Читать книгу Ritual de duelo - Isabel de Naverán - Страница 8
ОглавлениеSon las doce de la mañana, la hora en la que paras todo para pensar en P. En mitad del pasillo, un gesto de recogimiento que replica El ángelus de Millet, para ir de fuera hacia dentro, y de dentro hacia lejos, donde está él, puede que haciendo eso mismo, pensaba yo al verte y al verle a él desde ti. Creo que así lo habíais acordado.
Desde que ella murió, a las doce de la mañana despego los dedos del teclado, coloco las manos sobre los ojos, a veces con la excusa de un breve descanso de la retina, la palma cóncava, formando un hueco, dejando posar allí la mirada, pero sin mirar, solo por verla a ella, por verte a ti, en ese calor oscuro y suspender unos segundos todo lo demás. Seguirte de cerca, cercarte y acercarme, durante un momento, a esa parte que se da estando juntas, una zona específica, provocada por tu manera, su manera, de mirar, ella en mí y yo en ella, replegadas. Acaso eso también se acaba físicamente, una materia que muere o es lo contrario, crece de forma distinta por su falta. Puede que se dé en un nuevo estado, una forma imposible de ser antes de su ausencia, una nueva mirada, distinta a cuando era junto a ella y la miraba sin mirar y a veces sin ver. Cuando te miraba solo percibiendo un calor en esa piel, una humedad precisa, que era, que es, justo esa y no otra, esa misma, la que puedo ahora intuir, no sin el esfuerzo de levantar las manos del teclado y disponer los ojos a oscuras. A las doce de la mañana se da este triángulo en el que tú paras sobre tu hijo con ánimo de acercarlo y yo sobre ti con ánimo de saber, con deseo de sorber, de lamer, de beber, de besarte y tocarte, de estar un poco más cerca y sentirte como me sentía a mí estando junto a ti en transformación, cambiando junto a ti.