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Capítulo 8

9 de octubre, 21:29.

PARIS CARSON

Me encontraba tumbado en la cama mirando el techo. A mi izquierda, Amadeus dormía profundamente, y a mi derecha, Will leía un libro gordo y de letra muy pequeña. Detrás de sus lentes, arrugaba los ojos y fruncía la nariz para poder leer mejor. Su respiración era tranquila, casi armónica, y me ayudaba a calmar mi ansiedad.

Quería escribirle a Mel, hacerle preguntas, quería conocerla como a nadie, pero hacerlo sería como jugar con fuego y aceite: siempre está la posibilidad de que termine explotando.

Firmó como Šavannah. Supuse que Savannah era su segundo nombre, quizás de alguna forma había descubierto que Dante era el mío, y quiso usar un grafema como lo hice yo. En todo caso, saber su nombre completo estaba lejos de ser suficiente. Quería saber qué colores le gustaban, qué le hacía reír, qué le hacía llorar, con qué disfrutaba y qué detestaba. Debía hallar una forma.

Miré a Will. Tenía los ojos clavados en aquella novela, y se veía tan apacible, que parecía imposible poder llamar su atención. Cuidadosamente, para no asustarlo, le toqué el hombro. Levantó su celeste mirada y, sin inmutarse, dijo:

—Estoy ocupado, por si no lo notaste. ¿Qué quieres?

—Necesito pedirte ayuda con algo. Es más o menos urgente.

Se quitó los lentes y los puso sobre su cabello, haciendo que sus fríos ojos se viesen aún más radiantes. Así veía menos, pero le gustaba hacer eso con nosotros para parecer más intimidante y, por lo tanto, le dijésemos la verdad. Sus facciones, tan heladas como sus ojos, perforaban el aire como si amenazaran con clavarse en mi cuello y arrancarme las cuerdas vocales para que dejara de molestarlo y pudiese seguir leyendo.

Puso un trozo de lana sobre la página para poder marcar dónde había quedado en su lectura. Me miró expectante y en silencio, esperando a que continuara.

—Imagina esto —proseguí—: conoces a un chico, pero este chico tiene novio. Este novio es un opresor, violento y ha maltratado a este chico por muchos años, al punto de traumarlo. Tú quieres conocer a este chico, quieres sacarlo de su sufrimiento, pero es complicado, muy complicado, y...

—Paris —me interrumpió—, ¿de dónde has sacado todo esto? Me estás asustando.

Suspiré. Había hablado muy rápido. Traté de calmarme, pero me era difícil. Con los ojos negros de Mel tatuados en la mente todo era más difícil. Comencé a confundirme, y al parecer Will lo notó, pues luego dijo:

—Mira, si estás tratando de decirme que eres gay, no le des tanta vuelta al asunto. ¿Por qué no me contaste antes?

Reí, sin ánimo de ofender su sexualidad, por supuesto. Luego recuperé la compostura.

—Solo traté de adaptar la historia para que fuese desde tu perspectiva.

—No te hubiese servido de nada. Cuéntamelo tal cual es.

—Hay una chica que jamás habla con nadie dentro de la escuela —volví a empezar—. Está saliendo con un chico que la obliga a hacer mil cosas para su propia satisfacción. Incluso le ha metido drogas en el cuerpo, es verdaderamente macabro —al notar el enojo en mi tono, me detuve unos segundos. Luego continué—: Quiero sacarla de ahí, pero no puedo hablar con ella dentro de la escuela. Los amigos de su novio la tienen controlada para que no hable con nadie que ellos no conozcan. No podría haberla conocido si no fuese porque nos quedamos encerrados en la bodega de la sala de arte y hablamos un rato. Encontré una carta que quería entregarle a su novio para terminar con él, y le envié una yo también, diciéndole que tenía mi apoyo. Ahora nos enviamos cartas mediante discos, pero, aunque está entendiendo un poco más lo que pasa a su alrededor, aún la noto muy perdida. Tan perdida, que se demoró cuatro años en darse cuenta de que las ideas que ese infeliz le metía en la cabeza no eran más que mentiras. Lo malo es que ahora le costará creer en alguien de nuevo, a pesar de que ahora yo esté guiándola por el sendero correcto. Su confusión me confunde a mí también. ¡No sabes las ganas que tengo de sacarla de ese maldito infierno! Si tuviese que vivir en él, que fuese después de la muerte, condenada por ser muy traviesa en vez de muy inocente.

Will me miraba con los ojos desorbitados, como si pensara que me estaba inventando todo aquello. Asintió en señal de entendimiento. Proseguí:

—Siento que para el resto es imposible ir más allá de lo que se ve a plena vista: su rostro mustio, su cabellera desordenada, sus ojos negros de brillo apagado, su misterioso silencio. Logré averiguar algo más, de a poco me he estado ganando su confianza, pero estoy jugando con una bomba de tiempo…

Will suspiró y levantó un brazo para que me detuviese. Puso una mano sobre mi hombro, sin mirarme y, para no despertar a Amadeus, susurró:

—Vas a necesitar paciencia. Chicas como ella, chicas que han sufrido por culpa de cobardes, son inseguras, sensibles, desconfiadas y difícilmente volverán a entregarse a las manos del amor como lo hicieron esa primera vez. Pero tú, Paris, eres uno de los hombres más gentiles que jamás he conocido y creo que si alguien es capaz de reparar un corazón roto, eres tú. —Rio ligeramente—. Ruego a Dios que el hombre que se vuelva el amor de mi vida se parezca a ti en lo honorable y respetuoso.

Sonreí. Comentarios así en boca de Will valían mil veces más de lo normal, ya que jamás expresaba lo que sentía y cuando lo hacía era de todo corazón.

—Entonces, ¿qué debo hacer?

—Déjame terminar —dijo aún susurrando—. Intenta ir lento, no la fuerces a abrirse a ti. Sé que puedes ser impulsivo, especialmente cuando algo te detiene. No busques volverla más segura, ayúdala a ganarse esa seguridad por sí misma. Demuéstrale que puedes ser tanto lo que quiere como lo que necesita. Sácala de allí. Tienes el encanto y la disposición, solo te falta la paciencia.

Asentí, le di las gracias y las buenas noches antes de disponerme a dormir. Will respondió todo y nada al mismo tiempo, dejándome con más y menos dudas.

Aún tenía que escribir la carta. Esperaría hasta que fuera lunes nuevamente. Quería encontrar las palabras perfectas para hacerle saber que le daría el tiempo que tanto me había pedido. Tarde o temprano podría arreglar su espíritu, pero me llevaría mucho tiempo.

Calma, Paris. Recuerda, paciencia.

Paciencia, paciencia, paciencia...

Seguí repitiéndomelo una y otra vez hasta que, por fin, con Amadeus dormido a un lado y Will leyendo al otro, caí rendido ante el sueño.

Serendipia antémica

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