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TRES ACOTACIONES A PROPÓSITO DE LOS ORÍGENES, DESARROLLO Y CRISIS DEL FASCISMO ESPAÑOL UN PRECURSOR Y UN DISCÍPULO CONSECUENTE

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Tarea harto frecuente y a menudo ingrata es la de rastrear los orígenes del fascismo español. Problema que, obviamente, no se plantea para aquellos que, desde posiciones interesadas, comienzan por negar que tal cosa existiera nunca en España. No es éste el caso de quienes, desde una aceptación clara y rotunda de la existencia de un fascismo español propio y verdadero durante la década de los treinta, han debido interrogarse acerca de lo que de autóctono y de foráneo había en las diversas organizaciones fascistas hispanas; o, más exactamente, acerca de sus antecedentes y «precursores».

Existen, a nuestro juicio, dos excelentes estudios que, desde presupuestos ciertamente divergentes, vienen a constituirse en las más fructíferas de las indagaciones que hasta la fecha se han realizado. Nos referimos, evidentemente, a las obras de Jiménez Campo y Manuel Pastor.10 El primero ha sabido poner adecuadamente de manifiesto la existencia de todo un «temario para el fascismo» en la «cultura política española del primer tercio del siglo». La ajustada aproximación que realiza desde esta perspectiva a Costa y el maurismo, al surgimiento de un nuevo nacionalismo español, a los elementos de populismo y tendencias corporativas existentes en la sociedad y pensamiento españoles de la época constituyen, sin lugar a dudas, una aportación de la que no es posible prescindir a la hora de reconstruir la prehistoria del fascismo español. Sorprendentemente, este autor olvida casi completamente la figura de Ernesto Giménez Caballero, un personaje cuya importancia en la introducción del fascismo en España es, como veremos, todo menos desdeñable. Tal vez por eso, Jiménez Campo haya llegado a una subvaloración de la importancia de lo exógeno en la configuración misma del fascismo español.11

No es éste el caso, desde luego, del otro trabajo al que nos referíamos, el de Manuel Pastor. Aquí encontramos, en efecto, una de las más acertadas aproximaciones a la figura del propietario de La Gaceta Literaria y un brillante análisis del proceso que habría de conducirlo a abrazar el fascismo. Sucede, sin embargo, que el autor parece establecer la existencia de una solución de continuidad entre la introducción de la «idea» fascista y el hecho mismo del surgimiento del fascismo en nuestro país. Una solución de continuidad que, en todo caso, contribuye a que tras la localización de un pretendido «eslabón perdido» en el Partido Nacionalista Español, del doctor Albiñana, el autor pueda interrogarse acerca que quién fue el verdadero precursor.12

Lo que nos proponemos demostrar aquí es que en la introducción del fascismo en España, como idea y como hecho, existe un nombre propio cuya importancia va mucho más lejos de cuanto hasta el momento se haya podido apreciar: Giménez Caballero. Dicho de otra manera: intentaremos poner de manifiesto el proceso que conduce directamente de Giménez Caballero a Ramiro Ledesma, de La Gaceta Literaria a La Conquista del Estado.

En esta dirección, comenzaremos por enunciar una hipótesis de difícil demostración en la brevedad de estas líneas, aunque confiamos en que al final de ellas quede lo suficientemente reforzada. Tal es que la distancia que separaba al pensamiento español de la época del pensamiento reaccionario o prefascista europeo era lo suficientemente amplia como para que sólo pudiera salvarse mediante una inyección «brutal» de los elementos de una ideología cuyos antecedentes europeos tenían una larga historia. De Costa –aun del «peor»– y Maura, o incluso de los más ambiguos escritos de Ortega, por no hablar de Unamuno, había hasta el fascismo un largo trayecto que nadie se había mostrado interesado en recorrer y que con las simples bases que aquéllos proporcionaron tal vez no se hubiese recorrido jamás.13

Por otra parte –sirva para concluir este pequeño inciso–, cabe señalar aquí cómo la dictadura de Primo de Rivera en lo que pudo tener de pretendida «revolución desde arriba», o la no menos pretenciosa identificación con el «cirujano de hierro» no hicieron sino, en cierta medida, bloquear el camino al nacimiento del fascismo hispano. Y esto a pesar de que –o precisamente por ello mismo– el dictador fue posiblemente el primer gran fascistizado de nuestro país y la dictadura misma la primera manifestación de la incoherencia y dificultades que la introducción del fascismo habría de arrostrar en España. Como experiencia, en lo que tuvo de desafortunado intento por copiar algunos de los aspectos de la experiencia italiana, la dictadura abrió el paso, facilitó el camino, para la sucesiva fascistización de amplios sectores de la derecha conservadora española. Pero al fascismo mismo le hizo un flaco servicio. No es casualidad, desde este punto de vista, que los primeros fascistas españoles –Giménez Caballero y Ledesma Ramos– procedieran de sectores especialmente críticos hacia la dictadura. Y que en la crítica a la dictadura empezaran a asentar sus primeros criterios.

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