Читать книгу Serendipia antémica - Isabel Margarita Saieg - Страница 14
PARIS CARSON
ОглавлениеLo más complicado de adentrarse en un universo desconocido es luego encontrar la forma de escapar.
Quería escribir un poema, como tú, pero ¿qué más poético que lo explícito?
La poesía se interpreta con los ojos cerrados, y necesitaba decirte sin preámbulos que estamos en la misma página.
Cada día se hace más difícil seguir con esto. Estoy empezando a abrir los ojos, a darme cuenta de que todo este tiempo he estado viviendo en un verdadero infierno, y es abrumador. Así como ha sido difícil dejar de creer, me va a ser difícil volver a hacerlo. Te pido tiempo.
Sé lo que quiero, pero es un deseo tan borroso. Me cuesta identificarlo. Me cuesta concentrarme, me cuesta pensar, me cuesta sentir, es como si mi mente y mi corazón hubieran dejado de funcionar. No tienes idea de lo que es vivir entre las garras de alguien como Gabriel y no poder hacer nada al respecto. Lo peor de todo es que estoy encerrada, porque Gabe es quien me mantiene y se preocupa por mí, a pesar de que lo haga de la peor forma posible. Dependo de él, y quiero dejar de hacerlo, pero no sé por dónde empezar. Es lo único que he tenido todos estos años.
La ausencia emocional de mis padres nunca me afectó mucho. Mi hermana mayor se encargó de mí, pero esa es una historia para otro día. El punto es que no tengo a nadie en quien confiar. Jazz, aunque no lo parezca, es miembro activo del séquito Santana. De hecho, conocí a Gabe por Jazz, pero esa también es una historia para otro día.
He perdido todo lo que me cimentaba en un par de días. Es bueno, en parte, porque ahora estoy consciente de lo que me han estado haciendo, pero, por otro lado, es terrible, pues ya no tengo absolutamente nada. Agradezco que haya sido tan fácil abrir los ojos, porque si hubiese ignorado lo que dijiste, aún seguiría vendada por esas dos palabras que parecen es tar hechas de oro, el “te amo” que todos adulan y desean, cuando en realidad es solo eso: dos palabras.
Por lo mismo, dudo que alguna vez vuelva a decirlas. Las he usado durante cuatro años creyendo saber lo que eran y ahora, al no saber realmente lo que quieren decir, perdieron el significado. Eso no asegura que jamás haya sentido eso por Gabriel, pues sigo creyendo firmemente que me enamoré de él en algún momento, y que, en cierta forma, sigo enamorada, pero no bajo el criterio correcto.
La RAE dice: “El amor es un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. No sé cómo sentirme al respecto. Me hace pensar que me enamoré de Gabe solo por supervivencia, pero estoy lista para abandonar todo eso.
Estoy lista para dejar de sobrevivir y empezar a vivir.
Sé que estás dispuesto a lo que sea, pero nuestra situación es complicada. No tenemos suficiente dinero para irnos, de hecho, yo apenas tengo lo suficiente para quedarme aquí. Gabe siempre me ha abastecido. A esto me refiero cuando digo que no tengo escapatoria.
Él ya tiene una vida propia. Después de graduarse se mudó con Cris a un departamento cerca de la rotonda Thorton en la calle Sander, al extremo sur de Cressida. Suelo dormir allí de vez en cuando, dependiendo de cómo estén las cosas en mi casa, pues a veces, aunque sea difícil de creer, vivir con Gabriel es mejor que vivir con mis padres.
Me ha tocado muy difícil, pero supongo que ya lo has deducido.
Si la miseria es lo único que conoces, el fuego del infierno es indoloro. Quiero terminar con eso. Quiero que ese fuego eterno desde ahora sea un mal recuerdo, nada más. Ahora solo tengo que encontrar la forma de romper las cadenas y respirar hond o.
Šavannah
Sus palabras eran tan amargas como dulces. Aceptaba mi ayuda, se estaba abriendo a mí, pero al mismo tiempo no me tenía confianza.
