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Capítulo 9

11 de octubre, 16:06.

ADELAIDE MELDEEN

El amor es relativo, cambiante, cruel, dulce y amargo, casi perfecto, como una rosa naciente o un Dios mortal, pues en eso falla: jamás es para siempre.

Fui capaz de leer un fragmento de tu alma en esos versos que has escrito. No es una obra de arte, pero sin lugar a dudas es el mejor lugar para empezar a conocerte. Te invito a un baile de palabras y secretos. ¿Me concederías esta pieza?

Hagamos algo loco, algo nuevo, algo fuera de lo común, pero no le contemos a nadie. Yo daré el primer paso, no te preocupes y, hasta que ocurra, no tendrás idea de nada. Solo sabrás que ocurrirá. Te encantará, ya verás.

¡Somos artistas, Mel! Usemos esa pasión para cambiar el mundo, o al menos, para cambiar el tuyo, el mío, el nuestro.

Atrevámonos, intentémoslo, arriesguémonos sin miedo de ser descubiertos, pues es imposible que pase. Ya entenderás el porqué de mis palabras. Mantente atenta, que la línea en mi nombre tiene más significado del que piensas. Ve a Aragán después de clases, pero descuida, no estaré allí. No espero que entiendas, solo haz lo que digo.

Đante

La carátula del disco era de color burdeos con letra dorada y un escudo en el centro. Conocía el álbum. Lo había visto en casa más de una vez.

Greatest Hits de Queen... vaya, tiene buen gusto en música.

Había leído la carta como mínimo unas diez veces en el transcurso del día. Las palabras me reconfortaban, pero también me daban miedo. No entendía por qué. Me invitaba a probar cosas nuevas y estaba infinitamente agradecida por ello, pero el escalofrío que me recorría la espalda por solo considerarlo era inevitable. Siento que es ese escalofrío el que me retiene, el que me prohíbe tomar decisiones espontáneas y acabar rápido con todo esto.

Sabiendo que Gabe no estaría de acuerdo, comencé a leer poesía romántica. Fui a la librería de la calle Adaline y compré una pequeña antología de Ramón López Velarde. Me costó entender algunos de los poemas, más que nada porque las ideas me parecían erróneas, pero quise creer que la equivocada era yo y no el poeta, que de hecho, era lo más probable.

Después de clases, a pesar de que la distancia entre May Lander y el edificio abandonado era muy poca, la caminata se me hizo eterna, más que nada porque tuve que soportar a Lucian hablándome sobre lo harto que estaba de Vincent y lo mucho que le hacía falta una novia para que así dejase de molestarlo a él.

—Ni siquiera eso pido, Mel —se quejaba—, con que eche un buen polvo uno de estos días sería más que suficiente —dio una pausa y luego siguió—: A veces incluso me da pena, ¿sabes? Dudo que alguna chica vaya a darle bola.

—Deberías dejarlo ser —contesté yo—, Vince es un gran chico, estoy segura de que encontrará a alguien.

—¿Un gran chico? —dijo riendo—. Sí, claro. Se nota que no sales mucho.

Creo que repitió esa frase muchísimas durante todo el trayecto y cada vez que lo hacía me daba una razón más para odiarlos a todos. Después de unos minutos se fue y me dejó sola. Dijo que tenía que comprar un par de cosas antes de reunirse con los demás.

No tenía escapatoria. Debía ir al edificio. No tenía excusas para no ir esta vez, así que, al igual que todos los otros días de clases, cedí a los encantos de los Santana y su séquito.

Así y todo, debía admitir que Gabe se había ocupado muy bien de mí cuando caí enferma. A veces, a pesar de todo lo que he pasado por culpa suya, imagino un futuro con él. Cuidaría de mí, pero de la misma forma que siempre lo ha hecho; esa forma que odio tremendamente y de la que tanto quiero escapar.

Aun así, esa imagen de un posible futuro sigue ahí y dudo que se vaya. Siempre existirá la posibilidad de mantenerme en silencio por el resto de mi vida y depender de Gabe, adoptar su apellido, quizás tener hijos y vivir en la miseria hasta mi último aliento.

Qué triste suena eso.

Hasta entonces no había sabido nada de Jazz, así que supuse que no había ido a clases y nos encontraríamos en el edificio. Tampoco había estado muy pendiente de Paris, hasta la última hora, cuando recordé lo que me había escrito.

Ve a Aragán después de clases, pero descuida, no estaré allí. No espero que entiendas, solo haz lo que digo.

Sacudí la cabeza para olvidar aquello. Probablemente lo mejor sería dejar que pasara lo que tuviese que pasar y no pensar demasiado.

Le envié un texto a Gabe para que me fuera a buscar a la esquina de Adaline con Soler, así tendríamos que pasar por Aragán y podría ver lo que Paris quería que viera. Esperaba que cumpliera su palabra y que no se encontrase allí. En todo caso, si llegaba a estar ahí, lo ignoraría completamente. Me iba a entender, sabía que sí.

Suspiré, arrastrando mis pies sobre el pavimento.

Últimamente había estado sintiendo un taladro irregular dentro de mi mente. A veces era intenso, a veces era un simple cosquilleo. Eran las palabras de Paris las que lo regulaban. Mis ideales y opiniones se habían visto muy alterados por eso mismo. Me preguntaba si era normal, pero claro que no lo era. Saliendo con un chico como Gabe nada es normal y menos cuando un chico como Paris se vuelve tu caballero de brillante armadura.

¿Por qué no puedo ser yo?

Me gustaría ser mi propia heroína. Tendría la fuerza suficiente para saltar de la torre que me mantiene cautiva y atravesar con una flecha a quien se me cruce en el camino. Pero si nunca nadie me enseñó a encordar el arco, ¿cómo se supone que dispare la flecha?

Nuevamente no tenía las respuestas que necesitaba.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por dos manos que, con evidente codicia, me rodearon la cintura lentamente. Aquel tacto se sentía sucio, pero me era indiferente. La verdad, debo admitir, a veces llegaba a disfrutarlo. Puede que no plenamente, solo un poco de vez en cuando, casi siempre bajo los efectos del alcohol o alguna otra sustancia. Pero ya no era así. No era más que un terrible acto de abuso de poder. Es increíble cómo el amor es capaz de transformar un acto tan brutal en algo tan bello y viceversa.

Sentía su respiración en mi cuello, densa y calurosa, suave y atemorizante. Quería zafarme, quería sacármelo de encima, lo anhelaba con tanta intensidad que casi me dejo llevar por el deseo, pero los negros ojos de Paris aparecieron en mi mente, susurrándome que aguantara otro par de días, que no perdiera la poca cordura que aún me quedaba. Asentí, me dejé llevar nuevamente.

Parecía ser una maldita eternidad, pero sonreí y fingí que todo estaba de maravilla.

—Hola, Gabe —dije, dejando que me besara la mejilla.

—Hola, mi vida. Vamos, rápido, hay algo que quiero mostrarte.

Solo un poco más... resiste, Mel.

Sé tu propia heroína.

Serendipia antémica

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