirá. Gale es el mejor jugador que tenemos.

—Yo no estaría tan segura. ¿Sabías que Mason es sobrino del entrenador?

—Por eso está en el equipo, ¿no?

Ha sido un comentario cruel hasta para mí. Todos los jugadores se han ganado su plaza a pulso. Invierten más horas jugando al fútbol en una semana de las que yo invertiré en toda mi vida. Además, hacen muchos sacrificios. Gale pasa más horas en los entrenamientos que conmigo o con sus amigos, e imagino que los demás harán lo mismo.

De nuevo, pienso en retirar lo que acabo de decir, pero Stacey no se ha inmutado.

—Tienes razón —contesta, sin más—. Por cierto, deberías echarte más maquillaje. Todavía se te ven las pecas.

Me escudriña con sus grandes ojos azules, como si fuera parte del jurado de un concurso de belleza. En mi opinión, Stacey sí que es una chica guapa. Medirá aproximadamente uno setenta, es esbelta y delgada. Su cuerpo tiene menos curvas que el mío y toda la ropa le sienta bien. Además, tiene el pelo rubio ceniza, brillante, largo y sedoso.

No quiero mirarme al espejo, pero me toma de la barbilla y, por detrás de su rostro angelical, veo el mío. Cubre con maquillaje el peculiar camino de pecas que tengo sobre la nariz, y no me aparto porque sé que a Gale le gusto más sin ellas. Hoy es un día especial para los dos y quiero estar perfecta.

—Así que… —tantea, mientras me aplica rubor en las mejillas—, dos años. Es mucho tiempo.

Sonrío. Tiene razón. Y me encanta que todo sea tan bonito como al principio.

—Estoy enamorada de él. Cada día que pasa, estoy más convencida de haber encontrado a la persona correcta.

Stacey me devuelve la sonrisa. Se alegra de verme tan feliz. A fin de cuentas, eso es lo que hacen las mejores amigas, ¿no?

Cuando Gale nos presentó, poco después de que empezáramos a salir, pensé que acababa de encontrar a mi enemiga acérrima. Stacey me hizo la vida imposible durante meses. Divulgó rumores falsos sobre mí y me criticó a mis espaldas. El tiempo, sin embargo, puso las cosas en su sitio. Nos dimos cuenta de que somos mucho más parecidas de lo que creíamos.

Gale siempre dice que por eso nos llevamos tan bien. Yo pienso justo lo contrario. Stacey y yo no estamos hechas para ser amigas. Solo hemos pactado una tregua, como hacen las potencias mundiales, porque entrar en guerra nos destruiría a ambas.

—¿Qué le vas a regalar? —me pregunta. Ahora que ha terminado de maquillarme, se gira para guardar todos los productos en su neceser.

Miro mi reflejo. Ya no queda rastro de mis pecas.

—He trabajado en una cosa durante semanas, pero no te voy a decir qué es porque quiero que sea una sorpresa y eres una bocazas.

Se hace la ofendida, aunque sabe que es verdad y por eso se ríe.

—Vale, solo quiero saber una cosa. ¿Es de los regalos que nos gustan a nosotras o de los que les gustan a ellos?

Frunzo el ceño. No me lo había planteado.

—¿A qué te refieres?

—Las chicas somos más detallistas. Nos gustan que nos regalen bombones, álbumes de fotos… Pero los tíos son diferentes. Ellos prefieren… bueno, otro tipo de cosas.

—¿Qué tipo de cosas? —cuestiono con las cejas arqueadas.

—Las que incluyen… ya sabes, más contacto físico.

Enseguida entiendo por dónde va. Pongo los ojos en blanco.

—No voy a acostarme con él, si eso es lo que quieres saber.

Dicho esto, empiezo a recoger mis cosas. De pronto, tengo muchas ganas de irme de aquí. Estoy harta de esta conversación.

—¿Por qué no? —insiste—. Y no me sueltes la excusa de que «os tomáis las cosas con calma» porque ya no me lo creo. Lleváis dos años juntos, Holland. No sé cómo Gale tiene tanta paciencia. Además, ¿sabes que ese ha sido el motivo por el que Mason y Rebecca lo han dejado?

Me pregunto si al ignorarla conseguiré que se calle. ¿Por qué no puede dejar de meterse en la vida de los demás?

—¿Cómo te has enterado de eso? No me digas que sigues pendiente de ese estúpido perfil de Instagram.

La Dama Rosa es un claro ejemplo del daño que hacen las series de televisión. Una persona anónima creó una cuenta en Instagram con ese nombre y ha divulgado rumores —en su mayoría, falsos— desde el año pasado. Arruinó la reputación de James Arness cuando publicó pruebas de que se dopaba, con lo que consiguió que lo echaran del equipo.

