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Capítulo 5

8 de octubre, 14:22.

ADELAIDE MELDEEN

El más inmenso dolor proviene del metal rasgado que te envuelve al encarcelarte en ti mismo, bajo tus propias reglas, tu propio llanto y tu propia miseria.

La verdad me has dejado sin habla, Adelaide. No encuentro las palabras adecuadas para explicarte todo lo que me hiciste sentir en un par de párrafos. De veras te lo digo, ni siquiera sé por dónde empezar. Supongo que sueles causar ese efecto en la gente que ha llegado a conocerte desde adentro. No puedo ser solo yo.

Dijiste que por fin habías decidido liberarte, pero, lamentablemente, esto que dices que te aprisiona es una cárcel que tú misma has formado, solo que las barras son ajenas. Son pensamientos, ideas y principios que no te pertenecen. Esa persona que dices que amas se ha robado lo más preciado y lo más importante que jamás has poseído: tu libertad.

Y contestando tus dudas: no, Mel. No sabes lo que es el amor. O, al menos, el que conoces es el más dañino que podría existir. Te han sometido a algo terrible y aún después de tanto tiempo, sigues resistiendo. Eres fuerte, pero ingenua. No es culpa tuya, en todo caso, pero todo lo que dices haber sufrido, lo sufriste en vano. Supongo que no era fácil para ti escapar de eso, o quizás simplemente no sabías cómo.

Estás aterrada y perdida. Lo has estado siempre, y nadie, en cuatro años, fue capaz de guiarte. Solo tenías a Cris y Gabe, ¿me equivoco?

¿Qué hay de Jazz? Ella recibió este digipak. Me miró extraño cuando lo hice. Supongo que no te gusta Pink Floyd. Le dije que el disco era tuyo y que lo encontré en la sala de arte. También mentí sobre mi nombre para no levantar sospechas. Sé lo complicado que es para ti hablar con gente en la escuela teniendo a alguien como Cristine Santana sobre tu lomo todo el tiempo. Por eso te escribo, Mel. Quiero sacarte de aquí. No puedes seguir tomando alcohol, consumiendo drogas y sufriendo a la fuerza cuando deberías estar disfrutando, riendo, saliendo... Son dos extremos opuestos, y como te han obligado, te confunde.

Me cuesta creer que teniendo solo catorce años un imbécil como Gabriel se haya metido en tu cabeza y aún siga allí.

Necesito encontrar una forma de verte, una forma de hablarte, de decirte que desde ahora en adelante jamás volverás a estar sola. Supongo que siempre hay obstáculos, ¿no? Pero no te preocupes, volverás a escuchar de mí en menos tiempo del que crees. Encontraremos una forma. Pero antes, necesito saber:

¿Vas a dejar de sobrevivir para empezar a vivir?

Đante

Recibí la carta hace tres días y desde entonces he estado analizándola profunda y dolorosamente. No sabía cómo me sentía, pero tenía las mejillas mojadas por el llanto y rojas por la desesperación.

¿Es esto destino o mala suerte?

Además, no conozco a nadie llamado Dante. Podía ser cualquier chico del instituto.

¿Qué le respondo? ¿Cómo le respondo? ¿Debería responderle? ¿Y si me están tomando el pelo?

Me sentí mareada por un segundo. Algo me hacía creer que en realidad todo esto era una trampa de los Santana y quien había escrito la carta había sido Cris, pues la escritura era parecida a la suya, aunque no igual. La de Cris era un poco más cuadrada que la de la carta.

Pude haber dejado caer el digipak en la camioneta, pero eso era imposible. Tenía la mochila completamente cerrada cuando subí, y cuando la abrí me fijé que ya no estaba. Debió haber sido antes, no cabía duda, pero, ¿cuándo? Comencé a cuestionarme si después de meter la carta dentro del digipak la guardé en mi mochila o no, pero estaba muy segura de haberlo hecho.

Estaba sola en el pasillo. Ya todos habían entrado a sus respectivas clases, excepto yo. Le dije a la profesora de educación física que tenía una lesión en el cuello para que me dejara no ejercitar. Entonces recordé que Jazz estaba en clase de lengua, y supuse que no le importaría salir unos minutos para ayudarme a aclarar las cosas.