Era justo, en todo caso. Era evidente la magnitud de su sufrimiento y era obvio que quería zafarse de él, por eso dejaba que la ayudara.
Lo que menos quería hacer era forzarla a amar el amor que había aprendido a odiar.
Estaba tumbado en mi cama mientras leía. Las manos me temblaban de cansancio por haber sostenido la carta tanto tiempo y el digipak en el que venía descansaba sobre mi regazo.
Había llegado de entrenar hacía un rato. Me dolía el cuello y estaba sucio. Sentía esta extraña necesidad de lavarme todo el cuerpo con urgencia, así que me puse de pie, caminé hasta el baño que se encontraba junto a mi habitación, abrí la puerta y presioné el interruptor para encender la luz. No pasó nada. Intenté una, dos, tres veces más, pero ya era evidente: la bombilla se había quemado.
Dejé salir un suspiro y caminé hasta la habitación de mi madre. Ella se encontraba tumbada boca arriba, con su negro cabello revuelto sobre la almohada y la mirada puesta en el techo. Le di tres golpes a la pared para que notara mi presencia. Levantó la cabeza, iluminando la habitación con la inmensidad del azul en sus ojos.
—Dime, cielo —dijo.
—Se quemó la bombilla del baño. Will y Amadeus no me han dicho nada, supongo que he sido el primero en darse cuenta.
La expresión en su rostro se oscureció, como si el hecho de que la luz de nuestro baño ya no funcionara fuese difícil de sobrellevar, aunque en realidad, para ella casi todo era algo difícil de sobrellevar.
—No, yo no... —titubeó—. No tengo dinero en efectivo, Will.
—Me llamó Paris, Marianne —contesté, indiferente. Frunció el ceño, dolida. Odiaba que la llamara por su nombre.
Mamá siempre nos confundía, especialmente estando en aquel estado somnoliento tan usual en ella. No me molestaba, pero tampoco me encantaba. Will y yo tenemos ciertos rasgos en común, así que entendía por qué le ocurría tan seguido, pero a veces era realmente tedioso.
Sonrió melancólicamente y continuó diciendo:
—Me pagan mañana en la mañana. Iré al mercado y compraré bombillas. Aprovecha y pregúntale a las chicas si les falta algo. Por ahora tendrán que arreglárselas sin la luz del baño.
Sus palabras me dolían. No porque nuestros problemas llegaran al punto de no poder comprar bombillas, sino porque, a pesar de ser el hombre mayor de la familia, me seguía mintiendo.
—¿Sabes? Lo mínimo que podrían hacer esos bastardos es darnos algo de plata para poder vivir. Helena, Will y tú se rompen el lomo trabajando; yo espero poder llegar a algo con mis estudios para poder mantenerlos. ¿Y qué pasa con los demás? Con Marie, Amadeus y Joan somos siete personas en una miserable casucha para tres, mamá. ¿No crees que es hora de buscarlos y decirles que existimos? ¿Decirles que deben hacerse cargo? Por lo menos al padre de Helena, tenemos su contacto, puedes llamar a la cárcel, o...
—Paris, suficiente —me interrumpió—. Sabes que no sé nada más que tú no sepas.
No se veía muy afectada. Había oído el sermón más de mil veces, y la respuesta siempre era la misma. Estaba segura de que las cosas no mejorarían, incluso que podían empeorar si hablábamos con esos sujetos. La verdad, no nos interesaba conocerlos. Ni a mí, ni a nadie bajo este techo.
Mamá decía no saber quiénes eran. No sabía si mentía, pero hacía mucho decidí creerle y, fuera cual fuera la verdad, era mejor dejarlo así.
—No sé si creerte. ¿Ni siquiera sabes de uno? ¿Nada?
Bajó la vista al suelo.
—Nada.
Antes de que pudiese responder algo, Helena entró en la habitación vestida con la camisa negra y el delantal rojo que usaba para ir a trabajar.