Por suerte, todavía no he leído nada que lleve mi nombre o el de Gale, pero eso no significa que apoye su contenido. En lo que a mí respecta, el administrador del perfil necesita buscarse una vida y dejarnos a los demás en paz.

—Al parecer, solo hacía unos meses que salían. La otra noche, Rebecca quiso que dieran un paso más en su relación, Mason se negó y, claro, empezaron los problemas —parlotea Stacey—. Te lo digo por tu bien, Holland. Si sigues evitándolo, te convertirás en el Mason de tu relación.

—En ese caso, seré una Mason muy orgullosa —contesto, antes de salir del baño.

Me ha puesto de mal humor. Por lo general, no me molesta hablar de chicos con Stacey, pero estoy bastante susceptible después de lo que ha pasado esta mañana y lo que menos me apetece ahora mismo es discutir. Además, no puedo negar que tiene algo de razón. Dos años es mucho tiempo y no entiendo por qué todavía no me siento preparada. Quiero a Gale, así que ¿por qué mi cerebro no deja de repetirme que me equivoco?

Camino por el pasillo hacia mi taquilla. Algunos estudiantes me miran al pasar, y me pregunto si verán las marcas oscuras que tengo bajo los ojos. Apenas he dormido esta semana. He trabajado desde el domingo sin parar en una sorpresa para Gale. Por mucho que Stacey diga que sabe sobre chicos, solo se basa en estereotipos sin sentido. Conozco a mi novio y sé que mi regalo le encantará.

Con cuidado, saco mi cuaderno de dibujo y lo abro. Entonces, lo veo: con su mirada potente y oscura, sus labios carnosos, su nariz pequeña y el pelo más corto a los lados de la cabeza, y me siento orgullosa porque lo he conseguido. He captado su esencia solo con papel y lápiz. Sonrío y arranco la hoja para guardármela en el bolsillo.

La gente todavía me mira cuando cierro la taquilla. Me fijo en dos chicas de primero que intercambian susurros mientras me señalan con disimulo. Me aseguro de sonreírles al pasar, aunque no las conozco, porque eso acabará con sus cuchicheos.

Estoy acostumbrada a ser la comidilla del pasillo. Es lo que conlleva ser Holland Owen: hija del jefe de estudios, alumna sobresaliente y novia del capitán del equipo de fútbol. La gente habla sobre mí como si supieran quién soy o cómo es mi relación con Gale. Normalmente lo ignoro, pero hoy, por alguna razón, algo parece diferente.

Hay bastante gente en el pasillo y todos me observan.

Frunzo el ceño y sacudo la cabeza. Serán imaginaciones mías. Esta mañana me he dado un buen golpe. Algo que parecía una pelusa me ha caído encima.

Incómoda, tomó otro camino para llegar al aula de estudio, lejos de todas las miradas. Sin embargo, antes de que pueda girarme, alguien me tira del brazo y choco contra un pecho duro y musculoso. Jadeo y subo la mirada. Me encuentro cara a cara con mi captor, que me rodea la cintura con los brazos.

—Gale —lo saludo, con un susurro.

Curva los labios en una sonrisa. Por instinto, miro su nariz, sus cejas y sus labios, que encajan con los del chico del retrato. Repaso las líneas de su mandíbula y subo hasta que, por fin, mis ojos se encuentran con los suyos. Gale tiene unos iris preciosos de color azul que siempre me ponen nerviosa. Él lo sabe y por eso sonríe, pues es consciente de que hace que se me acelere el corazón.

—Sorpresa —bromea. Entonces me percato de que me aferro a su camiseta con mucha fuerza. Pestañeo, aturdida, cuando lo escucho reír—. No es que me moleste.

Lo suelto y me meto las manos en los bolsillos. Mis brazos quedan sobre los suyos, que todavía me rodean la cintura. Que haya tan poca distancia entre nosotros me hace sentir incómoda, porque no estamos a solas, pero no digo nada al respecto.

—¿Ibas a algún sitio? —pregunta.

—Al aula de estudio. A estudiar —añado, como si no fuera obvio.

Arquea una ceja. No me cree.

—Creía que tenías una hora libre.

—La tengo. ¿Qué hay de malo en ir a estudiar?

Sonríe y entiendo que la conversación va justo como él quería.

—Bueno, he pensado que quizá podríamos repetir lo de esta mañana...

Se acerca hasta que me roba el aire y sonrío también. Como siempre que estamos juntos, siento un cosquilleo en el estómago. Pero hoy es más especial. Perfilo su brazo con el dedo índice hasta que llego a su hombro.

—¿Hay algo que celebrar? —inquiero, para que sea él quien lo diga.

—Solo que eres preciosa —susurra, como si fuera un secreto—, que besas condenadamente bien —añade, y se acerca aún más— y que, por si fuera poco…

—Por si fuera poco, ¿qué? —insisto. Para mis adentros, le pido a gritos que lo diga de una vez.