Le marqué, pero no contestó. Después de veinte segundos, la vi salir de una de las aulas al final del pasillo. Iba a llamarme, pero luego me vio. Caminé hacia ella a paso acelerado.

—Jazz, ¿me quieres explicar qué es esto? —pregunté, levantando el disco de Pink Floyd.

Jazz lo miró con curiosidad y familiaridad, como si supiese exactamente qué era y al mismo tiempo no tuviese idea.

—Un chico se hizo pasar por Theodore Loy y me pidió que te lo entregara. Dijo que era tuyo.

—¿Se hizo pasar? —pregunté, confundida.

—Sí. Conozco perfectamente a Theodore, y este chico no se parecía en nada. No puedo recordar su nombre, pero lo conozco. Es atleta, creo, y es muy alto y delgado.

No logré pensar en nadie. Jamás había hablado con nadie, ¿cómo podría recordarlos a todos?

—¿Cómo lucía? —pregunté.

—Bien vestido —empezó ella, pensando—, cabello negro, ojos oscuros, sonrisa de niño bonito, algo mediocre, si me preguntas a mí. Dudo logres pensar en alguien porque hay cientos de chicos como él aquí.

De hecho, sí me sonaba la descripción. Un chico llamado Tristán de tercer año. Lo recuerdo porque salió con Cris por mucho tiempo, pero Jazz lo conocía, así que no podía ser él.

Un momento...

Entonces caí en cuenta. Mi cuello comenzó a transpirar por el nerviosismo, pero me aliviaba encontrarle un poco más de sentido a todo. Lo encontraba muy creativo, pero al mismo tiempo tenía miedo. Le tenía miedo a él, a Cris, a Gabe y a las consecuencias de todo esto. Tomé aire y traté de ocultar los sentimientos que me atormentaban. Jazz no podía enterarse. Si lo hacía, no dudaría en contárselo a Gabe.

—Se llama Dante, creo —mentí. Necesitaba confirmar si mi deducción era correcta, porque la descripción que Jazz me había dado era muy general—. Tú eres miembro del consejo estudiantil, ¿conoces a alguien con ese nombre?

Su mirada felina me incomodaba, y ella lo sabía, por eso la intensificaba más y más. Al fin, pareció creer mis palabras y contestó, restándole importancia:

—Ubico a un chico en tu clase, pero no le dicen así. Supongo que Dante es su segundo nombre. Se apellida Carson... ¿Paris, quizás?

Lo sabía.

Me sentí extrañamente feliz porque fuese él y no otro. Quizás se debió a que después de nuestro encuentro en la bodega de la sala de arte había pasado mucho tiempo pensando en él y, además, porque Cris y Gabe definitivamente no estaban detrás de todo. Por primera vez, era en serio. No era una prueba, no era una lección, era una vía de escape.

—Puede ser. No sé. La verdad es irrelevante.

Jazz se encogió de hombros, giró hacia la puerta y volvió a entrar en el aula, dejándome sola en el pasillo. Caminé nuevamente hasta mi casillero para sacar mi cuaderno de arte, para la siguiente clase.

Aproveché de llegar temprano a la sala, así dejaría todo listo antes de que comenzara la clase. Paris estaría allí. Era una de las pocas asignaturas que teníamos juntos, si acaso no era la única. El problema era que había cuatro amigos de Gabe que tomaban arte con nosotros, así que no había forma de que pudiese hablar con él. Dudé en poder ingeniármelas, pero si lograba hacerlo de forma sutil, lo peor que podía pasarme era que no me entendiera.

Al abrir la puerta, me llevé una gran sorpresa. La pizarra estaba llena de apuntes, que supuse luego tendríamos que copiar. Caminé otro par de pasos para poder mirar mejor, y entonces lo vi: de pie junto a la pizarra se encontraba un chico con una sudadera gris. Estaba terminando de escribir. Al sentir el ruido de la puerta, giró la cabeza y me miró con detención.

Silencio.

Oh, esto tiene que ser una broma...

Serendipia antémica

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