—Marianne —dijo, sin saludar—, la bombilla del baño se quemó. Voy a ir al mercado por otra.
—Helena, detente —dije, sin mirarla. Caminé hasta mamá y me detuve a un par de centímetros de su rostro. Parecía estar intimidada, como si tuviese miedo de que fuera a golpearla—. Mamá...
De pronto, pareció envejecer. Sentí el peso de mi corazón acelerado.
Nos tuvo a todos siendo tan joven…
A veces olvidaba que teníamos solo dieciocho años de diferencia. Se veía agotada, como si no hubiese dormido en más de dos semanas. Mis pulmones se quedaron sin aire repentinamente.
No es su culpa. Nada de esto lo es.
Traté de calmar mi mal temperamento y tomé su mano entre las mías para calmarla.
—Perdóname —dijo, mirándome a los ojos. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al ver a Will reflejado en ellos—, jamás quise esto para ustedes. Puedes ir a un cajero y sacar dinero de mi cuenta si realmente lo necesitas. No quería ser tan paranoica, pero sabes cómo me pone este tema.
Acaricié su rosada mejilla sin decir nada. Sonrió y volvió a hablar.
—Le temo al futuro.
—Más deberías temerle al...
—Paris —interrumpió Helena—, yo pago las bombillas. No es problema.
No esperé a que mamá volviera a hablar. No quería oírla. Volteé velozmente y salí por la puerta de la habitación.
Sabía que Helena venía detrás de mí. Antes de irnos, tomé una bolsa hermética con billetes que guardaba dentro de un calcetín viejo. Saqué uno y volví a la entrada. No dejaría que Helena pagara incluso una ampolleta después de todo lo que había trabajado. No lo merecía.
Mamá, Helena, William, y yo contribuíamos de distinta forma al sustento de la casa. Mamá trabajaba como secretaria en una empresa, Helena era barista en un café en la avenida principal de Cressida, Will trabajaba en una librería, y yo, además de estudiar, tocaba guitarra en la plaza Aragán de vez en cuando. Todo esto con treinta y seis, dieciséis, diecisiete y dieciocho años respectivamente. Por el bien de la familia, Helena y Will dejaron la escuela, pero yo no me resigné a hacerlo. Quería ser un profesional para, tarde o temprano, poder cuidarlos a todos como ellos han cuidado de mí.
Los trabajos eran poco lucrativos, pero no teníamos otra opción. Si no hubiésemos hecho nada para mejorar nuestra situación, Marie, Amadeus y Joan habrían seguido nuestros pasos, y yo me encargaría de evitar eso a toda costa.
Helena y yo nos encontrábamos en la mitad de la calle Soler, bajando al mercado. El silencio era pleno, pero no incómodo en absoluto. Me gustaba ver cómo sus ojos celestes iluminaban todo a su alrededor, tal como lo hacían los de mamá y los de Will.
Los cuatro nos parecemos bastante, de hecho. Si no fuese porque mis ojos son prácticamente negros, Will, Helena y yo podríamos decir que somos trillizos sin ningún problema.
—Paris —interrumpió mis pensamientos—, me han dado un ascenso en el café. Me han ofrecido trabajar tiempo completo por el triple de dinero.
Por un par de segundos, todos mis problemas parecieron desaparecer. Sonreí y la abracé, pero ella no se veía muy contenta.
—¿Qué pasa? Deberías estar alegre.
Bajó la cabeza y entrelazó una mano con la mía, sin dejar de caminar.
—Si acepto, tendré que salir de casa todos los días a las ocho de la mañana, para después llegar a las ocho de la noche. ¿Qué será de Joan y Marie sin mí en casa todo el día? Van a odiarme.
—Eh, no digas eso. Marie ya tiene trece años, va a entender lo que está ocurriendo. Y más allá de los caprichos de las chicas, debes pensar en lo que es mejor para la familia. Necesitamos ese dinero. Mamá no gana lo suficiente, yo menos, y Will está haciendo su mayor esfuerzo, igual que tú. Odio tener que convencerte, pero creo que esto es algo que debes hacer.