Gale amplía la sonrisa.

—¿Qué más quieres que diga? Eres perfecta.

Aunque haya sido bonito, no es la respuesta que esperaba. Sin embargo, Gale me besa antes de que pueda mencionarlo.

Sus labios suaves se unen a los míos como si llevaran toda la vida preparándose para hacerlo. Sus manos se aferran a mi cintura; cuando nos movemos, casi siento que me caigo, y la escena me recuerda a lo ocurrido hace unas horas, en el cuarto del conserje. El rostro de ese chico aparece en mi cabeza y, de pronto, estoy molesta.

Recuerdo nuestro altercado y la mirada de decepción que me dedicó el director cuando nos encontró. No creo que papá tarde en enterarse. Para colmo, estoy castigada y tendré que pasar toda la tarde limpiando instrumentos musicales en lugar de estudiar como había planeado, y tendré que soportar a ese imbécil durante horas.

Cuando se separa de mí, Gale apoya la frente sobre la mía y sonríe. Hago lo mismo e intento que no note que estaba pensando en otra cosa. Me pregunto cómo reaccionaría si supiera lo que ha pasado. Me encantaría que fuera a por ese tal Alex y le diera una paliza. Sin embargo, prefiero no contárselo para que no descubra cómo nos encontró el director.

Gale siempre ha sido muy celoso. Es mejor que nos ahorremos problemas de ese tipo.

Además, tengo demasiadas ganas de matar a ese idiota como para dejar que alguien lo haga antes que yo.

—Debería dejar que te fueras a estudiar. —Su voz me hace volver a la realidad—. ¿Te llamo esta noche?

Se me borra la sonrisa.

—Creía que íbamos a comer juntos —digo. Para mis adentros, añado: «¿Cómo has podido olvidarlo?».

—Joder, pensé que te lo había dicho —se lamenta. Se aleja de mí, se pasa las manos por el pelo, y me mira—. El instituto ha organizado un acto para inaugurar la temporada. Han invitado a los jugadores de todos los equipos de la ciudad. Emma viene conmigo, ya sabes, para sacar las fotos para el periódico. No volveremos hasta esta noche. —Hace una pausa—. No te importa, ¿verdad? Sabes que solo somos amigos.

Eso me sienta como una patada en el estómago. De pronto, tengo ganas de llorar. Emma es la presidenta del club de debate y la redactora jefa del periódico escolar. Tiene las mejores calificaciones del instituto, por debajo de las mías, es guapa y asquerosamente popular. Además, ha salido con la mayoría de los chicos que conozco. Incluido Gale.

Así que me molesta, y mucho. Pero no estoy enfadada por eso.

Se le ha olvidado. A Gale se le ha olvidado.

Se me forma un nudo en la garganta. Intento que no se dé cuenta porque odiaría tener que darle explicaciones; seguro que pensaría que soy patética y que me hago ilusiones estúpidas. De forma que hago de tripas corazón, niego y dejo que el pelo me cubra las mejillas.

No podré fingir durante mucho más, así que recojo el bolso, que lleva en el suelo desde que mi novio ha llegado, y me giro para marcharme.

—Holland —me llama, antes de que pueda alejarme—. Vamos, no te pongas así.

Intento armarme de paciencia. Tomo aire hasta llenarme los pulmones y luego respondo.

—No pasa nada. Estoy bien.

Después, emprendo mi camino hacia el aula de estudio. Decir eso me ha dejado la garganta en carne viva. Rebusco en el bolso hasta que encuentro el retrato y lo arrugo. Semanas de trabajo desperdiciadas. Lo tiro a la basura. Estoy teniendo un día de mierda.

Sin embargo, lo peor no es que Gale haya olvidado nuestro aniversario. Creo que incluso estoy acostumbrada. Lo que de verdad me preocupa es lo que ha ocurrido esta mañana. Y las consecuencias que tendrá.

Ver castigada a Holland Owen, hija de una exitosa abogada y del jefe de estudios, no es habitual. Por lo general, se comporta como la alumna perfecta que es: no rompe las normas, respeta a los profesores y sonríe a los cocineros cuando recoge su almuerzo en la cafetería. Tiene un novio perfecto y unos amigos que la quieren. Estudiará Derecho en la universidad porque el arte no tiene futuro. Es una chica correcta, dedicada a sus estudios, que se esfuerza por cuidar su reputación.

Holland Owen es perfecta.

Holland Owen no comete errores.

Y, quizá, por eso hace tiempo que me siento como una persona diferente a Holland Owen.

«Si pudieras desaparecer para renacer siendo otra persona, ¿a quién elegirías?».

Antes de llegar al aula de estudio, paso por el baño. Me paro frente al espejo, apoyo las manos sobre el lavabo y me desmaquillo la nariz con papel.

Siempre me han gustado mis pecas.

Cántame al oído

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