Sus ojos estaban húmedos por la desesperación. Aun así, mantuvo la compostura.
—Tengo dieciséis años, ¿por qué tengo que tomar este tipo de decisiones?
—El mundo es un lugar muy cruel. Nos obligó a crecer rápido. No tuvimos opción.
Una enorme ola de tristeza se asomó en los ojos de Helena.
No era broma. Jamás tuvimos tiempo para jugar o disfrutar cuando niños. Mamá se enfermaba muy seguido y pasaba días encerrada en su habitación. Yo cuidaba de ella mientras Will se hacía cargo de los más pequeños. Luego, al llegar Helena a la familia, todo se hizo un poco más fácil, pero ya habíamos crecido. No era lo mismo.
—Sí —dijo Helena—, definitivamente no tuvimos opción... Voy a hacerlo. Por ti, por mí, por todos. Además, me gusta mucho el trabajo.
—Eso es lo más importante —respondí, abrazándola con un solo brazo para poder seguir caminando—. Yo compraré las bombillas, como regalo de felicitaciones.
Helena rio. Sentí un pequeño halo de calor rodear mi corazón al oírla.
—Gracias, Paris, siempre he querido una de esas. ¡Sueño hecho realidad! —dijo con ironía.
—Lo sé, de nada. Soy el mejor hermano que podrías haber pedido.
La sonrisa de Helena se volvió tenue, sin perder su belleza.
—Sí. Lo eres.
Continuamos nuestro camino hasta el mercado, que quedaba justo al lado del café en el que Helena trabajaba. Compramos las dos bombillas más baratas y volvimos a casa. En el camino, Helena me explicó cómo sería su dinámica desde ahora. Trabajaría los siete días de la semana, cambiaría de uniforme, pero sin contacto con los clientes, que era lo que más odiaba de ser barista. Desde ahora se encargaría del tema de la organización y el stock, que se ajustaba más a su estilo y personalidad que la preparación del café en la barra.
Más allá del esfuerzo que tendría que hacer, estaba feliz. Me encantaba verla así. Lucía aún más bella con una sonrisa destellando en su fino rostro.
Aun así, verla me daba miedo; miedo que mi hermana pequeña creciera, miedo de tener que tomar distintos caminos, miedo de perder el contacto, miedo de olvidarnos.
La había conocido hacía tan poco, pero creía conocerla de toda la vida. Su espíritu nos robó el corazón a todos en la casa, y ella ha cuidado de nosotros mejor de lo que lo hubiéramos hecho por nuestra cuenta.
Era una mujer preciosa, tanto por dentro como por fuera. La veía crecer más y más cada día. Helena y yo Paris, eso nos unía. Ambos teníamos nombres de personajes de la Ilíada, a diferencia de nuestros hermanos a quienes les pusieron nombres de importantes personajes históricos.
Helena de Troya: la mujer más bonita de la época clásica. No me sorprendería que Helena Carson fuera la más bonita de la contemporánea.
Ya veía el día en el que caería rendida ante los pies de algún chico. Solo esperaba que la tratase como la gema que era.
La imagen de la melena negra de Mel apareció en mi mente, cayendo feroz hasta rozarle los omóplatos. Mi corazón volvió a acelerarse.
Puede que Helena sea la mujer más bella, pero Mel es un ángel caído del cielo.
No me sorprende que nadie hable de ello en la escuela después de todos los rumores que han salido a la luz. Empezando por el tema de que Cristine y los Oreveau la tienen controlada, lo que al parecer, no es mentira, hasta cosas mucho más macabras: desde esquizofrenia, hasta anemia severa. Es increíble cómo la gente es capaz de inventar semejantes estupideces solo para explicarse lo que no entienden.
Estaba seguro de que Mel estaría de acuerdo conmigo.